La Argentina
Dedicatoria
A don Alonso Pérez de Guzmán, el bueno, mi señor; Duque de Medina Sidonia, Conde de Niebla, etcétera
Aunque el discurso de largos años suele causar las más veces en la memoria de los hombres mudanzas y olvido de las obligaciones pasadas, no se podrá decir semejante razón de Alonso Riquelme de Guzmán, mi padre, hijo de Rui Díaz de Guzmán, mi abuelo, vecino de Jerez de la Frontera, antiguo servidor de esa ilustrísima casa, en la cual, habiéndose mi padre criado desde su niñez hasta los 22 años de su edad, sirvió de paje y secretario del Excelentísimo señor don Juan Alarcón de Guzmán, y mi señora la Duquesa doña Ana de Aragón, dignísimos abuelos de vuestra Excelencia, de donde el año de 1540 pasó a las Indias con el Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, su tío, gobernador del Río de la Plata, a quien sucediendo las cosas más adversas que favorables, fue preso y llevado a España, quedando mi padre en esta provincia donde fue forzoso asentar casa, tomando estado de matrimonio con doña. Úrsula de Irala, mi madre, hija del gobernador Domingo Martínez de Irala; y continuando el real servicio, al cabo de 50 años falleció de esta vida, dejándome con la misma obligación como a primogénito suyo, la cual de mi parte siempre he tenido presente, en el reconocimiento y digno respeto de su memorable fama; de donde vine a tomar atrevimiento de ofrecer a vuestra Excelencia este humilde y pequeño libro, que compuse en medio de las vigilias de mi profesión, sirviendo a su Majestad desde mi puericia hasta ahora: y puesto que el tratado es de cosas menores, y falto de toda erudición y elegancia, al fin es materia que toca a nuestros españoles, que con valor y suerte emprendieron aquel descubrimiento, población y conquista, en la cual sucedieron algunas cosas dignas de memoria, aunque en tierra miserable y pobre; y basta haber sido Nuestro Señor servido de extender tan largamente en aquella provincia la predicación evangélica, con gran fruto y conversión de sus naturales, que es el principal intento de los Católicos Reyes nuestros señores.
A vuestra Excelencia humildemente suplico se digne de recibir y aceptar este pobre servicio, como fruta primera de tierra tan inculta y estéril, y falta de educación y disciplina, no mirando la bajeza de sus quilates, sino la alta fineza de la voluntad con que es ofrecida, para ser amparado debajo del soberano nombre de vuestra Excelencia, a quien la Majestad Divina guarde con la felicidad que merece, y yo su menor vasallo deseo. Que es fecha en la ciudad de la Plata, provincia de las Charcas, en 25 de julio de 1612.
Rui Díaz de Guzmán.
Prólogo y argumento al benigno lector
Yo sin falta de justa consideración, discreto lector, me moví a un intento tan ajeno de mi profesión, que es militar, tomando la pluma para escribir estos anales del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata, donde en diversas armadas pasaron más de cuatro mil españoles, y entre ellos muchos nobles y personas de buena calidad, todos los cuales acabaron sus vidas en aquellas tierras, con las mayores miserias, hambres y guerras, de cuantas se han padecido en las Indias; no quedando de ellos más memoria que una fama común y confusa de su lamentable tradición, sin que hasta ahora haya habido quien por sus escritos nos dejase alguna noticia de las cosas sucedidas en 82 años, que hace comenzó esta conquista: de que recibí tan afectuoso sentimiento, como era razón, por aquella obligación que cada uno debe a su misma patria, que luego me dispuse a inquirir los sucesos de más momento que me fue posible tomando relación de algunos antiguos conquistadores, y personas de crédito, con otras de que fui testigo, hallándome en ellas, en continuación de lo que mis padres y abuelos hicieron en acrecentamiento de la Real Corona: conque vine a recopilar este libro, tan corto y humilde, cual lo es mi entendimiento y bajo estilo; solo con celo de natural amor, y de que el tiempo no consumiese la memoria de aquellos que con tanta fortaleza fueron merecedores de ella, dejando su propia quietud y patria por conseguir empresas tan dificultosas. En todo he procurado satisfacer esta deuda con la narración más fidedigna que me fue posible: por lo cual suplico humildemente a todos los que la leyeren, reciban mi buena intención, y suplan con discreción las muchas faltas que en ella se ofrecieren.
Libro I
Del descubrimiento y descripción de las provincias del Río de la Plata, desde el aso de 1512 que lo descubrió Juan Díaz de Solís, hasta que por muerte del general Juan de Oyolas, quedó con la superior gobernación el capitán Domingo Martínez de Irala
Capítulo I
¿Quién fue el primer descubridor de estas provincias del Río de la Plata?
Después que el Adelantado Pedro de Vera, mi rebisabuelo, por orden de los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, conquistó las islas de la Gran Canaria, que antiguamente se dijeron Fortunadas, luego el Rey de Portugal mandó poblar las islas de Cabo Verde, que están de aquel cabo de la equinoccial, y cursar el comercio de las minas de Guinea, y por el consiguiente el año de 1493 salió de Lisboa un capitán llamado Américo Vespucio, por orden del mismo Rey don Juan, a hacer navegación al Occidente, al mismo tiempo que Cristóbal Colón volvió a España del descubrimiento de las Indias. Este capitán Américo llegó a Cabo Verde, y continuando su jornada pasó la equinoccial de este cabo del Polo Antártico hacia el Oeste y Mediodía, de manera que llegó a reconocer la tierra y costa del Brasil junto al Cabo de San Agustín, que está ocho grados de la parte de la línea, de donde, corriendo aquella costa, descubrió muchos puertos y ríos caudalosos, y toda ella muy poblada de gentes caribes y carniceras: los más septentrionales se llaman Tobaiaras y Tamoios. Los australes se dicen Tupinambás y Tupinás; son muy belicosos, y hablan todos casi una lengua, aunque con alguna diferencia: andan todos desnudos, en especial los varones, así por el calor de la tierra, como por ser antigua costumbre de ellos. Y como de este descubrimiento naciese entre los Reyes de Castilla y de Portugal cierta diferencia y controversia, el Papa Alejandro Sexto hizo nueva división, para que cada uno de los Reyes continuase sus navegaciones y conquista: los cuales aprobaron la dicha concesión en Tordesillas, en 7 días del mes de junio de 1494, y con esta demarcación los portugueses pusieron su padrón y término en la Isla de Santa Catalina, plantando allí una columna de mármol con las quinas y armas de su rey, que están en 28 grados poco más de la equinoccial, distante cien leguas del Río de la Plata para el Brasil, y así comenzaron los dichos portugueses a cruzar esta costa, por haber en aquella tierra mucho palo del Brasil, y malagueta, y algunas esmeraldas que hallaron entre los indios, de donde llevaron para Portugal mucha plumería de diversos colores, papagayos y monos diferentes de los de África; demás de ser tierra muy fértil y saludable, de buenos y seguros puertos. Quiso el Rey don Manuel dar orden que se poblase, y así el año de 1503 dio y repartió estas costas a ciertos caballeros, concediéndoles la propiedad y capitanía de ellas; como fue la que le cupo a Martín Alfonso de Sosa, que es la que hoy llaman San Vicente, la cual pobló el año de 506; y repartiéndose lo demás a otros caballeros, hasta dar vuelta a la otra parte