Entre las manos de mi madre anciana
la cabellera de su nieto brilla,
y es puñado de trigo, áurea gavilla,
oro de sol robado a la mañana.
Luce mi madre en tanto -espuma vana
que la ola del tiempo echó a la orilla-
a modo de una hostia sin mancilla,
su relumbrante cabellera cana
Grupo de plata y oro que en derroches
cubren mi corazón de regocijo
No importa nada que el rencor me ladre,
porque para mis días y mis noches,
tengo el sol en los bucles de mi hijo
y la luna en las canas de mi madre.
Era una reina hispana No sé ni quien sería,
ni cual su egregio nombre, ni como su linaje:
sé apenas la elegancia con que de su carruaje
saltó, al oír a un niño que en un rincón gemía.
Y dijo: -¿Por qué llora?- La tarde estaba fría;
y el niño estaba hambriento La reina abrióse el traje;
y le dio el seno blanco por entre el blanco encaje,
como lo hubiese hecho Santa Isabel de Hungría.
Es gloria de la estirpe la que le dio su pecho
a aquel hambriento niño que acaso sentiría
más tarde un misterioso dinástico derecho;
y es gloria de la estirpe, porque es amor fecundo
con que la reina al niño le dio su seno un día,
¡fue el mismo con que España le dio su seno a un mundo!
Enorme tronco que arrastró la ola,
yace el caimán varado en la ribera;
espinazo de abrupta cordillera,
fauces de abismo y formidable cola.
El sol le envuelve en fúlgida aureola,
y parece lucir cota y cimera,
cual monstruo de metal que reverbera
y que al reverberar se tornasola.
Inmóvil como un ídolo sagrado,
ceñido en mallas de compacto acero,
está ante el agua estático y sombrío,
a manera de un príncipe encantado
que vive eternamente prisionero
en el palacio de cristal de un río
Soy el cantor de América autóctono y salvaje:
mi lira tiene un alma, mi canto un ideal
Mi verso no se mece colgado de un ramaje
con un vaivén pausado de hamaca tropical
Cuando me siento inca, le rindo vasallaje
al Sol, que me da el centro de su poder real;
cuando me siento hispano y evoco el coloniaje,
parecen mis estrofas trompetas de cristal.
Mi fantasía viene de un abolengo moro;
los Andes son de plata, pero León de oro
Y las dos castas fundo con épico fragor.
La sangre es española e incaico es el latido;
y de no ser Poeta, quizá yo hubiera sido
un blanco aventurero o un indio emperador.
Al despuntar el estrellado coro,
pósase en una cúspide nevada:
lo envuelve el día en la postrer mirada;
y revienta a sus pies trueno sonoro.
Su blanca gola es imperial decoro;
su ceño varonil, pomo de espada;
sus garfios, siempre actitud airada,
curvos puñales de marfil con oro.
Solitario en la cúspide se siente:
en las pálidas nieblas se confunde;
desvanece el fulgor de su aureola,
y esfumándose entonces lentamente,
se hunde en la noche como el alma se hunde
en la meditación cuando está sola.
En el bosque de aromas y de músicas lleno,
la magnolia florece delicada y ligera,
cual vellón que en la zarzas enredado estuviera
o cual copo de espuma sobre lago sereno
Es un ánfora digna de un artífice heleno,
un marmóreo prodigio de la clásica era;
y destaca su fina redondez, a manera
de una dama que luce descotado su seno
No se sabe si es perla, no se sabe si es llanto
Hay entre ella y la luna cierta historia de encanto
en la que una paloma pierde acaso la vida;
porque es pura y es blanca y es graciosa y es leve
como un rayo de luna que se cuaja en la nieve
o como una paloma que se queda dormida.
Ánforas de cristal, airosas galas
de enigmáticas formas sorprendentes,
diademas propias de apolíneas frentes,
adornos dignos de fastuosas galas
En los nudos de un tronco hacen escalas;
y ensortijan sus tallos de serpientes,
hasta quedar en la altitud pendientes,
a manera de pájaros sin alas.
Tristes como cabezas pensativas,
brotan ellas, sin torpes ligaduras
de tirana raíz, libres y altivas;
porque también, con lo mezquino en guerra,
quieren vivir, como las almas puras,
sin un solo contacto con la tierra.
Viste de seda: alhajes de gran tono;
pechera en que el encaje hace una ola,
y bajo el cinto, un mango de pistola,
que él aprieta entre el puño de su encono.
Piramidal sombrero, esbelto cono,
es distintivo en su figura sola,
que en el bridón de enjaezada cola
no cambiaría su silla por un trono
Siéntase a firme; el látigo chasquea;
restriega el bruto su chispeante callo,
y vigorosamente se pasea.
Dudase al ver la olímpica figura
si es el triunfo de un hombre en su caballo
o si es la animación de una escultura
En su tostada faz algo hay sombrío:
tal vez la sensación de lo lejano,
ya que ve dilatarse el océano
de la verdura al pie de su bohío
El encuadra al redor su sembradío
y acaricia la tierra con su mano
Enfrena un potro en la mitad de un llano
o a nado se echa en la mitad de un río.
El, con un golpe, desjarreta un toro;
entra con su machete en el boscaje
y en el amor con su cantar sonoro,
porque el amor de la mujer ingrata
brilla sobre su espíritu salvaje
como un iris sobre una catarata
Es la Pampa hecha hombre: es un pedazo
de brava tierra sobre el sol tendida
Ya a indómito corcel pone la brida,
ya lacea una res: él es el brazo
Al son de la guitarra, en el regazo
de su «prenda», quejoso de la vida,
desenvuelve con voz adolorida
una canción como si fuera un lazo
Cuadro es la Pampa en que el afán se encierra
del gaucho, erguido en actitud briosa,
sobre ese gran cansancio de la tierra;
porque el bostezo de la Pampa verde
es como una fatiga que reposa
o es como una esperanza que se pierde
No beberé en las linfas de la castalia fuente,
ni cruzaré los bosques floridos del Parnaso
ni tras las nueve hermanas dirigiré mi paso:
pero, al cantar mis himnos, levantaré la frente.
Mi culto no es el culto de la pasada gente,
ni me es bastante el vuelo solemne del Pegaso:
los trópicos avivan la flama en que me abraso;
y en mis oídos suenan la voz de un Continente.
Yo beberé en las aguas de caudalosos ríos;
yo cruzare otros bosques lozanos y bravíos;
yo buscaré a otra Musa que asombre al Universo.
Yo de una rima fácil haré mi carabela;
me sentaré en la popa; desataré la vela;
y zarparé a las Indias, como un Colón del verso.
Cada volcán levanta su figura,
cual si de pronto, ante la faz del cielo,
suspendiesen el ángulo de un vuelo
dos dedos invisibles de la altura
La cresta es blanca y como blanca pura:
la entraña hierve en inflamado anhelo;
y sobre el horno aquel contrasta el hielo,
cual sobre una pasión un alma dura.
Los volcanes son túmulos de piedra,
pero a sus pies los valles que florecen
fingen alfombras de irisada yedra;
y por eso, entre campos de colores,
al destacarse en el azul, parecen
cestas volcadas derramando flores.
Robó el oro su lustre a tu cabello
y a tu boca el coral su sangre pura;
ostenta el mármol como tú su albura
y el cisne arquea como tú su cuello
En tu sonrisa se estremece el sello
de un beso del amor a la hermosura,
y en tu mirada trémula fulgura
la lucha de una sombra y un destello
Lohengrín te ha soñado como un rubio
querub, envuelto entre flotantes tules,
sobre su cisne blanco, en el Danubio;
y ha visto que halagando sus antojos,
no son tus ojos como el cielo azules,
sino el cielo es azul como tus ojos.
Es un pájaro mudo, pero hermoso; una alhaja
que ha salido volando de un arcón reluciente
En el hueco de un tronco, fino estuche trabaja,
donde finge un penacho de monárquica frente
Nunca en vil cautiverio sus prestigios rebaja;
y antes goza el orgullo de morir libremente:
si se quiebran las plumas en su estuche se encaja
y principia a morirse de la pena que siente.
Tal orgullo es su orgullo que es un símbolo alado,
por su gesto de raza, por su instinto de gloria:
él jamás vivió en rejas, ni jamás se ha manchado.
Con nobleza de artista y altivez de guerrero,
¡merecía la suerte de haber sido en la Historia
un blasón con la frase de Francisco primero!
Cartagena de Indias: tú que, a solas,
entre el rigor de las murallas fieras,
crees que te acarician las banderas
de pretéritas huestes españolas;
tú, que ciñes radiantes aureolas,
desenvuelves, soñando en las riberas,
la perezosa voz de tus palmeras
y el escándalo eterno de tus olas.
¿Para qué es despertar, bella durmiente?
Los piratas tus sueños mortifican,
mas tú, siempre serena, te destacas;
y los párpados cierras blandamente,
mientras que tus palmeras te abanican
y tus olas te mecen como hamacas.
¡Cuántas aves que anidan sin recelo
en un árbol, que luego es cruz o nave,
tienden por fuerza misteriosa y grave,
como el árbol también, al mar o al cielo!
El ave es ambición que huye del suelo
y es alerta estentóreo o trino suave,
que el canto más glorioso es el del ave
y la línea más pura es la del vuelo
¡No importa -ya que el sol rasga las brumas-
que el mar persiga al bien y el buitre altivo
a la paloma, hecho un Satán con plumas,
que, mientras alas tengan y garganta,
serán las aves el emblema vivo
de todo lo que vuela y lo que canta!
Ese, Pizarro: el de la frente erguida
Ese, Cortés: el del caballo undoso
Pasa Alvarado en su corcel nervioso;
Valdivia lleva el suyo de la brida.
