Díganme ahora, Musas que tienen olímpicas moradas,
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pues vosotras sois diosas y estáis presentes y sabéis todas las cosas,
y nosotros solo la fama escuchamos y nada sabemos,
quiénes eran los líderes de los dánaos y los comandantes;
a la multitud no la relataré ni la nombraré yo,
ni si diez lenguas y diez bocas tuviera,
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y una voz irrompible, y broncíneo el corazón fuera dentro mío,
si las Musas Olímpicas, de Zeus portador de la égida
hijas, no recordaran a cuantos llegaron a Ilión.
Pero diré los jefes de las naves y las naves todas.
A los beocios Penéleo y Leito los lideraban,
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Arcesilao y Protoenor y Clonio,
los que moraban en Hiria y en la rocosa Áulide,
y Esqueno y Escolo y Eteono de muchas lomas,
Tespia, Grea y también Micaleso de anchos coros,
y los que moraban en torno a Harma e Ilesio y Eritras,
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y los que tenían Eleón y además Hile y Peteón,
Ocalea y la bien edificada Medeón,
Copas, Eutresis y Tisbe de muchas palomas,
y los que Coronea y Haliarto herbosa,
y los que tenían Platea y además los que moraban en Glisante,
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y los que tenían la bien edificada ciudad de la Tebas baja,
y la sagrada Onquesto, brillante bosque sacro de Poseidón,
y los que tenían Arne de muchos racimos, y los que Midea
y la muy divina Nisa, y la fronteriza Antedón;
de estos fueron cincuenta naves, y en cada una
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ciento veinte jóvenes de los beocios marcharon.
Los que habitaban Aspledón y además la Orcómeno minia,
a estos los lideraban Ascálafo y Yálmeno, hijos de Ares,
a los que parió Astíoque en la casa de Áctor Azida,
doncella pudorosa, habiendo ascendido al piso superior,
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para el fuerte Ares; él yació con ella a escondidas;
detrás de ellos treinta huecas naves se encolumnaban.
Por su parte, a los foceos Esquedio y Epístrofo los lideraban,
hijos del esforzado Ífito Naubólida,
los que tenían Cipariso y la rocosa Pitón,
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y la muy divina Crisa, y Dáulide y Panopeo
y los que en torno a Anemorea y Hiámpolis moraban,
y aquellos que junto al divino río Céfiso habitaban,
y los que tenían Lilea en el curso de Céfiso;
a ellos cuarenta negras naves los seguían.
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Aquellos las columnas de los foceos pararon, encargándose,
y se armaron justo a la izquierda de los beocios.
A los locrios los guiaba el rápido Áyax de Oileo,
el menor, que no era ni de cerca tan alto como Áyax Telamonio,
sino mucho menor; era bajo, con coraza de lino,
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y con la pica sobrepasaba a los panhelenos y a los aqueos;
los que moraban en Cino, y en Opunte y Calíaro,
y en Besa y Escarfa y también en la encantadora Augías,
y en Tarfa y Tronio en torno a las corrientes del Boagrio;
a él cuarenta negras naves lo seguían,
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de los locrios, que habitan allende la sagrada Eubea.
Los que tenían Eubea, los abantes que respiran furor,
Calcis y Eretria e Histiea de muchos racimos,
y la costera Cerinto y la infranqueable ciudad de Dío,
y los que tenían Caristo y además los que en Estira habitaban,
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a estos a su vez los guiaba Elefenor retoño de Ares,
el Calcodontíada, jefe de los esforzados abantes.
a él lo siguieron los rápidos Abantes, de largos cabellos en la nuca,
portadores de lanza, ansiosos por, con sus fresnos extendidos,
partir las corazas de sus enemigos en torno a sus pechos;
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a él cuarenta negras naves lo seguían.
Aquellos que tenían la bien edificada ciudad de Atenas,
el pueblo de Erecteo de corazón indomable, al que antaño Atena
nutrió, la hija de Zeus, y parió la tierra dadora de grano,
y en Atenas lo estableció, en su pingüe templo,
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y allí la aplacan con toros y carneros
los jóvenes de los atenienses, al transcurrir el año;
a esos los guiaba el hijo de Peteo, Menesteo,
y semejante a él ningun varón terreno hubo
en ordenar a los caballos y a los varones portadores de escudos;
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solo disputaba Néstor, pues este era de más edad;
a él cincuenta negras naves lo seguían.