del Cabo de San Agustín, se le dio y cupo por suerte a un caballero llamado Alfonso de Albuquerque, donde pobló la villa de Olinda, que es la que hoy llaman Pernambuco, por estar sitiada de un brazo de mar que allí hace, que los naturales llaman Paranambú, de donde se le dio esta nominación. Está de la equinoccial ocho grados, el más populoso y rico lugar de todo el Brasil: comercio y contratación de muchos reinos y provincias, así de naturales como de extranjeros. Después de lo cual el año de 1512 salió de Castilla Juan Díaz de Solís, vecino de la villa de Lebrija, para las Indias Occidentales: este era piloto mayor del Rey, y con su licencia, aunque a su propia costa, siguió esta navegación, que en aquel tiempo llamaban de los Pinzones, por dos hermanos que fueron compañeros de Cristóbal Colón en el descubrimiento de las Indias; y continuando su derrota llegó al Cabo de San Agustín; y costeando por la vía meridional, vino a navegar 700 leguas, hasta ponerse en 40 grados, y retrocediendo a mano derecha descubrió la boca de este gran Río de la Plata, a quien los naturales llaman Paraná guazú, que quiere decir río como mar, a diferencia de otro de este nombre Paraná, que así este lo es de forma, que es uno de los más caudalosos del mundo; por el cual Juan Díaz de Solís entró algunas jornadas, hasta tomar puerto en su territorio, donde pareciéndole muy bien, puso muchas cruces, como quien tomaba posesión en los arenales, que en aquella tierra son muy grandes: y teniendo comunicación con los naturales, le recibieron con buen acogimiento, admirándose de ver gente tan nueva y extraña: y al cabo de pocos días sobreviniéndole una tormenta, por no haber acertado a tomar puerto conveniente, salió derrotado al ancho mar, y se volvió a España con la relación de su jornada, llevando de camino mucho brasil, y otras cosas de aquella costa de que fue cargado; y el año de 1519 Hernando de Magallanes, por orden de Su Majestad, salió a descubrir el estrecho, que de su nombre se dice de Magallanes para entrar en el mar del Sud en busca de las Islas Malucas, ofreciéndose este eminente piloto, de nación portugués, a descubrir diferente camino del que los portugueses habían hallado, que fuese más breve y fácil; y armando cinco navíos a costa de Su Majestad, metió en ellos 200 soldados de mucho valor, y partió de San Lúcar en 20 días del mes de septiembre; y llegando a Cabo Verde, atravesó con buen viaje el Cabo de San Agustín, entre el Poniente y Sur, donde estuvieron muchos días comiendo él y sus soldados cañas de azúcar y unos animales como vacas, que llaman antas, aunque no tienen cuernos: de aquí partió el siguiente año, último de marzo para el mediodía, y llegó a una bahía que está en 40 grados, haciendo allí su invernada; y reconocido el Río de la Plata, fueron costeando lo que dista para el estrecho hasta 50 grados, donde saltando siete arcabuceros a tierra, hallaron unos gigantes de monstruosa magnitud, y trayendo consigo tres de ellos, los llevaron a las naos, de donde se les huyeron los dos; y metiendo el uno en la capitana, fue bien tratado de Magallanes, asentando con él algunas cosas, aunque con rostro triste; tuvo temor de verse en un espejo, y por ver las fuerzas que tenía, le hicieron que tomase a cuestas una pipa de agua, el cual se la llevó como si fuera una botija perulera: y queriendo huirse, cargaron de él ocho o diez soldados, y tuvieron bien que hacer para atarlo, de lo cual se disgustó tanto que no quiso comer, y de puro coraje murió: tenía de altura trece pies, y algunos dicen quince. De aquí pasó adelante Magallanes a tomar el estrecho, haciendo aquella navegación tan peregrina en que perdió la vida en las Malucas, quedando en su lugar Juan Sebastián Cano, natural de Guetaria, el cual anduvo según todos dicen 14000 leguas en la nao Victoria: de donde se le dio un globo por armas, en que tenía puestos los pies, con una letra que decía: primus circumdedisti me; y no pudiéndole seguir en esta larga jornada Álvaro de Mezquita, dio vuelta del mar del Norte para España, donde llegado dio noticia de lo que hasta allí se había descubierto y navegado; por manera, que de lo dicho se infiere, haber sido Américo Vespucio el primero que descubrió la costa del Brasil, de quien le quedó a esta cuarta parte del mundo su nominación; y Solís el que halló la boca del Río de la Plata, y el primero que navegó y entró por él; y Magallanes el primer descubridor del Estrecho, que costeó lo que hay desde este Río de la Plata hasta 56 grados de esta tierra y sus comarcas.
Capítulo II
De la descripción del Río de la Plata, comenzando de la costa del mar
Habiendo de tratar las cosas susodichas en este libro, en el descubrimiento y población de las provincias del Río de la Plata, no es fuera de propósito describirlas con sus partes y calidades, y lo que contienen en latitud y longitud, con los caudalosos ríos que se reducen en el principal, y la multitud de indios naturales de diversas naciones, costumbres y lenguajes, que en sus términos incluyen: por lo cual es de saber que esta gobernación es una de las mayores que su Majestad tiene y posee en las Indias, porque demás de habérsele dado de costa al mar Océano 400 leguas de latitud, corre de largo más de 800 hasta los confines de la gobernación de Serpa y Silva; por medio de la cual corre este Río al Océano, donde sale con tan gran anchura, que tiene más de 85 leguas de boca haciendo un cabo de cada parte: el que está a la del Sur, mano izquierda como por él entramos, se llama Cabo Blanco; y el otro que es a la del Norte a mano derecha, se dice de Santa María, junto a las Islas de los Castillos, que son unos médanos de arena, que de muchas leguas parecen del mar; está este Cabo en 35 grados poco más, y el otro en 37, del cual para el Estrecho de Magallanes hay 13 grados. Corre esta gobernación a esta parte, según su Majestad le concede, 200 leguas; es toda aquella costa muy rasa, y falta de leña, de pocos puertos y ríos, salvo uno que llaman del Inglés, a la primera vuelta del Cabo; y otro muy adelante que llaman la Bahía sin Fondo, que está de esta otra parte de un gran río, que los de Buenos Aires descubrieron por tierra el año de 605 saliendo en busca de la noticia que se dice de los Césares; sin que por aquella parte descubriesen cosa de consideración, aunque se ha entendido haberla más arrimada a la Cordillera que va de Chile para el Estrecho, y no a la costa del mar por donde fueron descubriendo: y más adelante el de los gigantes, hasta el de Santa Úrsula que está en 53 grados hasta el Estrecho; y vuelto a este otro Cabo para el Brasil, hay otras 200 leguas, poco menos a la cuenta, hasta la Cananea, de donde el Adelantado Álvaro Núñez Cabeza de Vaca puso sus armas por límite y término de su gobierno. La primera parte de esta costa, que contiene con el Río de la Plata, es llana y desabrigada hasta la isla de Santa Catalina, con dos o tres puertos para navíos pequeños: el primero es junto a los Castillos: el segundo es el Río Grande, que dista 60 leguas del de la Plata; este tiene dificultad en la entrada por la grande corriente con que sale al mar, frontero de una isla pequeña que le encubre la boca, y entrado dentro es seguro y anchuroso y se extiende como lago; a cuyas riberas de una y otra parte están poblados más de 20000 indios Guaranís, que los de aquella tierra llaman Arachanes, no porque en las