¿Y ése? ¿Y aquél? En púrpura encendida
envueltos van bregando sin reposo,
a manera del grupo luminoso
de los conquistadores de la vida
Cuajado en oro el puño del cuchillo,
la coraza, cubierta de fulgores;
pleno de sol, el reluciente casco:
pasando van, con el temblor de un brillo,
cual si fuesen bordados en colores
sobre grandes tapices de Damasco
Pasan por mis estrofas los virreyes egregios
y las líricas damas de otros tiempo de amor;
pero, en verdad, si entonces canto los florilegios
y las fiestas galanas, canto un canto mayor,
cuando me dan las selvas vírgenes sus arpegios
y su orgullo los incas y Pizarro su ardor,
y así soy, en las pompas de mis cánticos regios,
algo precolombino y algo conquistador
Soy épico dos veces, y estoy enamorado
del Sol que hay en mi fina coraza de soldado
y del león rampante que ilustra mi broquel:
tal el verso en que canto del virrey la fortuna
es un Sol que en las tardes le da un beso a la Luna
o un león que en los labios tiene un poco de miel
Silencio y soledad Nada se mueve
Apenas, a lo lejos, en hilera,
las vicuñas con rápida carrera
pasan, a modo de una sombra leve
¿Quién a medir esa extensión se atreve?
Sólo la desplegada cordillera,
que se encorva después, a la manera
de un colosal paréntesis de nieve
Vano será que busque la mirada
alegría de vívidos colores,
en la tristeza de la puna helada:
sin mariposas, pájaros, ni flores,
es una inmensidad deshabitada,
como si fuese un alma sin amores.
Lloran las cumbres lágrimas de hielo,
que corren por las trágicas pendientes,
y van formando en su camino fuentes,
enamoradas del azul del cielo.
Entre las grietas del musgoso suelo,
aprisionan sus linfas los torrentes,
a manera de alhajas refulgentes
entre estuches de verde terciopelo
Súbito ensanchan sus ruidosas quejas;
y, dibujando monacales tocas,
envuelven su cristal en densas brumas.
Y el río nace, cual tropel de ovejas
que va dejando en las filudas rocas
enredado el vellón de su espumas
Copia el lago en sus vidrios palpitantes
cuanto se asoma en su contorno vago,
como si fuera el voluptuoso halago
de una coquetería de gigantes
Llega un río cual sarta de diamantes;
y, por virtud de milagroso mago,
en el fondo del bosque, deja un lago
como un collar de chispas relumbrantes.
Al ver el lago, entonces, se dijera
que la larga serpiente que antes era
se ha ensortijado entre la selva hosca;
porque así son, en la montaña andina,
el río una serpiente que camina
y el lago una serpiente que se enrosca
El capitán osado navega en la insegura
noche del mar Su barco, de crujidora quilla,
que ve, de pronto, abierta la trágica cuchilla
de un monte en dos partido, por ella se aventura
Las velas se desgarran y hay vientos de locura;
allá, hacia un lado, a veces, una fogata brilla;
y enronquecidos lobos, desde una y otra orilla,
hacen sonar sus gritos sobre la noche oscura.
Las olas ladran , ladran en los abruptos flancos;
y envueltas en espumas, parecen perros blancos
contra los lobos negros en las riberas solas
Y el barco sigue , sigue y al proseguir de frente,
como iban separándose ante Moisés las olas,
se van también abriendo las tierras, lentamente.
Ya todos los caiques probaron el madero
-¿Quién falta?- Y la respuesta fue un arrogante: ¡Yo!
-¡Yo!- dijo; y, en la forma de una visión de Homero,
del fondo de los bosques Caupolicán surgió.
Echóse el tronco encima, con ademán ligero,
y estremecerse pudo pero doblarse no
Bajo sus pies, tres días crujir hizo el sendero,
y estuvo andando andando y andando se durmió.
Andando, así, dormido, vio en sueños al verdugo:
él, muerto sobre un tronco; su raza, con el yugo,
inútil todo esfuerzo y el mundo siempre igual.
Por eso, el tercer día de andar por valle y sierra,
el tronco alzó en los aires y lo clavó en la tierra,
¡cómo si el tronco fuese su mismo pedestal!
Brinda al pintor el índigo cambiantes
con que luce en las sedas y en las flores;
prodigando el azul con los vigores
de ocasos regios como más brillantes
Ya es el añil zafiro entre diamantes,
ya lazo para atar cartas de amores,
ya vestido de tul que entre fulgores
giran en una danza de bacantes
Es en el lago como un brillo apenas:
corre bajo la piel de terciopelo
y se trasluce en perfiladas venas.
Pero nunca es más noble en sus antojos
que cuando, en un pincel, recoge el cielo,
¡y en dos lo parte para hacer dos ojos!
Parpadeos de luces vacilantes
bordan la selva cuando muere el día,
a manera de extraña pedrería
que relumbra y se apaga por instantes
En desatados círculos errantes,
brotan cocuyos en la selva umbría,
cual si alguien, con la fiebre de la orgía,
arrojara puñados de diamantes.
De día ocultos en la verde alfombra,
sólo en las horas de nocturna calma
divagan a través de la espesura;
y a fuerza de brillar entre la sombra,
acrisolan su brillo, como el alma
que a fuerza de sufrir se hace más pura.
Una vez bajo el cóndor de su altura
a pugnar con el boa, que, hecho un lazo,
dormía astutamente en el regazo
compasivo de trágica espesura
El cóndor picoteó la escama dura;
y la sierpe, al sentir el picotazo,
fingió en el césped el nervioso trazo
con que la tempestad firma en la anchura.
El cóndor cogió el boa; y en un vuelo
sacudiólo con ímpetu bravío,
y lo dejó caer desde su cielo
Inclinó la mirada al bosque umbrío;
y pudo ver que, en el lejano suelo,
en vez del boa, serpenteaba un río.
El Rey del Sol, el hombre que vio a sus pies la Esfera,
enderezando al punto su testa coronada,
preguntó: -¿Quién detiene mi carroza?- Una espada
es menos penetrante que una pupila fiera
Vergonzante que un día su harapos zurciera
con un rayo de gloria, resistió la mirada;
y arrojó a las alturas una frase vaciada
en los épicos moldes de la clásica era
Tal el Rey: -¿Quién detiene mi carroza? Aquel hombre
se acercó respetuosos, y, en lugar de su nombre,
-¡Quién te ha dado más tierras que tu padre!- le dijo
Carlos V abrió entonces su carroza al instante;
y rogándole luego que pasara adelante,
lo sentó a su derecha, como Dios a su Hijo.
No la flauta del dios, alegre avena
del bosque griego, en que trinar solía;
es flauta cual paloma en agonía
la que en las noches de los Andes suena
¡Cuán profundo lamento el de la quena!
La quena en medio de la puna fría
desenvuelve su larga melodía
más penetrante cuanto más serena
Desgranando las perlas de su lloro,
a veces hunde el musical lamento
en el hueco de un cántaro sonoro;
y entonces finge, en la nocturna calma,
soplo del alma convertido en viento,
soplo del viento convertido en alma.
Hay en las soledades de la puna,
cuando la noche aumenta ese reposo,
un misterio solemne y religioso
como el amor de un alma sin fortuna.
Cada cumbre de nieve es como una
virgen, que, de la mano del esposo,
aparece en el templo luminoso
envuelta en fría castidad de Luna
¡Oh, cuadro aquel de místicos reflejos!
Los mismos Andes a los cielos crecen
como torres de ingente campanario;
los rayos se hacen cruces, a los lejos;
y hasta los astros, al brotar, parecen
las desgranadas cuentas de un rosario
Hay en la paz de la ciudades yertas
ficción de campamentos desolados,
en donde, mientras duermen los soldados,
se oyen sonar tristísimos alertas
Vetustas casas, rechinantes puertas;
colgaduras de musgo en los tejados;
escombros contra escombros recostados;
y, dormidas al Sol, plazas desiertas.
Histórica ciudad: nada amortigua
la pompa colonial que la engalana,
ni su hispano blasón mancha de lodo.
Tiene el encanto de la edad antigua;
y la mayor felicidad humana:
¡la de vivir indiferente a todo!
Pláceme el mismo tiempo los frutos y las flores,
el concentrado jugo, la perfumada esencia;
y en mi canción, por eso, de múltiple cadencia,
están todas las gracias y todos los vigores.
Me han dado los virreyes sus líricos primores
y los conquistadores su augusta refulgencia;
y así hay de verso a verso la heroica diferencia
que hubo de los virreyes a los conquistadores
Confieso que, aunque yo amo las pompas coloniales,
a las más finas cuerdas prefiero los metales:
tal doy con mis clarines imperativas dianas;
y, entonces, sacrifico mis bellas baratijas,
como los viejos nobles que echaban sus sortijas
al bronce destinado para fundir campanas.
Juan Santos Atahualpa lanzó el grito
de rebelión Crujieron las cabañas
Su voz, repercutiendo en lo infinito,
era la libertad de las montañas
Tal fue el derrumbamiento portentoso
de una sobre otra raza Hecho un coloso,
él, Apú-Inca, que en el campo abierto,
se rubricó de heroicas cicatrices,
supo en la lucha desplomarse muerto
como un árbol hachado en las raíces
Y cumplió su deseo y murió ufano;
que en las montañas a su empuje estrechas,
él, antes de morir, tuvo en su mano
todas las tribus como un haz de flechas
Se yergue la figura del Cid embalsamado,
de espaldas contra el muro del templo silencioso;
no hay nada en el silencio que turbe su reposo,
no hay nada en tal reposo que mengüe al gran soldado.