Áyax desde Salamina condujo doce naves,
y conduciéndolas las paró donde se paraban las falanges de los atenienses.
Los que tenían Argos y la amurallada Tirinto,
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Hermíone y Asina, emplazadas en profundo golfo,
Trecén, Eione y también Epidauro rica en vides,
y los que tenían Egina y Maseta, los jóvenes de los aqueos,
a estos los guiaba Diomedes de buen grito de guerra
y Esténelo, hijo querido del muy ilustre Capaneo;
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junto con ellos iba Euríalo como el tercero, un hombre igual a un dios,
hijo de Mecisteo, el soberano Talayonida;
y a todos ellos conducía Diomedes de buen grito de guerra;
a ellos ochenta negras naves los seguían.
Los que tenían la bien edificada ciudad de Micenas
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Corinto la rica y Cleonas, bien edificada,
y moraban en Ornías y la encantadora Aretirea,
y Sición, allá donde Adrasto reinó primero,
y los que Hiperesia y también Gonoesa escarpada,
y tenían Pelene y además moraban en torno de Egio,
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y por todo Egíalo y en torno a la vasta Hélica,
a sus cien naves las lideraba el poderoso Agamenón,
el Atrida; a él con mucho las mayores y mejores
tropas lo seguían; y allí aquel se visitó el destellante bronce,
triunfante, y entre todos los héroes se distinguía
580
porque era el mejor y condujo con mucho las mayores tropas.
Los que tenían la cóncava Lacedemonia barrancosa,
Faris y Esparta y Mese de muchas palomas,
y moraban en Brisías y en la encantadora Augías,
y aquellos que tenían Amiclas y la costera ciudad de Helo,
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y los que tenían Laas y además moraban en torno a Étilo,
a estos el hermano de aquel los lideraba, Menelao de buen grito de guerra,
a sesenta naves; y se armaban aparte;
y allí aquel iba, confiado en su arrojo
y alentándolos a la guerra; y sobre todo ansiaba en su ánimo
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retribuir los forcejeos y gemidos de Helena.
Los que moraban en Pilos y en la encantadora Arene,
y en Trío, vado del Alfeo, y en Epí, bien edificada,
y en Ciparisenta y Anfigenía habitaban,
y Pteleo y Helo y Dorio, donde las Musas
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encontrándose con Támiris, el tracio, hicieron cesar su canto,
yendo desde Ecalia, de junto a Éurito ecalieo;
pues aseguraba, jactándose, que las vencería, aunque ellas mismas,
las Musas, cantaran, las hijas de Zeus portador de la égida;
y ellas, irritadas, lo dejaron lisiado, y además el canto
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sobrenatural le arrebataron y le hicieron olvidar el arte de la cítara;
a esos los guiaba Néstor, jinete gerenio;
y detrás de él noventa huecas naves se encolumnaban.
Los que tenían Arcadia, bajo el monte infranqueable de Cilene,
junto al túmulo de Épito, donde hay varones que combaten de cerca,
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los que moraban en Feneo y en la de muchos rebaños, Orcómeno,
y en Ripe y Estratia y también Enispe ventosa,
y tenían Tegea y la encantadora Mantinea,
y tenían Estínfalo y moraban en Parrasa,
a estos los lideraba el hijo de Anceo, el poderoso Agapenor,
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a sesenta naves; y muchos en cada nave
marchaban, varones arcadios, conocedores del guerrear;
pues él mismo les dio, el soberano de varones Agamenón,
naves de buenos bancos para cruzar el vinoso piélago,
el Atrida, ya que a ellos no les ocupaban las acciones del mar.
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Aquellos que Buprasio y la divina Élide habitaban,
cuanto Hirmine y la fronteriza Mirsino,
la roca Olenía y Alesio contienen dentro,
de esos había cuatro jefes, y a cada varón diez
rápidas naves seguían, y muchos epeos marchaban dentro;
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a unos, claro, Anfímaco y Talpio los conducían ambos,
hijos, el uno de Ctéato, y aquel de Éurito, ambos Actoriones;
a otros el Amarincida los lideraba, el fuerte Diores;
y a los cuartos los lideraba el deiforme Polixeno,
hijo del soberano Agástenes Augeíada.