costumbres y lenguaje se diferencien de los demás de esta nación, sino porque traen el cabello revuelto y encrespado para arriba: es jente muy dispuesta y corpulenta, y tienen guerra ordinaria con los indios Charrúas del Río de la Plata, y con otros de tierra adentro que llaman Guayanás, aunque este nombre dan a todos los que no son Guaranís, puesto que no tengan otros propios. Está este puerto y río en 32 grados, y corriendo la costa arriba, hay algunos pueblos de indios de esta misma nación; es toda ella de muchos pastos para ganados mayores y menores, y por la falda de una cordillera y no muy distante de la costa que viene del Brasil, se dan cañas de azúcar y algodonales, de que se visten y aprovechan. Es cosa cierta haber en aquella tierra oro y plata, por lo que han visto al unos portugueses que han estado entre los indios, y por lo que se ha descubierto de minerales en aquel mismo término a la parte de San Vicente, donde don Francisco de Sosa está poblado. Y de este río 40 leguas más adelante, está otro puerto que llaman la Laguna de los Patos, que tiene a la entrada una barra dificultosa; es de buen cielo y temple, muy fértil de mantenimientos, y muy cómoda para hacer ingenios de azúcar: dista de la equinoccial 28 y medio grados: hay en este asiento y comarca más de 10000 indios Guaranís, tratables y amigos de españoles. De aquí al puerto de don Rodrigo habrá cuatro leguas, que es acomodado para el comercio de esta gente, y seis leguas más adelante está la isla de Santa Catalina, uno de los mejores puertos de aquella costa; porque entre la isla y tierra firme hace algunos senos y bahías muy grandes, capaces de tener seguros muchos navíos muy gruesos: hace dos bocas, una al Sudoeste, y otra al Nordeste; fue esta isla muy poblada de indios Guaranís, y en este tiempo está desierta, porque se han ido los naturales de tierra firme, y dejando las costas se han metido entre los campos y pinales de aquella tierra. Tiene la isla más de siete leguas de largo, y más de cuatro de ancho; toda ella de grandes bosques y montañas, de muchas y muy buenas aguas, y muy caudalosas para ingenios de azúcar. Desde allá adelante está toda la costa áspera y montuosa, de grandes árboles, y muchas frutas de la tierra, y a cada cuatro o cinco leguas un río y puerto acomodado para navíos, en especial el de San Francisco, que es tan fondable que pueden surgir en él con gran seguro muy gruesos navíos, y tocar con los espolones en tierra. De allí a la Cananea hay 32 leguas, a donde caen las barras del Paraguay, y la de Arapia, con otros puertos y ríos. El de la Cananea está poblado de indios Caribes del Brasil; tiene un río caudaloso que sale al mar, con un puerto razonable en la boca, con tres islas pequeñas de frente, de donde hay 30 leguas a San Vicente: está toda esta costa llena de mucha pesquería y caza, así de jabalíes, puercos monteses, antas, venados, y otros diversos animales, muchos monos, papagayos, aves de tierra y agua. Hállanse en muchas partes de esta costa, perlas, gruesas y menudas, en conchas y ostiones en cantidad, y mucho ámbar que la mar echa en la costa, el cual comen las aves y animales: fue antiguamente muy poblada de naturales, los cuales, con las guerras que unos con otros tenían, se destruyeron; y otros dejando sus tierras, se fueron a meter por aquellos ríos, hasta salir a lo alto, donde el día de hoy están poblados en aquellos campos que corren y confinan con el Río de la Plata, que llaman de Guayra.
Capítulo III
Descripción de lo que contiene dentro de sí este territorio
En el capítulo pasado comencé a describir lo que en el término y costa de aquella gobernación se contiene: en este lo habré de hacer, lo más breve que me sea posible, de lo que hay a una y otra parte del Río de la Plata, hasta el mediterráneo, para lo cual es de suponer que en este territorio hay muchas provincias y poblaciones de indios de diversas naciones, por medio de las cuales corren muy caudalosos ríos, que todos vienen a parar, como en madre principal, a este de la Plata, que por ser tan grande, le llaman los naturales Guaranís Paraná Guazú, como tengo dicho: y así tomaré por margen de esta descripción del mismo Río de la Plata, comenzando primero de la mar por la mano derecha, como por él entramos, que es el Cabo de Santa María, del cual a una isla y puerto que llaman de Maldonado, hay diez leguas, todo raso, dejando a vista dentro del mar la de los Lobos. Esta de Maldonado es buen puerto y tiene en tierra firme una laguna de mucha pesquería; corren toda esta isla los indios Charrúas de aquella costa, que es gente muy dispuesta y crecida, la cual no se sustenta de otra cosa sino de caza y pescado: son muy osados en acometer, y crueles en el pelear; y después muy piadosos y humanos con los cautivos, tiene fácil entrada, por cuya causa no tendría seguridad, siendo acometida por mar. Más adelante está Montevideo, llamado así de los portugueses; donde hay un puerto muy acomodado para una población, porque tiene extremadas tierras de pan y pasto para ganados, de mucha caza de gamos, perdices y avestruces; lleva, no muy distante de la costa, una cordillera que viene bojeando del Brasil, y apartándose de ella se mete la tierra adentro, cortando la mayor parte de esta gobernación, y estendiéndose hacia el Norte, se entiende que vuelve a cerrar a la misma costa abajo de la bahía: de aquí a la isla de San Gabriel hay veinte leguas, dejando en medio el puerto de Santa Lucía: esta isla es muy pequeña y de mucha arboleda, y está de tierra firme poco más de dos leguas, donde hay un puerto razonable, pero no tiene el abrigo necesario para los navíos que allí aportan. En este paraje desemboca el río muy caudaloso del Uruguay, de que tengo hecha mención, el cual tiene allí de boca cerca de tres leguas, y dentro de él un pequeño río que llaman de San Juan, junto a otro de San Salvador, puerto muy acomodado; y diez leguas por él adelante, uno que llaman Río Negro, del cual arriba, a una y otra mano, entran infinitos, en especial uno caudaloso que tiene por nombre Pepirí, donde es fama muy notoria haber mucha gente que poseen oro en cantidad, que trae este río entre sus menudas arenas. Este río del Uruguay tiene su nacimiento en las espaldas de la isla de Santa Catalina, y corriendo hacia él medio día se aparta de la Laguna de los Patos para el Occidente por muchas naciones y tierras pobladas, que llaman Guayanas, Pates, Chovas, Chovaras, que son casi todas de una lengua, aunque hasta ahora no han visto españoles, ni entrado en sus tierras más de las relaciones que de los Guaranís se han tomado. Y corriendo muchas leguas viene este río a pasar por una población muy grande de indios Guaranís, que llaman Tapes, que quiere decir ciudad: esta es una provincia de las mejores y más pobladas de este Gobierno; la cual dejando a parte iré por el de la Plata arriba, ciento y cincuenta leguas a la misma mano, por muchas naciones y pueblos de diferentes costumbres y lenguajes, que la mayor parte no son labradores hasta las Siete Corrientes, donde se juntan dos ríos caudalosos, el uno llamado Paraguay, que viene de la siniestra, el otro Paraná que sale de la derecha: este es el principal que bebe todos los ríos que salen de la parte del Brasil; tiene de ancho, por todo lo más de su navegación, una legua, en parte dos, baja al pie de 300 leguas hasta juntarse con este del Paraguay, en cuya boca