Dijérase que el tiempo se duerme fatigado
Hasta el mandoble mismo parece ya mohoso;
y sobre la armadura del ínclito coloso
las fúnebres arañas sus telas han colgado
Impávido judío, con planta retadora,
entrando en aquel templo, profana aquella hora:
llega hasta el héroe, y prueba tocar su faz sagrada.
Y, cual si recobrase la vida de repente,
fue entonces cuando el héroe definitivamente
sacó por la vez última un palmo de su espada
Dime, si has visitado la Real Armería,
¿qué sentiste ante aquellas antiguas armaduras?
Mi verso evocativo perfila las figuras
heroicas que se pierden en esa lejanía
Poeta que a ti llego desde un remoto día,
¿cómo podré halagarte con mis palabras duras,
si estoy enamorado de aquellas aventuras
y sólo siento aquella vetusta poesía?
¿Quieres oír mi canto? Visita el gran museo
de las armas; y, entonces, colmarás tu deseo,
posando en esas viejas panoplias tus miradas
Tal, ya que a tu capricho mi inspiración someto,
como una de esas viejas panoplias, mi soneto
desdobla el abanico de sus catorce espadas.
Parto yo este soneto para decir la pena
que me trae tu muerte de cacique sonoro,
cuya maza de roble, cuya flecha de oro
una voz despertaron que en mi lira resuena
Parto yo este soneto como ante sacra pira
una nerviosa rama, que, en la doliente escena,
se arquea hasta que cruje rompiéndose de ira
Y así es como el soneto por el dolor partido
hace pensar que, en este momento que me inspira
pongo bajo la tuya mi septicorde lira,
para que los dos tengan un único sonido
Nuestras dos liras juntan sus cánticos diversos
y hacen que, al confundirse, pasen como un rugido
por las catorce cuerdas de estos catorce versos
Añoro yo aquel tiempo del miriñaque inflado,
de los bucles en torno de la ovalada frente,
de los largos zarcillos de plata reluciente
y del impertinente que hoy ha resucitado.
En un daguerrotipo, que un fiel enamorado
guarda, he visto una dama de aquel tiempo; y mi mente
se ha sentido confusa, porque en nuestro presente
ya no hay aquella gracia que hubo en nuestro pasado
¡Oh tiempo aquel de gentes que, al mirarlas de lejos,
aparecen rodeadas de una luz misteriosa,
cual si las reflejasen desconchados espejos!
Tibio rincón de encanto donde el amor chispea,
mientras que en el ambiente perfumado de rosa,
flota el rumor de un ósculo entre una melopea.
En la reja nerviosa gime una serenata,
bajo un celestinaje de picaresca Luna;
y tras la celosía, se presiente que hay una
mujer que es toda hecha de suspiro y de plata
El galán embozado sus querellas desata
en el claro silencio de la calle moruna;
y, como un ala de ave que roza una laguna,
va diciendo en su canto la pena que lo mata.
Cesa la melodía; cruje la celosía;
y la miel de un coloquio se disuelve en la hora,
hasta que el gallo dice la anunciación del día.
Se alarga un beso bajo la luna macilenta,
las penumbras sonríen y la reja se enflora
y esto es aquí y en mayo y en el año cuarenta.
Episodios galantes: citas breves y oscuras;
femeninos perfiles en cerradas calesas;
silbidos que se cruzan en la sombras espesas;
y brazos donjuanescos que aprisionan cinturas.
Abadías que amparan un hervor de locuras,
monasterios que tienen encantadas princesas;
breviarios en que cartas de amor laten opresas,
rosarios que en los dedos cuentan cien aventuras.
Es un tiempo que pasa todo él de soslayo:
la mujer sospechosa sufre siempre un desmayo
y el galán bajo el lecho disimula una cita.
Se diría que Venus a rezar ha aprendido;
y, beatíficamente, moja el ramo florido
de sus dedos rosados en el agua bendita
Y bien: todo ese tiempo de vidas amorosas
se estremece en la lira del poeta risueño,
que aparece en diez lustros como el único dueño
de cuanto sabe a mieles y cuanto huele a rosas
El poeta sonríe cuando habla de esas cosas;
y a través de su canto, como a través de un sueño,
Jesucristo sonríe también desde su leño
y todas las sonrisas se vuelven mariposas.
Noble, irónico, fino, disimula el manto
de su verso, el poeta, todo el vicio: su canto
torna el mal de las gentes en artístico bien;
y, resaltando sobre la liviandad oscura,
de esa edad que él cantaba, sólo, al fin, su figura
quedará por los siglos de los siglos Amén
Tengo una Virgen modelada en cera,
ante la que arde extática mi vida,
cual si fuese una lámpara encendida
que en honor de un amor se consumiera.
Por un rayo lunar de primavera
vino a mí, como el bálsamo a la herida,
esta gótica Virgen desprendida
tal vez de una litúrgica vidriera.
Yo haré que siempre inmaculada brille
la Virgen de la frente taciturna
y los ojos metálicos y tersos;
que, para que ni el aire la mancille,
la tengo -sin tocar- en una urna
hecha con los cristales de mis versos
La tarde se pasea como convaleciente
por el verdor espeso de los cañaverales
Desflécase una lluvia de menudos cristales;
y el paisaje retiembla como a través de un lente.
Las chimeneas rojas de la fábrica ingente
dan la impresión de un barco que espera las señales
para zarpar, y cuyas campanas funerales
de vez en cuando vuélcanse acompasadamente
Tal cual palmera impone contra el cielo su estampa
de abanicos, que luce calado el varillaje
Las nubes fugan. Chillan los insectos. Escampa.
Y un acordeón rústico alarga un danzón vago,
que se disuelve sobre la angustia del paisaje
como un jirón de niebla sobre la paz de un lago.
Renunciamiento. Anchura para nuestras miradas
y oración para el duelo de nuestros corazones
Es la hora propicia de las meditaciones,
de los poetas tristes y de las bienamadas
En los cañaverales se oyen chocar espadas;
en las nubes se miran galopar escuadrones;
y las rubias palmeras fingen crin de leones
que sacuden al aire sus cabezas colgadas
¡Oh visión opresora de la muerte del día
sobre el campo! ¡Oh tristeza que difunde lo verde
dilatándose bajo esta parda agonía!
La añoranza imperiosa La esperanza tardía
La emoción que se agranda La extensión que se pierde
Y un murmullo que empieza: -Dios te salve, María
¡Llena eres de gracia, madre Naturaleza!
Tú pones en mis ojos este Edén no perdido;
tú pones las más hondas palabras en mi oído:
tú pones el más alto laurel en mi cabeza
Y desde que en ti acaba todo lo que en mí empieza,
te hago saber ahora lo que de ti he aprendido:
sólo por ti mi verso tiene este buen sentido
de la melancolía bajo la fortaleza
Naturaleza madre: todo mi amor es tuyo
En los cañaverales soy un vivaz cocuyo,
que horada la espesura con un furor cruel
Y en las palmeras sueño con la triunfal entrada
en el corazón mismo de la mujer amada
de besos tropicales más dulces que la miel
El acordeón rústico envuelve en un son lento
y monótono el alma del paisaje sensual:
es un danzón que ondula como una cinta el viento
o como el rizo de una fontana de cristal
La tarde se deshoja, con el recogimiento
de una monja que sueña lejos del bien y el mal,
y la eglógica música aletarga el momento
y circunscribe toda la vida tropical
Acordeón, que tienes vaivenes de resaca:
algo hay en ti que rima con la nerviosa hamaca,
en donde la pereza se mece en blando son
Así, bajo el penacho de familiar palmera,
mientras se va muriendo la tarde, el alma entera
del trópico, parece que rima una canción
¡Qué impresión de alegría da esta casa, a manera
de canoa que duerme junto a un brazo de mar!
Leve techo de pajas y armazón de madera,
que recortan sus líneas entre un verde palmar
Aunque el agua la acosa, se levanta ligera
sobre estacas que préstanle expresión singular
de mujer, en la blanda y arenosa ribera,
aprendiendo, en las puntas de sus pies, a bailar
Goza de una pureza de cristal en su ambiente
Coquetea en las linfas Se enguirnalda la frente
el rumor de las fondas le regala un collar.
Y hasta aumenta esta dicha de sencillo donaire
tal cual garza, que, a veces, zigzaguea en el aire,
como copo de espuma que rompiese a volar
Vi yo que sobre el pecho tenías una rosa;
e imaginé que tú eras un ramo que surgía
de un cáliz de alabastro, y en él se convertía
cada uno de tus ojos en una mariposa
Rayos de sol tejieron tus cabellos undosa,
y, así, bajo tu cutis se transparenta el día;
por eso es que la rosa ceñirte parecía
en torno de una estatua de nieve ruborosa.
Estatua que apareces nimbada por un astro,
con cara hecha de rosas y cuerpo de alabastro,
en un jardín de plata, bajo un temblor de Luna:
al ver la rosa encima del busto de carrara,
pensé yo que del ramo de rosas de tu cara
se había desprendido sobre tu pecho una
Guardados en un libro -que narra los tormentos
locos de ese tiránico absurdo del amor-
están, como señales, de mudos pensamientos,
los pétalos del leve cadáver de una flor
¿Qué dulces remembranzas o qué afanes cruentos
se ocultarán en estos pétalos sin olor?
Románticos delirios o desfallecimientos,
que no hallaron manera de expresarse mejor
¡Oh la melancolía con que una sabia mano
dejó estas hojas sueltas, que hablan de un sueño vano,
de un corazón enfermo, de una ansia de morir!
Pétalos, expresivos de una emoción intensa,
son las sílabas de una palabra que se piensa,
sin tener el consuelo de poderla decir.
Diálogo de una hora Somero que he vivido
con una linda joven, cuyo candor no empeño
y a la que -desde lejos ya para siempre- pido
perdón por esa hora ¡Si hubiese sido un año!