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Los de Duliquio y las sagradas Equinas,
las islas, que habitaban allende el mar frente a Élide,
a esos los guiaba Meges, igual a Ares,
el Filida, al que engendró el jinete Fileo, querido por Zeus,
quien antaño emigró a Duliquio, irritado con su padre;
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a él cuarenta negras naves lo seguían.
Por su parte, Odiseo condujo a los esforzados cefalenios,
aquellos que tenían Ítaca y el Nérito de agitadas hojas,
y moraban en Crocilea y en la abrupta Egílipe,
y los que tenían Zacinto, y además los que moraban en torno a Samos,
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los que tenían el conteniente y moraban en la orilla opuesta;
a estos los lideraba Odiseo, igual a Zeus en ingenio;
a él doce naves de rojas mejillas lo seguían.
A los etolios los conducía Toante, hijo de Andremón,
los que moraban en Pleurón y Óleno y además en Pilene,
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en Cálcide cercana al mar y en Calidón rocosa;
pues ya no existían los hijos de Eneo de corazón indomable,
ni ya, claro, existía él mismo, y había muerto el rubio Meleagro;
y a él se le encomendó gobernar a todos los etolios;
y a él cuarenta negras naves lo seguían.
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A los cretenses Idomeneo, famoso lancero, los guiaba,
los que tenían Cnosos y la amurallada Gortina,
Licto, Mileto y también Licasto la blanca,
y Festo y Rito, ciudades bien habitadas,
y los demás que en torno a Creta de cien ciudades moraban.
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A estos Idomeneo, famoso lancero, los guiaba,
y Meriones, igual al homicida Enialio;
a estos ochenta negras naves los seguían.
El noble y grande Tlepólemo Heraclida
desde Rodas condujo nueve naves de orgullosos rodios,
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los que en torno a Rodas moraban repartidos en tres partes,
Lindo, Yaliso y también la blanca Camiro;
a estos los guiaba Tlepólemo, famoso lancero,
al que parió para la fuerza de Heracles Astioquía,
a la que condujo desde Éfira, desde el río Seleente,
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tras arrasar muchas ciudades de vigorosos hombres nutridos por Zeus.
Tlepólemo, después de que se nutrió en el bien erigido palacio,
enseguida a un querido tío materno de su padre mató,
a Licimnio, ya anciano, retoño de Ares;
pronto construyó naves, y mucho del pueblo conduciendo él,
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marchó huyendo hacia sobre el mar; pues lo amenazaron los demás
hijos y nietos de la fuerza de Heracles.
Por su parte, él hacia Rodas llegó errando, tras padecer dolores;
y se asentaron en tres tribus, y fueron queridos
por Zeus, que gobierna sobre los dioses y los hombres,
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y virtió sobre ellos una sobrenatural riqueza.
Nireo, a su vez, condujo desde Sime tres bien balanceadas naves,
Nireo, hijo de Aglaya y del soberano Cáropo,
Nireo, que era el más bello varón que llegó a Ilión
de entre todos los dánaos, salvo el irreprochable Pelida;
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pero era débil y escasa la tropa que lo seguía.
Y aquellos que tenían Nísiro y Crapato y Caso,
y Cos, la ciudad de Eurípilo, y las islas Calidnas,
a esos Fidipo y Ántifo los conducían ambos,
ambos dos hijos de Tésalo, soberano Heraclida;
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detrás de ellos treinta cóncavas naves se encolumnaban.
A continuación, a aquellos que habitaban la Argos Pelásgica,
y los que en Alo, y los que en Álope, y los que en Trequina moraban,
y los que tenían Ftía y también Hélade de bellas mujeres,
y se llamaban mirmidones y helenos y aqueos,
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de esos, de cincuenta naves, era jefe Aquiles;
pero ellos no pensaban en la lastimosa guerra,
pues no había nadie que los guiara en las columnas;
pues yacía en las naves Aquiles divino de pies rápidos,
irritado por la joven, por Briseida de bellos cabellos,
690
que había apartado desde Lirneso, tras esforzarse mucho
tras arrasar Lirneso y las murallas de Tebas,
y había derribado a Mines y Epístrofo, reconocidos lanceros,
hijos del soberano Eveno Selepíada;
por ella este yacía, afligiéndose, pero pronto iba a levantarse.