está fundada una ciudad que llaman de San Juan de Vera, que está en altura de 28 grados; de la cual y su fundación y conquista en su lugar haremos mención. Luego como por este río se entra, es apacible para navegar, y antes de cuarenta leguas se descubren muchos bajíos y arrecifes donde hay una laguna a mano izquierda del río que llaman de Santa Ana, muy poblado, hasta donde entra otro muy caudaloso a la misma mano que llaman Iguazú, que significa Río Grande: viene de las espaldas de la Cananea, y corre doscientas leguas por gran suma de naciones de indios: los primeros y más altos son todos Guaranís, y bojeando por el Sur entra por los pueblos de los que llaman Chovas, Muños y Chiquis; tierra fría de grandes piñales hasta entrar en este del Paraná, por el cual subiendo treinta leguas está aquel extraño salto, que entiendo ser la más maravillosa obra de naturaleza que hay, porque la furia y velocidad con que cae todo el cuerpo de agua de este río; son más de 200 estados por once canales, haciendo todas ellas un humo espesísimo en la región del aire de los vapores que causan: de aquí abajo, es imposible poderse navegar con tantas vertientes y rebatientes que hace, con grandes remolinos y borbollones que se levantan como nevados cerros. Cae toda el agua de este salto en una peña, como caja guarnecida de duras rocas y peñas, en que estrecha todo el río en un tiro de flecha, teniendo por lo alto del salto más de dos leguas de ancho, de donde se reparte en estas canales, que no hay ojos ni cabeza humana que le pueda mirar sin desvanecerse y perder la vista: óyese el ruido de este salto ocho leguas, y se ve el humo y vapor de estas caídas más de seis, como una nube blanquizca. Tres leguas arriba está fundada una ciudad que llaman Puerto Real, en la boca de un río que se dice Piquirí: está en el mismo Trópico de Capricornio, por cuya causa es lugar enfermísimo, y lo es todo lo más del río y provincia que comúnmente se llama de Guayra, tomado del nombre de un cacique de aquella tierra. Doce leguas adelante entran dos ríos, el uno a mano derecha, que se dice Ubay; y el otro a la izquierda llamado Muñey, que baja de la provincia de Jerez, de la cual, y de su población, a su tiempo se hará mención. El otro viene de hacia el Este, donde está fundada, 50 leguas por adentro, la villa del Espíritu Santo, en cuya jurisdicción y comarca hay más de 200 mil indios Guaranís, poblados así por ríos, y montañas, como en los campos y piñales, que corren hasta San Pablo, población del Brasil: y corriendo el río arriba del Paraná, hay otro muy caudaloso, que viene de hacia el Brasil llamado Paraná Pané, en el cual entran otros muchos, que todos ellos son muy poblados, en especial el que dicen Atiuajiua, que contienen más de 100 mil Indios poblados de esta nación. Nace de una cordillera que llaman Sobaú, que dista poco de San Pablo, juntándose con otros se hace caudaloso; y rodea el cerró de Nuestra Señora de Monserrate que tiene de circuito cinco leguas, por cuya falda sacan los portugueses de aquella costa mucho oro rico de 23 quilates; y en lo alto de él se hallan muchas vetas de plata, cerca del cual don Francisco de Sosa, caballero de esta nación, fundó un pueblo que todavía permanece, y se va continuando su efecto y beneficio de las minas de oro y plata. Y volviendo a lo principal de este río, entra otro en él muy grande, aunque de muchos arrecifes y saltos, que los naturales llaman Ayembí: este nace de las espaldas de Cabo Frío, y pasa por la villa de San Pablo, en cuya ribera está poblada; no tiene indios ningunos, porque los que había fueron echados y destruidos de los portugueses por una rebelión y alzamiento que contra ellos intentaron, poniendo cerco a esta villa para la asolar y destruir, en lo que no salieron con su intento. El día de hoy se comunican por este río los portugueses de la costa con los castellanos de esta provincia de Guayra: más adelante por el Paraná entran otros muchos a una y otra mano, en especial el Paraná Ibabuiyi, y otro que dicen sale de la laguna del Dorado, que viene de la parte del Norte, de donde han entendido algunos portugueses que cae aquella laguna tan mentada, que los moradores de ella poseen muchas riquezas, del cual adelante viene este poderoso río por grandes poblaciones de naturales hasta donde se disminuye en muchos brazos y fuentes, de que vienen a tomar todo su caudal, según hasta donde lo tengo navegado; el cual dicen los portugueses, tiene su nacimiento en el paraje y altura de la Bahía, cabeza de las ciudades del Brasil.
Capítulo IV
En que se acaba la descripción del propósito pasado
Bien se ha entendido, como tengo declarado en el capítulo pasado, que entrando por el Río de la Plata a mano derecha caen los ríos y provincias, de que tengo hecha relación. En esto diré lo que contiene sobre mano izquierda a la parte del sur, tomando la costa del Río de la Plata arriba, en esta forma. Desde el Cabo Blanco para Buenos Aires, hay tierra muy rasa y desabrigada, de malos puertos, falta de leña, de pocos ríos, salvo uno que está 20 leguas adelante, que llaman de Tubichamiri, nombre de un cacique de aquella tierra. Este río baja de la Cordillera de Chile, y es el que llaman, el Desaguadero de Mendoza, que es una ciudad de aquel reino que cae a esta parte de la gran Cordillera, en los llanos que van continuando a Buenos Aires, a donde hay desde la boca de este río otras 20 leguas: es toda aquella tierra muy llana; los campos tan anchurosos y dilatados, que no hay en todos ellos un árbol: es de poca agua, y de mucha caza de venados, avestruces y gran suma de perdices, aunque de pocos naturales; los que hay son belicosos, grandes corredores y alentados, que llaman Querandís: no son labradores, y se sustentan de sola caza y pesca; y así no tienen pueblos fundados ni lugares ciertos, más de cuanto les ofrece la comodidad de andar de ordinario esquilmando los campos. Estos corren desde Cabo Blanco, hasta el Río de las Conchas, que dista de Buenos Aires cinco leguas arriba, y toma más de otras sesenta la tierra adentro hasta la Cordillera, que va desde la mar bojeando hacia al Norte, entrando por la gobernación de Tucumán. Estos indios fueron repartidos con los demás de la comarca, a los vecinos de la Trinidad, puerto de Buenos Aires: está situada en 36 grados abajo de la Punta Gorda, sobre el propio Río de la Plata, el cual tiene el puerto muy desabrigado, que corren mucho riesgo los navíos estando surtos en donde llaman el Paso, por estar algo distante de tierra; mas la Divina Providencia proveyó de un riachuelo que tiene la ciudad por la parte de abajo como una milla, tan acomodado y seguro, que metidos dentro de los navíos, no siendo muy grandes, pueden estar sin amarrar con tanta seguridad, como si estuvieran en una caja. Este puerto fue poblado antiguamente de los conquistadores, y por causas forzosas que se ofrecieron, la vinieron a despoblar, donde parece que dejaron en aquella tierra cinco yeguas, y siete caballos; de los cuales, el día de hoy ha venido a tanto multiplico en menos de 70 años, que no se puede numerar; porque son tantos los caballos, e yeguas, que parecen grandes montañas, y tienen ocupado desde el Cabo Blanco hasta el Fuerte de Gaboto, que son más de 80 leguas, y llegan adentro hasta la Cordillera. De esta ciudad arriba hay algunas naciones de indios, y aunque tienen diferentes lenguas, son de la misma