Hora de una doncella que en mi alma ha florecido,
para hacer ya de toda mi vida un desengaño:
no hay - pues ni ha de ser mía, ni he de darla al olvido-
mujer que en menor tiempo me hiciese mayor daño.
No la podré en mi vida ya olvidar -¡es tan ella!-
ni escuchar -¡ y es tan dulce - ni mirar -¡y es tan bella!
El placer más pequeño cuesta mucho dolor;
pero, aunque sufra tanto, yo no sé todavía
si en un soneto cabe toda la poesía
con que en sólo una hora cupo todo su amor
No me ames como a un hombre que penetra en tu vida,
ámame como a un libro grato a tu corazón,
que ardientemente sabe cauterizar tu herida
o que como un consuelo te ofrece una canción.
Un libro (Sólo un alma que de letras vestida
surge a tus ojo como fantástica visión)
Tendrás en él tu acaso página preferida
que te hablará de muchas cosas que ya no son
Ámame como a un libro de sabio o de poeta,
en el que hallen refugio tu combustión secreta
y tu temor por cuanto pueda venir después
Ámame como a un libro de ensueños y de arcanos,
que, en un arranque brusco, se escapa de tus manos,
para dejar sus hojas deshechas a tus pies.
Don Miguel de Cervantes me prestará su pluma,
para escribir mi nombre debajo del proceso
Quien me enseñó su idioma, me enseñará a estar preso:
también quiso abrumarlo la pena que hoy me abruma.
Insinuará él razones de sutileza suma
y aguzará ironías contra el destino avieso;
así, sobre las olas de mi iracundo acceso,
se mecerá su risa como una flor de espuma.
Maestro de los siglos, me ayudará a ser fuerte:
el día que los hombres quieran pesar mi suerte,
vendrá a mí esa figura caballerosa y alta;
y cuando el fiel severo del tribunal se exceda,
me tenderá Cervantes la mano que le queda
o arrojará a un platillo la mano que le falta.
Nunca supe que vieja caravana
resbaló por tus márgenes frondosas,
bebió en tus aguas y peinó con rosas
tu retorcida cabellera cana
Hay en el culto de tu pompa indiana
sombras de héroes, espíritus de diosas,
y ecos de una sbatallas fragorosas
que parecen venir del Ramayana
En tu caudal de trágicas arrugas,
hacen temblar sus mallas los caimanes
y brillar su coraza las tortugas,
y en tu escudo ovalado y reluciente,
alrededor de un choque de titanes,
pone su monograma una serpiente.
Hablaba de la muerte y la sentía
como un temblor de vida demorada,
como una soledad arrebujada
en el fondo de cada compañía.
La imaginaba en todo lo que hacía
retroceder la luz o la mirada,
buscando en la palabra silenciada
el eco de la voz que disolvía
Hoy que tengo una muerte que me vive
sé que toda la suerte que se escribe
por la ruta del canto se desvía
Sólo el hondo silencio que no expreso
lleva el caudal de mi dolor y el peso,
porque es dolor cuanto era poesía
Poeta: ¡sacrifícate al Derecho!
Cuando lancearlo quieran, con tu mano
junta las lanzas, como el gran romano;
y dirígelas todas a tu pecho.
Tu verbo sea temporal desecho,
que obscurezca los días del tirano;
y por las noches, cual fantasma insano,
vela en la cabecera de su lecho...
Bruto es tan héroe cuando a César mata
como cuando la vida se arrebata:
si el odio es justo, el crimen dignifica...
Poeta: el criminal tiene su aureola;
¡porque, si es héroe quien su vida inmola,
es más héroe quien su honra sacrifica!...
¿A qué matarme? Quedará pendiente
siempre el recuerdo de mi vida entera;
y me aflige pensar que, cuando muera,
viviré en la memoria de la gente.
No, no puedo dejar que se lamente
mi heroica acción con frase lastimera...
y que todo el que piense: —¡Un hombre era!
diga con falsedad: —¡Era un demente!
Cuando siento llegar horas fatales,
envidio sólo al que por suerte rara
muérese en las entrañas maternales;
mas no comprendo el paso del suicida,
dejando el rastro aquí: me suicidara,
¡si pudiera borrar toda mi vida!...
Sin poderlo evitar, tal vez me quieres;
y mis pláticas dulces y armoniosas
te embriagan con las mieles de sus rosas;
ve lo que fuiste ayer, ve lo que hoy eres!
No quebrantes la ley de tus deberes:
dime sólo palabras amistosas;
que me conformo. El trato de las diosas
vale más que el amor de las mujeres...
Gozome sólo en contemplar tu huella,
como recuerdo de mi amor profundo,
borrándose en la arena del desierto...
Tal soñamos mirar lejana estrella,
por el rayo de luz, que a nuestro mundo
llega quizás cuando la estrella ha muerto.
Cuando en las viejas ruinas del Oriente
moderno explorador halla un tesoro,
al descubrir los ídolos de oro
que culto fueron de pagana gente,
¡con qué interés el alma del Presente
vuela a esa Edad, en que el sagrado coro
divinizaba en cántico sonoro
deformes monstruos de achatada frente!...
Mañana que esta Edad también sucumba,
futuro explorador, de tumba en tumba,
paseará por las ruinas su mirada:
¡y qué espanto tendrá, qué rara idea,
cuando brillar entre las ruinas vea,
como joya rarísima, una espada!...
¿De dónde aquella de abultado seno,
blanca a manera de ritual paloma?
Quizás del bosque de vetusto aroma,
porque es la ninfa del pasado heleno.
Lascivo amante, de cautela lleno,
corre tras ella; entre las manos toma
el talle; y luego, sobre el hombro asoma
su puntiaguda barba de sileno.
¡Mitológico grupo! La escultura
copiarlo debe; que, con nuevos trajes,
al remozar la clásica aventura,
forman pareja de exquisito gusto
una ninfa entre un vértigo de encajes
y un sileno de frac que le da un susto.
Dame el buril con que grabar solía
el artífice heleno, en copas de oro,
ninfas danzantes en alegre coro
y sátiros con rostro de ironía.
En el contorno de la estrofa mía,
grabaré, como artístico tesoro,
tu egregio busto, tu imperial decoro
y tu perpetuo abril de poesía.
Mas tu copia mejor no vale nada,
desque me ocultas con tu faz de diosa
el abismo de tu alma disoluta,
¡como si entre esa copa burilada
me brindases, con mano mentirosa,
envuelta en oro la mortal cicuta!
Tú sabes que tu afán es prematuro;
tú sabes que no es tiempo todavía
de que derrame el suspirado día
luz de justicia sobre el antro obscuro.
Si el porvenir es sordo a tu conjuro,
si es inútil tu ardor en la porfía,
calla y contempla con mirada fría
las penumbras inquietas del futuro...
Canta al sol, cuando el sol bese la cumbre,
pero hoy, sumido en ti, sella tu boca:
¡y que ruede a tus pies la muchedumbre!
¡Más vale ser, guardando el pensamiento,
mudo y firme a la vez como una roca,
que hablador y voluble como el viento!
El genio no es la nube, que de rayos preñada,
busca un lecho en las sombras; el genio no es la espada,
que, de sangre sedienta, se goza en el combate:
es el peñón, no el río; la valla, no el embate...
El genio es como el cóndor, que con veloz mirada
bajo sus pies contempla la tempestad airada;
pero garras no tiene, sino alas con que abate
las alturas en donde nada vibra, ni late.
Cuando el genio contempla los abismos, entonces
hay en sus verbos fraguas, dinamitas y bronces;
porque él todo lo dora, como la luz del día.
Tal Dios, que ve impasible la dicha y el quebranto,
nunca se ha sonreído, nunca ha vertido llanto;
porque Dios esta inmóvil, y lo humano varía...
Homero está tranquilo: sus épicas canciones
tienen relampagueos, vértigos y explosiones;
pero él está tranquilo, como gimnasta raro
que sin quemarse pasa por entre el ígneo aro.
El Dante está sereno: canta obscuras regiones
de tormentos rebeldes y sórdidas pasiones;
pero él está sereno, como solemne faro
Que en la pavura negra pone su punto claro.
Shakespeare y Goethe ahondan dos abismos profundos
—corazón y cerebro— donde se agitan mundos;
y ni el de Albión se inquieta, ni el de Weimar vacila...
¡Así la altiva cumbre, del hielo de su frente
desata, como el genio, las furias de un torrente;
pero ella, como el genio, también está tranquila!...
Si vivir es luchar, —cuando la pluma
vibre en la mano del poeta ardiente,
debe el poeta levantar la frente
y sacudir el miedo que lo abruma.
Si escribir es luchar, —la gloria suma
es azotar al déspota insolente,
que estallando la ola prepotente
cubre su sien con delicada espuma...
Reviente el verso al roce de la chispa;
y zumbe de la gloria entre las palmas
con el tenaz zumbido de la avispa...
¡Que por la ley eterna de las cosas
y por la ley eterna de las almas,
los versos sin espinas no son rosas!
Hoy ¡oh mundo brutal! mi alma te mira
con lástima y desprecio; que tú mismo,
a sepultarte al fondo del abismo,
vas impotente en medio de tu ira...
El sacro fuego que a cantar me inspira
resistirá tus golpes de egoísmo:
no insultes mi doliente escepticismo.,
no profanes eÌ culto de mi lira...
¡Vano es que quieras apagar mi fuego!
Tenaz y altivo —al modo de aquel griego—
ya que nunca tu aplauso me concedes,
... saldré a encontrar el carro del Destino;
y, arrojándome en medio del camino,
gritaré a toda voz: —¡Pasa si puedes!...