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Los que tenían Fílace y la florida Píraso,
recinto de Deméter, y la madre de rebaños Itón,
y Antrón, cercana al mar, y además Pteleo de herboso lecho,
a esos el belicoso Protesilao los guiaba,
mientras vivía; pero entonces ya lo tenía la negra tierra;
700
y la esposa de aquel, con las mejillas rasgadas, había quedado en Fílace,
como su casa a medio acabar, y a él lo mató un varón dárdano
al saltar desde la nave, con mucho el primero de los aqueos;
mas no, no estaban ellos sin jefe, aunque añoraban, sí a su jefe;
pero los ordenaba Podarques, retoño de Ares,
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hijo del Filácida Ificles de muchos rebaños,
el hermano mismo del esforzado Protesilao,
el más joven de la estirpe; mas aquel era mayor y más valiente,
el belicoso héroe Protesilao; y las tropas para nada
carecían de líder, aunque añoraban, sí, al que era noble;
710
a él cuarenta negras naves los seguían.
Los que moraban en Feras junto a la laguna Bebeide,
Bebe y Glafiras y Yolco, bien edificada,
a estos los lideraba, a once naves, el hijo querido de Admeto,
Eumelo, al que parió de Admeto la divina entre las mujeres,
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Alcestis, la mejor en aspecto de las hijas de Pelias.
Aquellos que moraban en Metone y Taumacia,
y tenían Melibea y la abrupta Olizón,
a estos los lideraba Filoctetes, buen conocedor del arco,
a siete naves; y en cada una cincuenta remeros
720
embarcaron, buenos conoceres del arco, para combatir con fuerza;
pero aquel en la isla yacía, padeciendo fuertes dolores,
en la muy divina Lemnos, donde lo dejaron los hijos de los aqueos
abrumado por la mala lesión de una perniciosa víbora;
allí éste yacía, afligiéndose; mas pronto iban a acordarse
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los argivos junto a las naves del soberano Filoctetes;
mas no, no estaban ellos sin jefe, aunque añoraban, sí a su jefe;
pero los ordenaba Medonte, hijo bastardo de Oileo,
aquel que parió Rena de Oileo saqueador de ciudades.
Los que tenían Trica y la peñascosa Itoma,
730
y los que tenían la ciudad de Éurito ecalieo, Ecalia,
a estos los guiaban los dos hijos de Asclepio,
ambos buenos médicos, Podalirio y Macaón;
detrás de ellos treinta huecas naves se encolumnaban.
Los que tenían Ormenio, los que la fuente Hiperea,
735
los que tenían Asterio y las blancas cumbres del Titano,
a estos los lideraba Eurípilo, brillante hijo de Evemón;
a él cuarenta negras naves lo seguían.
Los que tenían Argisa y moraban en Girtone,
en Orte y la ciudad de Elone y en la blanca Oloosón,
740
a estos los guiaba Polipetes, de furor guerrero,
hijo de Pirítoo, al que engendró el inmortal Zeus;
a aquel lo parió de Pirítoo la gloriosa Hipodamía,
ese día en que hizo pagar a los velludos centauros,
a los que expulsó del Pelión y los llevó junto a los étices;
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no estaba solo, sino que junto con él estaba Leonteo, retoño de Ares,
hijo de Corono Ceneida de inmenso animo;
a estos cuarenta negras naves los seguían.
Guneo condujo desde Cifo veintidós naves;
a él los seguían los enianes y los perebos, de furor guerrero,
750
los que alrededor de Dodona de crudo invierno hicieron su casa,
y los que se ocupaban de las labores en torno al deseable Titaresio,
aquel que hacia el Peneo envía su agua de bella corriente,
más él no se mezcla con el Peneo de plateados remolinos,
sino que por encima de aquel fluye, como aceite;
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pues es afluente del agua del Estigia, de tremendo juramento.
A los magnetes los lideraba Protoo, hijo de Tentredón,
a los que alrededor del Peneo y el Pelión de agitadas hojas
habitaban; a estos los lideraba el rápido Protoo,
y a él cuarenta negras naves lo seguían.