manera y costumbres que los Querandís; enemigos mortales de españoles, y todas las veces que pueden ejecutar sus traiciones, no lo dejan de hacer. Otros hay más arriba, que llaman Timbús, y Caracarás, 40 leguas de Buenos Aires en buena esperanza, que son más afables, y de mejor trato y costumbres, que los de abajo: son labradores, y tienen sus pueblos fundados sobre la costa del río. Tienen las narices oradadas, donde sientan por gala en cada parte una piedra azul o verde; son muy ingeniosos y hábiles, y aprenden bien la lengua española: fueron más de 8000 indios antiguamente, y ahora han quedado muy pocos. Y dejando atrás el Río de Luján y el de los Arrecifes, hasta el Fuerte de Gaboto, lugar nombrado por los muchos españoles que allí fueron muertos; y repasando adelante para la ciudad de Santa Fe, de donde hay allá otras 40 leguas con algunas poblaciones de indios que llaman Gualachos; por bajo de esta ciudad 12 leguas entra un río que llaman el Salado; es caudaloso, el cual atraviesa toda la gobernación del Tucumán, y nace de las Cordilleras de Salta y Calchaquí, y baja a las juntas de Madrid y Esteco, y pasa doce leguas de Santiago del Estero regando muchas tierras y pueblos de indios que llaman Tonocotes y Juris, y otras naciones que de aquel gobierno penden, hasta que viene a salir donde desagua en este de la Plata. Tiene este distrito muchos indios, que fueron repartidos a los pobladores de esta ciudad, la cual está fundada en 32 grados Este-oeste; con la de Córdoba: los más indios de esta jurisdicción no son labradores, y tienen por pan cierto género de barro de que hacen unos bollos, y métenlos en el rescoldo: se cuecen, y luego para comerlos los empapan en aceite de pescado, y de esta manera los comen, y no les hace daño alguno. Todas las veces que se les muere un pariente, se cortan una coyuntura del dedo de la mano, de manera que muchos de ellos están sin dedos por la cantidad de deudos que se les han muerto. De aquí adelante salen otros ríos, poblados de indios pescadores, hasta una laguna que llaman de las Perlas, por haberlas allí finas, y de buen oriente con ser de agua dulce, aunque hasta ahora no se ha dado en pescarlas, más de las que los indios traen a los españoles; aunque por ser todas cocidas pierden mucho de su buen lustre, oriente y estima. De aquí a la ciudad de Vera hay seis leguas, de la cual en el capítulo pasado hice mención, donde tiene frontero de sí el Puerto de la Concepción, ciudad del río Bermejo, que dista del río 44 leguas hacia el Poniente: tiene esta ciudad en su comarca muchas naciones de indios, que llaman comúnmente, frentones, aunque cada nación tiene su nombre propio: están divididas en 14 lenguas distintas: viven entre lagunas, por ser la tierra toda anegadiza y llana, por medio de la cual corre el río Bermejo que tiene su nacimiento en los Chichas del Perú, juntándose en uno, el río de Tarija, el de Toropalcha, y el de San Juan, con el de Omaguaca, y Juris: en cuyo valle está fundada la ciudad de San Salvador en la Provincia del Tucumán: viene a salir a los llanos, y pasa por muchas naciones de indios bárbaros, dejando a la parte del Norte en las faldas de la Cordillera del Perú, los indios Chiriguanos, que son los mismos que en el Río de la Plata llamamos Guaranís, que toman las fronteras de los corregimientos de Mizque, Tomina, Paspaya y Tarija. Esta gente es averiguado, ser advenediza de la Provincia del Río de la Plata, como en su lugar haremos mención, de donde venidos, señorearon esta tierra, como hoy día la poseen, destruyendo muy gran parte de ella, excepto la que confina a la gobernación del Tucumán, por ser montuosa y cerrada, y los indios que por allá viven, belicosos, que son todos los más, frentones del distrito de la Concepción, la cual, como dije, está poblada sobre este río Bermejo; y dejándole aparte, siguiendo el Paraguay arriba a la misma mano, hay algunas naciones de gente muy bárbara que llaman Mahomas, Calchenas y Mogolas; y otros más arriba que se dicen Guaycurús, muy belicosos, los cuales no siembran, ni cogen ningún fruto, ni semilla de que se puedan sustentar, sino de caza, y pesca: estos Guaycurús dan continua pesadumbre a los vecinos de la Asumpción, que es la ciudad más antigua, y cabeza de aquel Gobierno, y con tener mucha gente de españoles e indios, con la comarca muy poblada, han sido poderosos para apretar esta República, de suerte que han despoblado más de 80 chácaras y haciendas muy buenas de los vecinos, y muértoles mucha gente, como en el último libro se podrá ver. Abajo de esta ciudad cuatro leguas, entra de la parte del Poniente otro río que llaman los de aquella tierra Araguay, y los Chiriguanos de la cordillera le dicen Itica, y los indios del Perú, Pilcomayo: nace de los Charcas, de entre las sierras que distan de Potosí, y Porco, para Oruro, juntándose con él muchas fuentes sobre el río de Tarapaia, que es la ribera donde están fundados los ingenios de plata de la villa de Potosí; y volviendo al Este de este va a juntarse con el río Cachimayo, que es el de la ciudad de la Plata, y bojeando al Mediodía hacia el valle de Oroncota, entrando por el corregimiento de Paspaia, dejando a la izquierda el de Tomina, cortando la gran cordillera general sale a los llanos donde va por muchas naciones de indios, los más de ellos labradores, aunque a los pueblos de la parte del Norte que comúnmente llaman de los Llanos del Manso, los han consumido los Chiriguanos; y corriendo derecho al Este, viene a entrar a este del Paraguay, haciendo dos bocas por bajo de la frontera, que es distrito de la Asumpción cuatro leguas de ella, en cuya comarca hay muchos pueblos de indios Guaranís, donde los españoles antiguos tuvieron puerto, comunicación y amistad con ellos, Esta ciudad está fundada sobre el mismo río del Paraguay, en 26 grados de la equinoccial; es tierra fértil y de buen temperamento, abundante de pesquería y caza, y mucha volatería de todo género de aves. Es sana en todo lo más del tiempo, excepto por los meses de marzo y abril que hay algunas calenturas y mal de ojos. Danse en esta algunos de los frutos de Castilla, y muchos de la tierra, en especial viñas y cañaverales de azúcar de que tienen mucho aprovechamiento. Empadronáronse en la comarca de esta ciudad 24000 indios Guaranís, que fueron encomendados por el Gobernador Domingo Martínez de Irala, a los conquistadores antiguos: están poblando los naturales, y encomiendas de este distrito a la misma mano, río arriba, hasta la provincia de Jerez, gozando de muchos ríos caudalosos que entran en este del Paraguay, como son Jejuí, Pané, y Picay; donde en esta distancia a mano izquierda como vamos, hay otras naciones de indios que llaman Napabes y Payaguas, que navegan en canoas gran parte de aquel río hasta el puerto de San Fernando, donde comúnmente tienen su asiento en una laguna que llaman de Juan de Oyolas, 120 leguas de la Asumpción; y arriba de ella está el pasaje de Santa Cruz de la Sierra, gobernación distante, aunque dicha ciudad fue poblada de los conquistadores del Río de la Plata, cuya provincia el primero que la descubrió fue Juan de Oyolas, y después la sojuzgó el capitán Domingo de Irala, el cual halló en aquella tierra mucha multitud de indios labradores en grandes pueblos, aunque el día de hoy todos los más son acabados y consumidos. Esta ciudad de Santa Cruz está con la de Jerez, Este-oeste, 