Sombra profunda. El salmo de mi vida
se ahoga en el silencio de la muerte;
y como un buzo, en la futura suerte
sumergo la cabeza estremecida...
Tal como un ave con el ala herida,
yace la estrofa de mi laúd inerte:
ojalá que otro vate la despierte,
porque no muerta está, sino dormida...
Pulse otro vate mi laúd de acero;
y entonces, como flechas, mis canciones,
rápidas tomarán rumbo certero;
y cada verso que germine y se abra
será el Juicio Final de los mandones
y la Resurrección de la Palabra...
Entre la lobreguez de mi destino,
cambian y mezclan las canciones mías
de Juliano las foscas herejías
con la plácida unción de Constantino...
Para aclarar la vista, no adivino
el mejor medio en mis oscuros días;
si la oración ferviente de Tobías
o la brutal lanzada de Longino...
Alternado el dolor blasfema y ora...
Ora y blasfema el infeliz cautivo
en sus noches de duda sin aurora;
y así de una sonrisa con la raya
trajo la fe, —que salta como el vivo
pez que un tumbo arrojó sobre la playa...
Si falta libertad, sobra la vida...
Pensándolo quizás el vil tirano,
vuelve a ponerme el hierro entre las manos
y renueva la lucha concluida...
Pensándolo también, rota la brida,
pábulo doy a mi furor insano:
¡jamás el que me hirió pretenda en vano
halagarme curándome la herida.
Por eso en la prisión el verso zumba
pidiendo sólo libertad o entierro;
que una puerta también se abre en la tumba...
Y muerte pido en dolorosa queja;
porque me aflige contemplar el hierro,
de arma de honor, prostituido en reja...
Mientras haya en la cúspide un tirano,
mientras haya en el antro un prisionero,
mientras en la ciudad quiera el guerrero
hacer lo que en la breña y en el llano,
mientras no se alce el Pueblo soberano,
yo, hecho Job de este inmundo estercolero,
he de cantar las rabias que el acero
siente al hallarse entre la puerca mano...
Y cual mano que rueda cercenada
prendida siempre al puño de la espada,
bregando seguiré siempre con ira...
Y logrando aplastar a los perversos
los hundiré en la cárcel de mis versos;
¡y como reja les pondré mi lira!
Tintas de conchaperla desde el cielo
fórmanle fondo a la disuelta bruma,
en que la ardiente fantasía espuma
paisajes locos con febril desvelo.
Una barca al impulso de su anhelo
entreabre el mar con sutileza suma;
y rasga rapidísima la espuma,
como rasgando de una novia el velo.
La tarde enlobreguece la ribera;
y el astro rey, antes de hundirse a solas
del horizonte tras la azúrea raya,
con un último lampo reverbera
en las arqueadas lenguas de las olas
y en los tendidos peces en la playa...
Encima de una tumba, con exceso,
en el mismo panteón, pareja amante,
recorre, entre aturdida y delirante,
toda la gloria musical del beso.
¡El humilde panteón en donde el yeso
quizás nunca hecho estatua se levante,
hoy ve el cuadro que vivo y palpitante
forma la carne sobre tanto hueso!
Los amantes se ocultan temerosos;
por eso astutos el cuidado toman
de guarecerse en las mortuorias fauces.
Ahí, murmuradores y curiosos,
desde la vecindad, sólo se asoman
sobre las tapias los arqueados sauces...
Es la quebrada una insolente brecha
que con tajo viril corta el camino,
y rauda precipítase y sin tino
hacia el mar que encogiéndose la acecha.
Ante el mar la quebrada se despecha,
al no poder seguir en su destino;
se contrae con golpe repentino;
y se abre, como un libro, al fin deshecha.
Ella que luce en fértiles adornos,
de vida tropical, fuerzas extrañas,
turbando la aridez de los contornos
fecunda todo en su interior abierto,—
¡cual madre que se abriera las entrañas
para darle calor al hijo muerto!
Centinela avanzado que se empina,
defendiendo del mar la dulce aldea,
sueña el morro en la bárbara pelea
de la ola estallando repentina.
De la playa, a los cielos se avecina;
y, en su sien escarpada y gigantea,
la luz del sol pictórica chispea
o la bruma temblando desafina...
Como cuanto más alto es cada monte
puede más de su cumbre divisarse,
porque se ensancha más el horizonte,
asombrado del morro ante el anhelo,
¡nadie atina si el morro al empinarse
más agua quiere ver o ver más cielo!...
Inflámase la isla, allá, a lo lejos,
con los sanguíneos besos de la tarde,
mientras haciendo el sol su último alarde
dora del mar los límpidos espejos.
Asilo de posteros reflejos,
la isla por el sol de pasión arde;
y a su pie el mar inclínase cobarde,
llorando triste sus amores viejos...
Antes de que Moisés con fuerza extraña,
a un golpe, del peñón de dura entraña
sacar lograse el manantial que encierra,
alguien hizo más grande maravilla,
¡porque golpeó con mágica varilla
en la mitad del mar... y brotó tierra!
Filósofo es el mar: se alza y se llena;
y después de estallar en broncos ruidos,
corta su voz, apaga sus latidos,
y se dilata en la extensión serena.
Sabe que hay una ley que lo refrena;
y, sus sueños al ver desvanecidos,
se queja con furiosos alaridos
y como un gladiador rueda en la arena.
Almas que el ansia de luchar obstina:
venid conmigo a la arenosa raya,
y veréis cómo el mar también se inclina;
que el rendirse ¡ay! cuando el vigor se abruma
es solamente respetar la playa,
¡y dejar de ser ola, y ser espuma!...
El despeinado copo juguetea
al golpe de ala del cansado viento,
que retiembla sin brío y sin aliento,
sobre la espuma que a su soplo ondea.
El pato nadador se balancea,
al resbalar con tardo movimiento,
por el azul cristal, que un firmamento
cuajado finge donde el sol chispea.
El blanco cisne, incólume y tranquilo,
arqueando el cuello, al desgarrar la espuma,
bate del ala el recortado filo.
Y doblegado, con las fibras flojas
por el dolor, un sauce que se abruma
llora en el agua sus marchitas hojas...
Echado está a mis pies: hunde dormido
la cabeza en las patas delanteras
y así sueña con todas sus carreras
y con todas las liebres que ha cogido.
Largo, elástico —así como tendido
con ímpetu veloz en las ligeras
ansias conque recorre las praderas—
se despierta y sacude al menor ruido.
La cenicienta piel, aunque se afana
el hueso por salir con raro empeño,
finge el lustre de limpia porcelana.
Súbito tiembla: con extraña fiebre;
porque ve que en los campos del ensueño
donde menos se piensa está la liebre.
El golpe de la hoz sobre la espiga
repercute en el cielo; porque el cielo
hace del trigo el pan que calma el duelo
y hace la hostia que el pesar mitiga.
El codiciado pan de blanda miga
y la hostia ritual son, sobre el suelo,
trasuntos de ese Dios que da consuelo
al mismo que lo insulta y que lo hostiga.
En el campo la espiga que se mece
a compás de las músicas del viento,
siempre hacia el cielo sin doblarse crece.
Heraldo el trigo de ventura y calma
cuando no es hostia, es pan: es alimento,
¡cuando no para el cuerpo, para el alma!
Dejad que goce en amistoso trato
del verde campo y del verano austero:
más que la lid de Napoleón preflero
la deliciosa paz de Cincinato.
Ajeno al banal ruido y al boato,
sin huir de la paz seré un guerrero;
y, en el arado, blandiré ese acero
que es súplica de amor y no mandato...
Abre el arado fecundante herida,
en que germina la gloriosa suerte
de la campiña plácida y serena;
porque ese acero es libertad y es vida,
en vez de aquel que es tiranía y muerte,
¡tajo en la espada y nudo en la cadena!
Simbólico festín. Amplia y espesa
enramada de vides forma el techo;
y de la hierba húmeda en el lecho,
tendida se halla la silvestre mesa.
Sobre los hombros de un gran Atlas pesa
un recipiente, para tanto estrecho,
en donde saltan del montón deshecho
la pilla enorme y la menuda fresa...
Corona la alta torre una partida
manzana de oro, que a gustar provoca
frescas corrientes de ignorada vida;
y empinándose así la torre ufana,
se hace una torre de Babel que toca
el cielo del amor con la manzana.
Bajo la yerba se desliza y salta,
rompiendo el tallo y profanando el nido,
en zig zag caprichoso y aturdido
como presa de fiebre que la exalta.
Al rededor de la robusta y alta
encina secular trepa, sin ruido;
y enroscada después, lanza el silbido
alentador de la primera falta...
Entre los sueños de mi mente oscura,
triunfante en el macábrico dominio,
la he mirado surgir reseca y dura;
y vibrar en los aires, empuñada
por el Genio infernal del Exterminio,
matadora y viril, como una espada.
Piedra con vida, que al saltar sin tino
del negro monte por el seco tajo,
vas a caer en el oscuro y bajo
charco, —espejo de todo lo mezquino.
¡Qué pequeño y qué torpe es tu destino!
¡qué torpe y qué pequeño es tu trabajo!
sólo sirves, así conio estropajo
para limpiar el lodo del camino...
¡Oh bufón de los campos! si te irritas,
—como un puño apretado— en la maleza
muestras al cielo tu joroba y gritas.
Hundir debieras la aplastada frente;
que, así chato, pareces la cabeza
rebanada de golpe a una serpiente.
Hoy se celebra la triunfal entrada
de Jesús a Salem: blanda pollina
con adorable carga se encamina
por la senda de rosas alfombrada.
Luciente procesión. La aglomerada
plebe, que entorno de Jesús se empina,
vibra la palma de la fe divina
cual pudiera vibrar odiosa espada.