760
Esostales eran los líderes y comandantes de los dánaos
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A los troyanos los guiaba el gran Héctor de centelleante casco,
el Priamida; junto con él con mucho las mayores y mejores
tropas se armaban ansiosas con sus lanzas.
A los dardanios, a su vez, los lideraba el buen hijo de Anquises,
820
Eneas, que de Anquises parió la divina Afrodita
en las laderas del Ida, que siendo diosa con un mortal se acostó,
no estaba solo, sino que junto con él estaban los dos hijos de Antenor,
Arquéloco y Acamante, conocedores de todo tipo de combate.
Los que habitaban Zelea bajo el pie más bajo del Ida,
825
ricos, bebedores del agua negra del Esepo,
troyanos, a esos los lideraba el brillante hijo de Licaón,
Pándaro, al que el mismísimo Apolo le dio su arco.
Aquellos que tenían Adrestea y el pueblo de Apeso,
y tenían Pitiea y el infranqueable monte de Terea,
830
a estos los lideraban Adresto y también Anfio de coraza de lino,
ambos dos hijos del percosio Mérope, que por encima todos
conocía el arte adivinatoria, y no dejaba que sus hijos
marcharan a la guerra; más ellos dos en absoluto
le hicieron caso; pues los conducían las parcas de la negra muerte.
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Aquellos que moraban en torno a Percote y Practio,
y tenían Sesto y Abido y Arisbe divina,
a esos los lideraba Asio Hirtácida, señor de varones,
Asio Hirtácida, al que desde Arisbe lo llevaron caballos
formidables, desde el río Seleente.
840
Hipótoo conducía las tribus de los pelasgos, reconocidos lanceros,
de esos que en la fértil Larisa habitaban;
a estos los lideraban Hipótoo y Pileo, retoño de Ares,
ambos dos hijos del pelasgo Leto Teutámida.
Por su parte, Acamante y el héroe Pirítoo conducían a los tracios,
845
a cuantos el correntoso Helesponto contiene dentro.
Eufemo era el jefe de los cicones portadores de lanza,
el hijo de Treceno, el Ceada nutrido por Zeus.
Por su parte, Pirecmes conducía a los peones de retorcidos arcos,
desde lejos, desde Amidón, desde el Axio de ancha corriente,
850
el Axio de cuya bellísima agua se desparrama sobre el suelo.
El velludo corazón de Pilémenes conducía a los paglagonios
desde los enetos, de donde estaba la raza de las mulas salvajes,
aquellos que tenían Citoro y moraban en torno a Sesamo,
y alrededor del río Partenio habitaban gloriosas moradas,
855
y Cromna y Egíalo y también la elevada Eritinos.
Por su parte, a los halizones Odio y Epístrofo los lideraban,
desde lejos, desde Álibe, de donde está el nacimiento de la plata.
A los misios los lideraban Cromis y el augur Énnomo;
pero no fue preservado por las aves de la negra muerte,
860
sino que fue doblegado por las manos del Eácida de pie veloz
en el río, allá donde aniquiló también a otros troyanos.
Forcis, a su vez, conducía a los frigios, y el deiforme Ascanio,
desde lejos, desde Ascania; y ansiaban combatir en batalla.
A los meonios, a su vez, Mestles y Ántifo los conducían ambos,
865
hijos de Talémenes, a los que parió la laguna Gigea,
los que además conducían a los meonios, nacidos al pie del Tmolo.
Nastes, a su vez condujo a los carios de bárbaras voces,
que tenían Mileto y el monte frondoso de Ptiros,
y las corrientes del Meandro y las infranqueables cumbres de Mícale;
870
a estos Anfímaco y Nastes los conducían ambos,
Nastes y Anfímaco, brillantes hijos de Nomión,
que además, adornado de oro, iba a la guerra como una joven,
bobo, y en absoluto eso lo rescató de la ruinosa destrucción,
sino que fue doblegado por las manos del Eácida de pie veloz
875
en el río, y Aquiles batallador recogió el oro.
Sarpedón lideraba a los licios, y Glauco irreprochable,
desde lejos, desde Licia, desde el turbulento Janto.