60 leguas del río, y la de Jerez 30 a mano derecha; la cual está ciento y tantas leguas de la ciudad de la Asumpción: tiene su fundación sobre un río navegable y caudaloso, que llaman los naturales Ubteteyú: está de la equinoccial 20 grados; tiene muy buenas tierras de pasto y sementeras; está dividida en alto y bajo; hay en ambas muchas naciones de indios que todos son labradores: los que habitan en alto, llaman Cutaguas y Curumias, todos de una costumbre y lengua, gente bien inclinada y no muy bárbara; no tienen ningún género de brebaje que les pueda emborrachar. Los de abajo tienen diversas lenguas, y están poblados entre ríos y lagunas; los cuales, demás de las cosechas de legumbres que cogen, tienen por cerca de las lagunas tanto arroz silvestre, que hacen muy grandes trojas y silos, y es gran sustento. Cógese en toda aquella provincia mucho algodón, que sin beneficio alguno se da en gran cantidad, y es tanta la miel de abejas silvestres que hay, que todos los montes y árboles tienen su colmenar y pañales, de que sacan gran cantidad de cera, de la cual se aprovechan en las gobernaciones del Paraguay y Tucumán. Es asimismo abundante de pastos para todo género de ganados, y muy fértil de pan y vino, y de todas las legumbres y semillas de las Indias. Finalmente, es una provincia de mucha estima, y de las más nobles y ricas de aquella gobernación; porque a la falda de una cordillera se han hallado minerales de oro con muchas muestras de metales de plata. De esta provincia hacia el Este, se sabe haber pigmeos que habitan debajo de tierra, y salen en abriendo los campos a sus empresas: y a la parte del Norte van continuados muchos pueblos de naturales hasta la provincia de los Colorados, junto con los que llaman los Paretís, que descubrieron los de Santa Cruz de la Sierra, que está distante de Jerez ciento y tantas leguas; donde es cosa cierta haber gran multitud de naturales divididos en 14 comarcas muy pobladas, así a la parte del Norte como a la del Este y Mediodía, con fama de mucha riqueza. Y volviendo a proseguir el río del Paraguay arriba, desde el paraje de Santa Cruz hasta el puerto que llaman de los Reyes, hay algunos pueblos y naciones que navegan el río, hasta unos pueblos de indios llamados Orejones, los cuales viven dentro de una isla que hace este río, de más de diez leguas de largo, y dos y tres de ancho, que es una floresta amenísima, abundante de mil géneros de frutas silvestres, y entre ellas, uvas, peras, almendras y aceitunas; tiénenla los indios toda ocupada de sementeras y chácaras, y todo el año siembran y cogen sin haber diferencia de invierno ni verano, siendo un perpetuo temple y calidad. Son los indios de aquella isla de buena voluntad y amigos de españoles: llámanles Orejones, por tener las orejas oradadas, en donde tienen metidas ciertas ruedecillas de madera, o puntas de mates que ocupan todo el agujero: viven en galpones redondos, no en forma de pueblo, sino cada parcialidad por sí: consérvanse unos con otros en mucha paz y amistad; llamaron los antiguos a esta isla el Paraíso terrenal, por la abundancia y maravillosa calidad que tiene. Desde aquí a los Jarayes hay 60 leguas río arriba, los cuales son una nación de más policía y razón de cuantas en aquella provincia se han descubierto: están poblados sobre el mismo río del Paraguay: los de la parte de Jerez, se dicen Peravayanes y los de Santa Cruz se llaman Maneses y todos se apellidan Jarayes, donde hay pueblo de estos indios de 60 mil casas, porque cada indio vive en la suya con sus mujeres e hijos. Tienen sujetas a su dominio otras naciones circunvecinas, hasta a los que llaman Tortugueses: son grandes labradores, y tienen todas las legumbres de las Indias; muchas gallinas y patos, y ciertos conejillos que crían dentro de sus casas: obedecen a un cacique principal, aunque tienen otros muchos particulares, que todos están sujetos al Manés, que así llaman a su Señor; viven en forma de república, donde son castigados de sus caciques los ladrones y adúlteros. Tienen aparte las mujeres públicas que ganan por su cuerpo, porque no se mezclen con las honestas, aunque de allí salen muchas casadas, y no por eso son tenidas en menos. No son muy belicosos, aunque providentes y recatados, y por su buen gobierno, temidos y respetados de las demás naciones; han sido siempre leales amigos de los españoles, tanto, que llegando a este puerto el capitán Domingo de Irala con toda su armada, fue de ellos bien recibido, y dieron huéspedes a cada soldado para que los proveyesen de lo necesario, y siéndole forzoso hacer su entrada de aquel paraje por tierra, les dejó en confianza todos los navíos, balsas y canoas que llevaba, velas, jarcias, áncoras, vergas y los demás pertrechos que no podían llevar por tierra; y al cabo de 14 meses que tardaron en dar vuelta de su jornada, no les faltó cosa ninguna de las que dejaron en su poder. Desea mucho esta gente emparentar con el español, y así les daban de buena voluntad sus hijas y hermanas, para que hubiesen de ellas generación: hablan una lengua muy cortada y fácil de aprender, por manera que con facilidad serían atraídos a la conversión y conocimiento de Dios. De esta provincia adelante hay otras poblaciones de gentes y naciones diferentes hasta el Calabrés, que es un cacique Guaraní que dista como 60 leguas donde se juntan dos ríos, uno que viene de la parte del Este y otro del Poniente: de aquí adelante no se ha navegado, puesto que hasta, estos ríos han llegado bergantines y barcos; y por ser estos ríos pequeños y de poca agua, no han entrado por ellos españoles. Lo que de noticia se tiene es, que por aquella parte hay muchas naciones de indios que poseen oro y plata, en especial hacia el Norte, donde entienden cae aquella laguna que llaman del Dorado; también se ha sabido que hacia el Brasil hay ciertos pueblos de gente muy morena y belicosa, la cual se ha entendido ser negros retraídos de los portugueses de aquella costa, que se han mezclado con los indios de aquella tierra, la cual es muy dilatada hasta el Marañón que coge en sí todas los ríos que nacen del reino del Perú desde el corregimiento de Tomina, de donde sale el río de San Marcos y se junta con el río grande que llaman de Chungurí, y luego cerca de los llanos del río de Parapití, y corriendo al Norte va para la ciudad de San Lorenzo, gobernación de Santa Cruz, a donde le llaman el Guapá, que quiere decir río que todo lo debe; y así bajando por aquellos llanos va recibiendo en sí todos los ríos que salen de las faldas y serranías del Perú, como son el de Pozona, Cochabamba, Chiquiago, y los del Cuzco y Chucuito, hasta ese otro cabo de Quito, y el nuevo reino, con que se viene a hacer el más caudaloso río de todas las Indias, que sale al mar del Norte en el primer grado de la equinoccial; sin otro muy caudaloso que sale más al Brasil, que llaman de las Amazonas, como parece por la traza y descripción del mapa, que aquí pongo en este lugar: advirtiendo que no lleva la puntualidad de las graduaciones y partes que se le debían dar, porque mi intento no fue más de por ella hacer una demostración de lo que contienen aquellas provincias y costas de mar, y ríos de que trato en el discurso de este presente libro, como en su descripción referida se contiene.
Capítulo V
De una entrada que cuatro portugueses hicieron del Brasil por esta tierra, hasta los confines del Perú, etc.