¡Y el Saqueo está ahí! La ajena gloria
curiosidad despierta: ¡y pobre el alma
que nunca en otra provocó un deseo!
Es una ley por eso, de la Historia,
que así como en el triunfo hay una palma,
en la palma del triunfo haya un Saqueo.
El buey, que de paciencia se reviste,
cruza a calmar la sed en el torrente,
mientras corre el novillo alegremente
tras de su hembra que a amarle se resiste...
Nada tan duro y tan cruel existe
como el yugo sufrir del impotente;
y tener ¡ay! que doblegar la frente
cuando se alza el amor. ¡Nada tan triste!...
Palpita el ansia que fecunda y crea;
y ante el cuadro triunfal de los amantes,
parece que hasta el árbol palmotea...
El buey se cubre de un sudor de fragua;
tiembla; los ve con ojos vergonzantes;
inclina la pabeza y bebe su agua...
El dómine paciente y circunflejo,
de calado birrete, se pasea;
y medita y trabaja en una idea,
con febril ademán y hosco entrecejo.
Mientras uno decora con despejo,
otro alumno cantando deletrea;
y la tropa infanlil chilla y vocea,
fija y pendiente del callado viejo.
¿En qué piensa el señor? Pierna que todo
a golpe de palmeta y por espanto,
si no cambia de ser, cambia de modo;
y piensa que no hay acto ni hay objeto,
que no se encierre en la lección de canto
de la escala inmortal del alfabeto.
Allá se ven de la vecina aldea
las burladoras aspas de molino,
girando arrebatadas y sin tino,
con fe que impulsa y rabia que jadea.
Una estrofa en las aspas voltejea,
lanzando al cielo el cántico divino
del hombre triunfador sobre el Destino
y del viento enfrenado por la Idea.
Cuando, entre las penumbras de la tarde,
veo allá... los molinos, donde en vano
un gran beso de sol palpita y arde,
¡espero ver que de las aspas brote,
sobre flaco rocín, y lanza en mano,
el tipo espiritual de Don Quijote!...
Mil lámparas alumbran la agonía
del buen Jesús. En el rasgado velo,
palpita, así como con sacro anhelo,
el germen áureo del Eterno Día.
Allá, al fondo, en la bóveda sombría,
rueda la bruma con pausado vuelo:
cada rincón obscuro se hace un cielo;
cada mundo de pena, una alegría...
¡Impiedad es la luz! Por eso luego
la Iglesia, con la sombra en que se enluta,
va enjugando sus lágrimas de fuego;
y al fin un solo cirio se estremece,
ante la cruz cuya silueta enjuta
adelgázase más cuanto más crece...
Hasta el árbol tronchado en el camino,
sin hojas, y sin frutos, y sin flores,
puede prestar asiento a los pastores
y un báculo prestar al peregrino.
Así el anciano de experiencia y tino
máximas da que evitan sinsabores:
y sin savia, ni aroma, ni colores,
cumple su ley y tiene su destino.
¡Oh, labrador! Escucha mi consejo:
te debes resistir cual me resisto
a cortar ramas aunque estén desnudas
porque puede salir de un árbol viejo
quizás la cruz en que sucumba un Cristo,
quizás la rama en que se cuelgue un Judas.
La aldea ayer no más entristecida
cobra hoy nuevo placer; que en torno vierte
alborozada luz la misma Muerte
desde el cénit de la perpetua Vida.
Como corcel que destrozó la brida,
el alma deja la materia inerte;
y entre los bruscos cambios de la suerte
brota transfigurada y desprendida.
Es la Resurrección. Mientras que llena
la Pascua todo de inefable brillo,
surge el aldeano en traje dominguero;
y luego, en aras de la alegre cena,
se inclina a la amenaza del cuchillo
la humilde frente del pascual cordero...
¡Entrad!—me dijo el estirado paje;
frunció la faz con rápida sonrisa;
y descorrió de golpe en la cornisa
el doblegado alón del cortinaje.
Ceñido el cuello de espumoso encaje,
surgió ella leve, vaporosa, aprisa,
ahogando el taconeo con que pisa
entre el frufrú de su sedoso traje.
Nos saludamos con cortés palabra.
Hablamos del estío adusto y fiero
y del trabajo que fecunda y labra.
Hablamos de la ardiente poesía;
hablamos con ardor... Cogí el sombrero;
y le estreché la mano: ¡estaba fría!
Olor de nido. Sonrosada lumbre,
tras la pantalla, esplende en la cortina,
entre la cual a Venus se adivina
llena de placidez y mansedumbre.
Como el pálido copo de la cumbre,
yace Venus, helada y cristalina;
mientras que afuera el campo desafina
con su rumor de ronca muchedumbre.
Duerme ella al fondo de su cuja blanca,
luciendo un brazo que torneado arranca
y el alabastro de su seno combo,
sin más testigos en la paz nocturna
que el Cristo agonizante entre la urna
y los chinos bordados sobre el biombo...
Mágico hervor, que se dilata en torno,
saltar hace la nota cristalina
de la ancha copa, que el aldeano empina,
del carnaval por el feliz retorno.
Es un arado el singular adorno
único que impresiona la retina;
y allá, tras de la puerta, se adivina,
caduco, ahumado y ceniciento un horno.
Hoy es Pascua. Hoy del sol al postrer lampo,
bebe una misma copa con su amada
el labrador, por la salud del campo;
y hoy a la cena la Embriaguez asiste,
danzando al rededor de una colgada
ave sin plumas, retorcida y triste.
Al otro lado del cequión, vecinas
a una choza infeliz, tienden sus brazos
dos cruces, en que cuelgan a pedazos
dos coronas que hoy sólo son de espinas.
¿Quiénes duermen ahí? Leyes divinas
juntan quizás, en póstumos regazos,
a dos héroes que ayer, rotos los lazos,
combatieron rodando por las ruinas.
¡Ah! Yo sé que en incógnito heroísmo
si, entre los choques de la lucha acerba,
muerde el polvo el intrépido soldado,
tendrá su tumba en ese polvo mismo,
y en esa tumba crecerá la yerba,
y en esa yerba pastará el ganado...
Como en la misma iglesia vive el cura,
al primer resplandor de la mañana
lo visitan en turba soberana
niños llenos de gracia y de hermosura...
Él los deja jugar a su ventura;
y al par que uno sacude la campana,
otro hecho fraile en levantar se afana
el cáliz sacro a la divina altura.
Si el cura al cielo la mirada tiende,
todos los niños en alegre coro
ante el altar de Dios rezan y cantan.
Diga el cristiano si el señor desciende
cuando el cura levanta el cáliz de oro,
o cuando aquellos niños lo levantan...
Las campanas anuncian la fiesta;
el petardo revienta rotundo;
y el pilluelo taimado y jocundo
con sus risas perturba la orquesta.
Procesión fervorosa y honesta
luce el palio, en que arroja este mundo,
con las rosas de campo fecundo,
las de triste y malvada floresta...
A la vez que el repique en la torre
rimar logra con raudo cohete,
que cual sierpe metálica corre.
Judas arde y se lanza al infierno
por los aires, volando, jinete
en enorme y diabólico cuerno...
Joven asno, que trotas y te alejas
con tu carga de amor, oye mi acento;
y no porque te zumbe alegre el viento
sacudas tus larguísimas orejas.
Óyeme, asno cruel, ¿por qué no cejas?...
¿Por qué huyes con tu aldeana en el asiento,
si símbolos de dicha son, jumento,
las herraduras que estampadas dejas?
¡Joven asno, oye bien! Yo te daría
este rincón que es el mejor del prado,
este árbol que hace sombra todo el día,
este arroyuelo que temblando arranca...
¡por ese pie que aprieta tu costado,
por esa mano que palmea tu anca!
No es el corcel, que en el feral combate
salpicándose va de espuma blanca;
y que en salto veloz se desbarranca
al empuje viril del acicate.
Es el que trabajando no se abate;
que a la fecunda Ceres lleva al anca,
y que entre el polvo que trotando arranca,
remueve el grano que en el surco late.
Él no ha sentido por los rojos lampos
impresionada la febril pupila;
él vela por la vida de los campos.
Y como lejos de la lucha acerba
es enemigo del corcel de Atila,
donde pone los pies... ¡brota la hierba!
El pilluelo del campo es el pilluelo
más lleno de destreza y de osadía,
que se despierta cuando el nuevo día
le despierta también allá, en el cielo.
Métese en el corral. Arroja al suelo
el árbol más amado en la alquería;
y escala el muro, y rueda por la vía,
y cruza el monte sobre un asno en pelo.
Sacudiendo el mechón en su escondrijo
trépase al pino o se hunde entre las yedras
con su rojo pañuelo al cuello fijo.
Y allá en la calma de sus ocios vagos
busca piedras, y rompe con las piedras
¡todos los vidrios de los tersos lagos!...
El viejo militar endurecido
no tantos lances ni victorias cuenta,
como el buen pescador, que en la tormenta
duérmese al son de tumultuoso ruido.
Él, por las olas trémulas mecido,
cuando la bronca tempestad revienta,
piensa en su hogar y en su familia hambrienta:
ave que sufre, se dirige al nido...
Cuando alza el día su cantar sonoro,
recoge alegre el pescador sencillo
en las preñadas redes su tesoro;
¡y, en medio del placer con que se inflama,
de las monedas adivina el brillo
sobre eñ plateado lustre de la escama!...
Una perpetua lágrima de plata
en su inmenso dolor llora la fuente;
y esa lágrima corre cual serpiente
que entre el húmedo musgo se desata.
Inquieto arroyo, que humillado acata
la ley que le hace doblegar la frente,
besa al soslayo y prolongadamente
el verdor que en las linfas se retrata.
Vedlo: marchando ciego en su destino
por las pendientes rápidas se aleja,
sin escoger ni preferir camino;
y siempre amante y con el mismo gusto
sobre sus ondas límpidas refleja
la flor gentil como el reseco arbusto...
Soberbio mar. Una irritada ola
abre los abanicos de su espuma;
y palmetea con presteza suma
sobre una peña indiferente y sola.
La arena se abrillanta y tornasola,
al halago de Febo que se abruma,
mientras allá... leve girón de bruma
ciñe a la cumbre espiritual aureola.
En las ondas elásticas, las yerbas
retozan y se entregan a la orilla,
entre las ansias de la lucha acerbas.
De pie, sobre la peña, álzase un viejo,
que absorto con su anzuelo y su varilla
sólo atina a pescar un gran cangrejo.
¿No deseas, amada, a las sencillas
gentes del pueblo unirte placentera
y pasearte conmigo por afuera,
entre flores, aldeanos y avecillas?
Los árboles —soldados en guerrillas—
cuidan la polvorosa carretera,
que cruza, como un cauce, la pradera,
seca el agua y borradas las orillas...
Al tornar a este pueblo, del vecino,
con todas sus brillantes lentejuelas
como una bruja saltará la Noche;
y para no extraviarnos del camino,
seguiremos las líneas paralelas
que trazaran las ruedas de algún coche.
En la playa do se rompen los oleajes iracundos,
en la tumba do se apaga tanta cólera encendida,
se columbra el horizonte de la Tierra Prometida
que se ensancha ante los ojos de los tristes moribundos.
Inflamándose en la atmósfera esos gérmenes fecundos,
que celebran el consorcio de la muerte con la vida,
hacen sólo al Universo breve punto de partida
para el viaje del espíritu a través de eternos mundos...
Frío el mármol vanidoso, tibio el seno de los campos,
preferible es dormir siempre dentro el hoyo de un sendero,
bajo un árbol que acaricien los rocíos y los lampos.
¡La Natura en sus campiñas brinda a su hijo abiertas fosas;
y por eso en las entrañas de la Madre dormir quiero,
la mteria hecha gusanos y el alma hecha mariposas!...
Como desborde que febril avanza
por las campiñas con salvaje brío,
la ciudad se despuebla en el estío
y hacia la aldea sin temor se lanza.
Contúrbase la dulce venturanza
de la aldea a la fuerza del gentío,
como laguna al recibir un río,
que ansioso de amplitud por fin la alcanza.
De gozar ya cansado, noche y día,
—en el mar o en el campo, brisa u ola—,
huye el tumulto a la ciudad sombría;
mas siempre inmensa hacia la aldea sola
toma en verano aquella farsa impía,
que se viste de frac o arrastra cola...
¡Oh víctima triste de estúpida guerra, que yaces dormida!
¡oh aldea arruinada que en polvo infecundo descansas la frente!
¿por qué no te empinas; y rompes, con soplos de espíritu ardiente,
la paz del sepulcro, que bajo la losa te tiene oprimida?
Los viejos campeones con mano crispada, se tapan la herida,
y siguen luchando, con toda la furia de su alma valiente:
preciso es ¡oh aldea! que te alces airada también de repente,
y sigas la lucha, la bárbara lucha de toda la vida...
¡Camina! Es preciso marchar con el rumbo que lleva el Progreso:
preciso es que, a impulsos del ansia, deslumbres mañana, si hoy brillas,
llevando en las sienes de un sol sin desmayos prolífico beso.
¡Sacude la niebla! Ya el sol en tu rostro se empina y se agranda;
y allá... sobre el flanco del morro, en las tristes y abiertas orillas,
te gritan las olas golpeando las peñas: —¡Levántate y anda!...
Suspirando en las cuerdas de mi lira,
la inspiración a torturarme empieza;
y el suspiro —hecho mundo— en mi cabeza
por los abismos de la mente gira.
¿Quién cuando a Venus en las aguas mira,
no suspira al mirar tal gentileza?
Muda es la admiración a la belleza;
y el verdadero amor —no habla— ¡suspira!
Con vago ideal, con místicos temblores
y con arrullos de apagado acento,
el suspiro disipa los dolores;
y es, dando fuerzas e infundiendo calma,
jirón del alma... convertido en viento,
jirón del viento... convertido en alma.
Como el que lucha hasta el postrer instante
y no como el que tiembla y se intimida,
caí, pero no a plomo: mi caída
describió una parábola gigante...
Fui el más amado de tu pecho amante
y fue el alma entre todas escogida:
mas quise hacerte vida de mi vida:
y entonces la Beatriz huyó del Dante.
Volví al infierno. En el infierno ahora
sueño con que tu mano protectora
me levante a las cumbres del pasado;
debe de ser hermoso y elocuente,
ver entrar a los cielos nuevamente
a Satán redimido y perdonado.
¡Oh, selva virginal! El arte es huella
De explorador en selva enmarañada
Tal el rayo de sol de una mirada
Penetra el corazón de una doncella.
¡Oh selva virginal! Óyense en ella
De la fiera que corre la pisada,
Del río que se va la carcajada,
De la hoja que cae la querella...
Allí, cuando la lira ensaya un beso
Y rompe desde el árbol de la vida,
En nuevos cantos de rarezas sumas,
Huye... y se pierde entre lo más espeso
Una musa pagana, perseguida
Por un salvaje de pintadas plumas.
Hay en mi selva venenosas flores,
Frutos de salvación, crudas espinas
Y maderas de olor... Veta de minas
Guarda en libros de piedra sus fulgores.
Los suspensos follajes protectores
Se espejean en fuentes cristalinas,
Como fantasmas de dolientes ruinas
En los ojos de cándidos Amores...
Término huyó. Mi selva no rehúsa
Ya los vientos de ayer y de mañana,
Ya los diluvios de los libres riegos...
¡Deje siquier la fugitiva musa,
Sobre un tronco de selva americana,
Su dulce nombre en caracteres griegos!
Siempre que el sol se rinde en su carrera,
La virgen selva enluta sus paisajes;
Y hay pláticas de viento en los follajes.
Besos de amor y apóstrofes de fiera.
Se presiente lejana madriguera;
Se ven sombras jugando en los ramajes;
Y se adivina un grupo de salvajes
Alrededor de luminosa hoguera...
La selva ciñe en su profundo duelo
Por corona el relámpago fulgente,
Que el ala bate en el negror del cielo,
¡Hasta que el sol, al verla de soslayo,
Funde, para corona de su frente.
Siete colores en un solo rayo!...
Si el espacio se encuentra oscuro y frío
del alto azul tras el ficticio velo,
tú, que en los ojos tienes todo un cielo,
tienes tras de los ojos el vacío...
Tras el velo celeste ¡oh, amor mío!
existe un Dios para el creyente anhelo;
y los astros, sin fin, tienden el vuelo;
donde el reino de Dios niega el impío...
Pero tú siempre, con imbécil calma,
yerta al placer y yerta a los enojos,
inmóvil, muestras la aridez de tu alma.
Y así detrás de tus pupilas bellas,
y así detrás de tus azules ojos
¡hay un cielo sin Dios y sin estrellas!
A veces, cuando pienso que no es nada
la grandeza más alta de la vida,
rasgar quiero las vendas de mi herida
y bajo el firme pie quebrar mi espada.
Cuando a veces, después de la jornada,
llego a ver que el estímulo se olvida,
admiro el audaz paso del suicida,
conquistador de la verdad callada...
Veré desde hoy, por eso, indiferente
al héroe que su diestra hunde en la brasa
y al que defiende con su diestra un puente
que ante la ley que lo sojuzga todo,
no es mérito el dejar cuando se pasa
estampadas las huellas en el lodo.
Ya sin odio ni amor, la fe perdida,
la sonrisa borrada y seco el llanto,
cuando duerme Saúl le corto el manto
y prosigo mi marcha imerrumpida...
¿Para qué la venganza? Ya la herida
se olvidó del puñal... ¡Ya el postrer canto
el cisne, enfurecido del espanto
lanzó sobre las charcas de la vida!
Cansado ya de este combate recio,
todo lo juzgo y lo desprecio todo,
desde la excelsltud de mi desprecio;
y mi desprecio en colosal marea,
sobre toda montaña sube un codo
y sobre todo espíritu una idea...
Tu alma no está, como tu cuerpo, inerte.
Cuando te veo muda y pensativa,
con la dureza de una estatua viva,
me pareces el Ángel de la Muerte...
Eres, fingiendo, por contraria suerte,
dócil, flexible y a la vez esquiva:
si dócil como el junco eres altiva,
flexible como el látigo eres fuerte.
Sé que me amas y finges que no me amas.
¿Cuál pensamiento entre tu mente gira
que bajo de la nieve oculta llamas?
Lo sé: finges desdén, me muestras duda,
mientes, sí; porque a veces la mentira
es el rubor de la Verdad desnuda!...
Eres fría; y así como los yesos
que en trepadora red ostentan flores,
te enfatúas de tus galas exteriores,
bella envoltura de mezquinos huesos...
Ayer me amaste, hoy me desdeñas. Esos
que se afanan por ser mis sucesores,
mi amor repetirán con sus amores,
porque te besarán sobre mis besos...
Pero borra mi nombre de tu historia
ya que flo tuvo tu pasión ternura,
ya que no tiene tu desdén memoria.
Lamenta sólo tu primer fracaso;
porque antes que la sed que el vaso apura
terminose el licor... ¡se rompió el vaso!
El bardo melenudo y decadente
se pasó sutilísima y ligera
la mano por la blonda cabellera,
y se la alborotó sobre la frente.
Plegó después el labio sonriente;
alzó los ojos a la azul esfera;
y con voz melodiosa y plañidera
rompió el silencio de la absorta gente.