No me parece fuera de propósito decir ante todas cosas en este capítulo, de una jornada que ciertos portugueses hicieron del Brasil para esta provincia del Río de la Plata, hasta los confines del Perú, y de lo demás que les sucedió, por ser eslabón de lo que se ha de tratar en este libro, sobre el descubrimiento y conquista que en ella hicieron nuestros españoles; y es el caso que el año de 1526 salieron de San Vicente cuatro portugueses por orden de Martín Alfonso de Sosa, señor de aquella capitanía, a que entrasen por aquella tierra adentro y descubriesen lo que había, llevando en su compañía algunos indios amigos, de aquella costa. El uno de estos cuatro portugueses se llamaba Alejos García, estimado en aquella costa por hombre práctico así en la lengua de los Carios, que son los Guaranís, como de los Tupis y Tamoyos; el cual caminando por sus jornadas por el Serton adentro con los demás compañeros, vinieron a salir al río del Paraná, y de él, atravesando la tierra por pueblos de indios Guaranís, llegaron al río del Paraguay, donde siendo recibidos y agasajados de los moradores de aquella provincia, convocaron toda la comarca para que fuesen juntamente con ellos a la parte del Poniente a descubrir y reconocer aquellas tierras, de donde traían muchas ropas de estima y cosas de metal, así para el uso de la guerra, como de la paz: y como gente codiciosa e inclinada a la guerra, se movieron con facilidad a ir con ellos, y juntos más de 2000 indios hicieron jornada para el puerto que llaman de San Fernando, que es un alto promontorio que se hace sobre el río del Paraguay. Otros dicen que entraron poco más arriba de la Asumpción por un río, que llaman Paray, y caminando por los llanos de aquella tierra, encontraron muchos pueblos de indios de diversas lenguas y naciones, con quienes tuvieron grandes encuentros, ganando con unos, y perdiendo con otros; y al cabo de muchas jornadas, llegaron a reconocer las cordilleras y serranías del Perú, y acercándose a ellas entraron por la frontera de aquel reino, entre la distancia que ahora llaman Mizque y el término de Tomina; y hallando algunas poblaciones de indios, vasallos del poderoso Inga, rey de todo aquel reino, dieron en ellos, y robando y matando cuanto encontraban, pasaron adelante más de cuarenta leguas hasta cerca de los pueblos de Presto y Tarabuco, donde les salieron al encuentro gran multitud de indios Charcas; por lo cual dieron vuelta, retirándose con tan buen orden que salieron de la tierra sin recibir daño ninguno, dejándola puesta en grande temor, y a toda la provincia de los Charcas en arma: por cuya causa los Ingas mandaron con gran cuidado fortificar todas aquellas fronteras, así de buenos fuertes, como de gruesos presidios, según se ve el día de hoy que han quedado por aquella cordillera, que llaman del Cuzco-toro, que es la general que corre por este reino más de dos mil leguas. Salidos los portugueses a los llanos con toda su compañía, cargados de despojos de ropa, vestidos, y muchos vasos, manillas, y coronas de plata, de cobre, y otros metales, dieron la vuelta por otro más acomodado camino que hallaron, en el cual padecieron muchas necesidades de hambre y guerra, que tuvieron hasta llegar al Paraguay, y sus tierras y pueblos, de donde Alejos García se determinó a despachar al Brasil sus dos compañeros, a dar cuenta a Martín Alfonso de Sosa, de lo que habían descubierto en aquella jornada, y donde habían entrado, con la muestra de los metales, y piezas de oro y plata que habían traído de aquellas partes; quedándose el García en aquella provincia del Paraguay, aguardando la correspondencia de lo que en esto se ordenase; y pasados algunos días, concertaron algunos indios de aquella tierra de matarle, y así lo pusieron en efecto (y estos fueron los que habían ido con él a la jornada); que una noche, estando descuidado, le acometieron y le mataron a él y a sus compañeros, sin dejar más en vida que un niño, hijo de García, que por ser de poca edad no le mataron, al cual yo conocí, que se llamaba como su padre, Alejos García. Moviéronse los indios a hacer esto, por su mala inclinación que es en ellos natural de hacer mal, sin tener estabilidad en el bien, ni amistad; dejándose llevar de la codicia, por robarles lo que tenían, como gente sin fe ni lealtad. Llegados para el Brasil los dos mensajeros, dieron relación de lo que habían descubierto, y de la mucha riqueza que habían visto en el poniente y confines de los Charcas, que hasta entonces no estaba aun descubierto de los españoles: a, cuya fama se determinó salir del Brasil una tropa de 60 soldados, y por su capitán un Jorge Sedeño; y así partieron de San Vicente en demanda de esta tierra, llevando consigo copia de indios amigos, y bajando en canoas por el río de Ayenay, salieron al Paraná, y bajando por él, llegaron sobre el Salto, donde tomando puerto dejaron sus canoas atravesando hacia el Poniente, llevando su derrota hacia el río del Paraguay, donde Alejos García había quedado: lo cual visto por los indios que habían sido cómplices en su muerte, convocaron los comarcanos a tomar las armas contra ellos para impedirles el paso, y dándoles muchos rebatos, pelearon con los portugueses en campo raso, donde mataron al Capitán Sedeño, con cuya muerte fueron constreñidos los soldados a retirarse con pérdida de muchos compañeros; y tornando al pasaje del río Paraná, los indios de aquel territorio, con la misma malicia y traición que los otros, se ofrecieron a darles pasaje en sus canoas; para cuyo efecto las trajeron horadadas, con rumbos disimulados y embarrados, para que con facilidad fuesen rompidos; y metiéndose en las canoas con los portugueses, en medio del río las abrieron y anegaron: donde con el peso de las armas los más se ahogaron, y algunos que cogieron vivos los mataron a flechazos, sin dejar ninguno a vida; lo cual pudieron hacer con facilidad por ser grandes nadadores y criados en aquella navegación y sin ningún embarazo que les impidiese, por ser gente desnuda; con que fueron acabados todos los de esta jornada después de lo cual los indios de la provincia del Paraguay se juntaron con sus caciques, y se determinaron a hacer una entrada y tornar a la parte donde Alejos García había hecho su jornada, y convocados muchos indios de la provincia, salieron por tercios y parcialidades a este efecto. Los de más abajo, que son los indios del Paraná, entraron por el río del Araguay, que es el que tengo dicho llamarse Pilcomayo, y estos son los fronterizos del corregimiento de Tarija; y los que estaban poblados donde hoy es la Asumpción, entraron por aquel río sobre el río del Paraguay, y Caaguazú, y los indios de río arriba Jeruquisaba y Carayazapera entraron por San Fernando; estos son los que están poblados en el del Guapay, veinte leguas de la ciudad de San Lorenzo, gobernación de Santa Cruz. Llegadas estas compañías a la falda de la sierra del Perú, cada una de ellas curó de fortificarse en lo más áspero de ellas; y de allí comenzaron a hacer cruda guerra a los naturales comarcanos, con tanta inhumanidad que no dejaban a vida persona ninguna, teniendo por su sustento los miserables que cautivaban; conque vinieron a ser tan temidos de todas aquellas naciones, que muchos pueblos se les sujetaron sin ninguna violencia, conque vinieron a tener esclavos que les sirviesen, y muchas mujeres de quienes tuvieron generación; poblándose cada uno en la parte que mejor le pareció de aquellas fronteras, (que son los indios que hay llamamos Chiriguanos en el Perú, que, como digo, son procedidos de los Guaranís) de donde nunca más salieron, ora por la imposibilidad y gran riesgo del camino, ora por codicia de la tierra que hallaron acomodada a su condición y naturaleza, que es toda fértil, y de grandes y hermosos valles, que participan de más calor que frío, y de caudalosos ríos que salen de la provincia de los Charcas, la cual tienen por vecina. Asentaron en aquella tierra haciendo muchas entradas en toda ella, destruyendo todos los llanos, así hacia el Septentrión, como al Mediodía, y Este, destruyendo más de 100 mil indios. Y puesto, que a sus principios en sus fiestas y borracheras los comían, de muchos años a esta parte no lo hacen, más los venden a los españoles que entran del Perú entre ellos, a trueque de rescates que les dan, teniendo por más útil el venderlos por lo que han menester, que el comerlos; y es tanta la codicia en que han entrado por el interés, que no hay año ninguno que no salgan a esta guerra por todos aquellos llanos, con gran trabajo y riesgo de las vidas, por hacer presa para el efecto de venderlos: de que hay indios tan ricos, que demás de la ropa y vestidos de paño y seda, tienen muchas vajillas de plata fina; e indios hay que tienen a 500 marcos de vajilla, sin gran número de caballos ensillados y enfrenados, y muy buenos jaeces, espadas, y lanzas, y todo género de armas, adquirido todo de sus robos y presas, que en tan perniciosa o injusta guerra hacen, sin habérseles puesto hasta ahora algún freno a tanta crueldad, ni remedio al desorden e insolencia de esta gente, habiendo cometido muchos delitos, en desacato de la real potestad, tomando las armas contra don Francisco de Toledo, virrey que fue de este reino, demás de las muertes y robos, y otras insolencias que han hecho a los españoles que están poblados en estas fronteras de Tarija, Paspaya, Pilaya, Tomina, y Mizque, y gobernación de Santa Cruz de la Sierra.