Y dijo sus estrofas. Nadie pudo
sorprender los oscuros simbolismos,
ni salió nadie del asombro mudo.
De súbito estallaron las palmadas,
pero sonaron los aplausos mismos
como si hubieran sido bofetadas...
Indolente y gentil como Afrodita
ensayas las más lánguidas posturas;
y en tu diván, mirando las alturas,
eres el abandono que medita.
Saltas, al eco de tu amor que grita;
vibras, al diapasón de tus locuras,
que, en tus formas de lira, hay curvaturas
de la sensualidad más exquisita.
El voluble abanico, que en tu mano
cándidamente y a compás se mece,
te da un tinte de amor extramundano;
y, bajo de la túnica, el pequeño
pie en que termina tu beldad parece
ser el punto final de todo un sueño...
Eres fría. A tus labios no se asoma
ni la risa, ni el grito, ni la queja:
estatua fueras en la Atenas vieja,
mujer no fueras en la vieja Roma.
Como estatua de sal, si a veces toma
gesto vibrante el arco de tu ceja,
es porque en tu pupila se refleja
el rojo incendio de infernal Sodoma.
¡Tú desdeñaste a jóvenes de brío,
y en matrimonio trágico y sombrío
a un anciano te uniste sin conciencia;
y la justicia del amor burlado,
como que eres de sal, te ha condenado
a que te lama el buey de la Impotencia!
Estaba ansioso de luchar. No en vano
se estremecía la vibrante espada
por cruzar, en la lid, desenvainada,
cual voladora sierpe en el oceano.
Más noble es ser torrente que pantano;
y era justo oponer en lucha airada
contra la oscuridad una mirada
y un amor puro contra el odio humano.
Palpitando de horror, con ansias sumas,
mi corazón clavado de puñales
sería un ave de aceradas plumas...
¡Preciso era subir! Perdí la calma;
y me lancé a los ásperos breñales:
¡cuando a lo alto llegué, sólo era un alma!
Soñé que estaba muerto, Años hacía,
durmiendo en paz las ansias de la guerra,
me solazaba en abonar la tierra
que con amor de madre me cubría...
Entre mi tumba estrecho me sentía;
y, como el león que el domador encierra
contra la jaula con furor se aferra,
yo, viviendo otra vez, sobresalía.
Vi también que, por leyes misteriosas,
de las carnes brotaban los gusanos,
pero que se tornaban mariposas...
Súbito, no vi nada: era un abismo;
cegué; me estremecí; tendí las manos;
¡y caí desplomado... entre mí mismo!
El desdén de los dioses no hace galas
de poder, ni de cólera al protervo:
César desdeña el odio de su siervo.
¡A odio con arpón, desdén con alas!
Puede el odio trepar por sus escalas
hasta el santuario que a mi amor reservo;
mas yo he de ver al pavoroso cuervo
rodar sin fuerzas a los pies de Palas...
Jamás importarán a mis enojos
nada la ingratitud, nada el mal paga,
nada los cuervos sacadores de ojos;
que en mi alma se desploman los insultos,
como peñascos en proiundo lago,
¡que ha de guardarlos para siempre ocultos!...
¿Quiénes son, dónde están los que han querido
mancillar mi honradez con su impostura?
Hay nieves y no fangos en mi altura;
águilas, no serpientes en mi nido...
Ellos, los que han mi corazón herido,
me han coronado de inmortal ventura;
¡que si el arma enemiga es tan impura,
más noble que vencer es ser vencido!
Gocen los viles, que con torpe saña
sentirán, acosándome en el monte,
bajo sus garras renacer mi entraña;
que si un día naufragan sus ideales,
¡cruzaré como nave el horizonte
sin oír gritos y sin ver señales!...
Hoy te censuran con brutal crudeza
los que ayer te ensalzaron a porfía:
se quiere descubrir la Hipocresía,
tratando en vano de mentir franqueza.
El odio mismo que a hostigarte empieza,
ficción de teatro y trampa de falsía,
es el casco de honor y bizarría
con que cubre la Envidia su cabeza.
No te arredre la estúpida comparsa;
porque tú siempre arrollarás la farsa,
al soplo de huracán de tus castigos...
¡Vencerías también, si al fin murieras;
porque yo sé que el día en que tú mueras
te tienen que llorar sus enemigos!...
Adórente los ciegos de la idea;
los que no hallan en ti sino ternura
y amor para tu débil creatura,
que aunque es tu creatura también crea.
¿Quién provoca la lucha gigantea,
si no eres tú, de nuestra vida impura?
¿Quién agrega el hastío a la ventura
y en deshacer lo que hace se recrea?
Madre Natura, como un templo en ruina,
abandonado y sin cimientos fijos
al fondo del desprecio te derrumbas;
¡porque tú eres la eterna Mesalina,
que se revuelca con sus propios hijos
en el lecho incestuoso de las tumbas!
Y habló el Pegaso, y dijo: —Yo no daré mis crines
Para arcos gemidores de trémulos violines,
Sino para que triunfen, como penacho fiero,
Sobre la bizarría de un casco de guerrero.
Mis alas son banderas, que excelsos paladines
Quisieran como gloria de su blasón severo;
En mi relincho tiemblan los épicos clarines;
Y bajo mis galopes hay músicas de acero...
Al enarcar las alas, se encrespa y embravece
La crin sobre mi cuello, que en su perfil parece
un arpa: en el cordaje vibra solemne oda...
Y al sacudir las alas, el ojo parpadea;
Y, de mi cuello a mi anca, la piel rápida ondea
Cual si una sola arruga la recorriese toda...
Y habló el poeta, y dijo: —Conozco tus vigores,
Y aplaudo el ritmo en que hablan tus cascos habladores;
Sé de tu vuelo el rumbo por el Azul, a modo
De un paso de conquista que lo conquista todo;
Y asiéntome en tu anca, que orlada con mil flores,
Es redondez y es lustre como obra de escultores;
Y engriome en tu escape y en la carrera beodo
Tiendo sobre tu mármol mi humanidad de lodo...
¡Y bien! Dame una sola de tus sonoras crines,
Para ajustarla a un arco, no de arrullar violines
Sino de flechar verbos en desatada lidia.
¡Ya de tu recia cola, ya de tu cuello rudo,
Dame una de tus crines; que quiero hacer un nudo
Para que tenga su horca la lengua de la Envidia!...
Para beber inspiración, me afano
por merecer la copa de diamante
que escancian Hebe a Júpiter Tonante
entre las pompas del festín pagano.
Mas ¡ah! tampoco me recuerdo en vano
de la Samaritana, que anhelante
se inclina, con el ánfora delante,
sobre la frente del amor cristiano...
Hebe triunfa en el fúlgido concierto;
y la Samaritana halla ventura
en mitigar las ansias del desierto.
Así mi numen escanciar desea,
más que la copa de la Forma pura,
el ánfora profunda de la Idea.
No es demás que el volcán proteste, y brame,
y salte de su asiento; no es en vano,
si sorprende a Pompeya y Herculano
desatentadas en la orgía infame...
No, no es demás que el corazón se inflame
y que el látigo vibre entre la mano,
si, al rebelde castigo, el vil tirano
de su castigador las plantas lame.
Justo es que estallen, cuando el Bien claudica,
volcán de sangre, rebelión de llamas:
la sangre borra, el fuego purifica...
¡A los primeros golpes que lo hienden,
ceden del árbol las endebles ramas
y los frutos podridos se desprenden!
Tu cabeza imperial ciñe una aureola
de blanca luz. Con gentileza suma,
tu busto surge como flor de espuma,
de los encajes en la blanda ola.
Alguien pintó tu faz, tal vez tú sola;
pero ese tinte que en tu faz se esfuma
te hace, ante el Arte que a tus pies se abruma,
émula de la Elvira de Argensola.
Encerrado tu busto en marco de oro,
tu prodigiosa faz fuera un tesoro
de nácar y marfil, ébano y rosa...
¡En lienzo tal, la fantasía inquieta
podría ver mi firma de poeta
sobre tu hombro, como una mariposa!
En el mármol que el Arte ha cincelado
vida immortal hallaron tus legiones;
y hasta el humo fugaz de tus cañones
para siempre quedó petrificado.
Entre el hórrido estruendo, que acallado
adivinase en gestos y expresiones,
a galope se tienden cien bridones
cual si fueran un viento huracanado...
A la cabeza, tú: fiero, jadeante,
tendido en el bridón hacia delante,
en la persecución de una bandera...
¡Todo el que vio, de pronto, tu figura,
a un lado se apartó de la escultura,
para verte pasar en tu carrera!...
Bandada de gorriones sueña en vano
derribar alta torre, y la golpea
con sus menudas alas: tal jadea
turba envidiosa en su delirio insano.
No importa, no, que el egoísmo humano
junte a toda la estúpida ralea
contra una sola cumbre de la idea:
¡una nube no seca el oceano!
Cual puñado de arenas, en su anhelo
se unen las ambiciones despechadas,
y se esparcen al golpe de las olas...
¡Para cruzar por el azul del cielo,
los gorriones se juntan en bandadas;
en tanto que las águilas van solas!...
¿Por qué sufres, si es bello cuanto miras:
el cielo, el campo, el mar, el mundo entero?
¿Por qué blandos apóstrofes de acero,
por qué protestas cuando no suspiras?
¿Por qué entre nubes de tristeza giras,
si tras de cada nube hay un lucero?
Porque sólo el dolor es verdadero
y todas las bellezas son mentiras...
En la misma belleza el dolor cabe:
¡cuánta bella mujer angustias siente
que descubrir no puede la mirada!
Muy hermosa será; pero ¿quién sabe
si la naturaleza es solamente
una mujer hermosa... y desgraciada?