Capítulo VI
De la armada con que entró en el Río de la Plata Sebastián Gaboto
Pocos años después que por orden del Rey Henrico VII de Inglaterra el famoso piloto llamado Sebastián Gaboto descubrió los Bacallaos, con intento de hallar por aquella parte un estrecho por donde pudiese navegar para las islas de la especería vino a España; y como hombre que también entendía la cosmografía, propuso al emperador don Carlos nuestro señor, de descubrir fácil navegación y puerto por donde con más comodidad se pudiese entrar al rico reino del Perú, y al poderoso Inga, que entonces llamaban los españoles rey blanco, de quien Francisco Pizarro había traído a Castilla larga relación y noticia: admitida su petición se le mandó dar para este descubrimiento cuatro navíos con más de 300 hombres, y entre ellos algunas personas de calidad que quisieron ir con él a esta jornada, a la cual salió de la bahía de Cádiz el año de 1530, y navegando con diversos vientos, pasó la equinoccial, y llegó a ponerse en altura de más de 35 grados: y reconociendo la costa, vino a tomar el cabo de Santa María; y conociendo ser aquel golfo la boca del río de la Plata, que aun entonces no se llamaba sino de Solís, embocó por él, y navegando a vista de la costa de mano derecha, procuró luego algún puerto para meter sus navíos, y buscándole, se fue hasta la isla de San Gabriel, donde dio fondo; y no le pareciendo tan acomodado y seguro, se arrimó a aquella costa de hacia el Norte, y entró por el ancho y caudaloso río del Uruguay; dejando atrás la Punta Gorda, tomó un riachuelo que llaman de San Juan, y hallándole muy fondable, metió dentro de él su navíos; y de allí lo primero que hizo fue enviar a descubrir alguna parte de aquel caudaloso río, y procuró tener comunicación con algunos indios de aquella costa, para lo cual despachó al capitán Juan Álvarez Ramón, para que fuese con un navío por él arriba, y reconociese con cuidado lo que en él había; el cual habiendo navegado tres jornadas, dio en unos bajíos arriba de dos islas muy grandes que están en medio de dicho río, y sobreviniéndole una tormenta en aquel paraje, encalló el navío en parte donde no pudo salir más; (cuya razón parece el día de hoy allí) con este naufragio el capitán Ramón echó su gente en un batel, y como pudo salió con ella a tierra, y vista la gente por los indios de la comarca llamados Chayos y Charrúas, les acometieron yendo caminando por la costa, por no poder ir todos en el batel; y peleando con ellos, mataron al capitán Ramón y algunos soldados, y los que quedaron se vinieron en el batel a donde estaba Gaboto, el cual dejando allí la nao capitana con alguna gente de pelea y de mar que la guardasen, tomó una carabela y un bergantín con la gente que pudo, y se fue con ella por el Río de la Plata arriba, y atravesando aquel golfo entró por el brazo que se llama el río de las Palmas, y saliendo de la tierra habló con algunos indios de las islas, de quienes recibió alguna comida; y pasando adelante llegó al río del Carcarañal, que es nombre antiguo de un cacique de aquella tierra, que cae a la costa de la mano izquierda, que es al Sud-oeste, donde Sebastián Gaboto tomó puerto, y le llamó de Sancti Spiritus, el cual viendo la altura y comodidad de esta isla, fundó allí un fuerte de madera con su terrapleno y dos baluartes bien cubiertos; y corriendo la tierra tuvo comunicación con los indios de su comarca, con quienes trabó amistad; y pareciéndole conveniente reconocer lo más interior de la tierra para el fin que pretendía, descubriendo por aquella vía entrada para el reino del Perú, despachó cuatro españoles a cargo de uno llamado César, que fuese a este efecto por aquella provincia, y entrase caminando por su derrota entre Mediodía y Occidente, y topando con alguna gente de consideración y con lo que descubriese dentro de tres meses, volviese a darle cuenta de lo que había. Con esta orden se despachó César, y sus compañeros, de los cuales a su tiempo haremos mención, por decir lo que hizo Gaboto en este tiempo: en el cual habiendo arrasado los dos navíos, quitándoles las obras muertas, y poniéndoles remos, se metió con ellos el río arriba, llevando consigo 110 soldados, dejando en el fuerte 60 a cargo del capitán Diego de Bracamonte. Entró, por el Río de la Plata arriba a remo y vela con grandísimo trabajo, por no estar práctico de aquel río, ni de sus bajíos e incomodidades de aquella navegación, hasta que por sus jornadas llegó a las juntas de los dos ríos Paraná y Paraguay, hallándose en aquel paraje distante del fuerte 120 leguas; y entrando por el Paraná, por parecer más caudaloso y acomodado para navegar, llegó a la laguna dicha de Santa Ana, donde estuvo algunos días rehaciéndose de alguna comida, que con rescates hubo de los indios de quienes tomó lengua de lo que por allí había, y de la incomodidad que había de poder navegar con sus navíos por aquel río, a causa de sus muchos bajíos y arrecifes que tiene; a cuya causa revolviendo atrás, tomó el río del Paraguay, y hallándole mu fondable hizo su navegación por él arriba como 40 leguas, hasta un paraje que llaman la Angostura; y estando en ella le acometieron más de 300 canoas de indios que llaman Agases, que en aquella ocasión señoreaban todo aquel río, (que ya el día de hoy son acabados con los encuentros que han tenido con los españoles) los cuales se dividieron en tres escuadras, y acometiendo a los navíos que ya iban a la vela, Sebastián Gaboto, previniendo lo necesario, asestó los versos que llevaba, y teniendo al enemigo a tiro de cañón, hizo disparar a las escuadras de canoas, las cuales las más de ellas fueron hundidas y trastornadas de los tiros: y acercándose más a los enemigos, y peleando los españoles con ellos con sus arcabuces y ballestas, y los indios con su flechería, vinieron casi a las manos, y llegaron a los costados de los navíos de donde con sus picas y otras armas mataron gran cantidad de indios, de manera que fueron desbaratados y puestos en huida (los que escaparon), quedando los españoles victoriosos con pérdida solo de tres soldados que iban en un batel, y fueron presos de los enemigos, los cuales muchos años después vinieron a ser habidos y sacados de cautiverio. Redundó de su prisión muy gran bien, porque salieron grandes lenguas y prácticos en la tierra. Estos se llamaban, el uno Juan de Justes, y el otro Héctor de Acuña, y ambos fueron encomenderos en la Asumpción. Pasando adelante Sebastián Gaboto llegó a un término que llaman la Frontera, por ser los límites de los Guaranís, indios de aquella tierra, y términos de las otras naciones, donde tomando puerto procuró con todas diligencias tener comunicación con ellos; y con dádivas y rescates, que dio a los caciques que le vinieron a ver, asentó paz y amistad con ellos, los cuales le proveyeron de toda la comida que hubo menester: con esto Gaboto hubo con facilidad algunas piezas de plata, y manillas de oro, manzanas de cobre, y otras cosas de las que a Alejos García habían quitado, y él había traído del Perú de la jornada que hizo a los Charcas, cuando le mataron los indios de aquella tierra. Con esto Sebastián Gaboto estaba muy alegre y gozoso, con esperanza que la tierra era muy rica, según la fama y relaciones que de los indios tuvo, (aunque como he dicho, todo aquello emanaba del Perú) persuadiéndose ser aquellas muestras de la propia tierra; y así dio vuelta a su fuerte, donde llegando se determinó luego partirse para Castilla a dar cuenta a su Majestad de lo que había visto y descubierto en aquellas provincias, y bajando al río de San Juan, donde había dejado la nao, se metió en ella con algunos de los que él quiso llevar, dejando en el fuerte de Sancti Spiritus 110 soldados a cargo del capitán don Nuño de Lara, y por su alférez Mendo Rodríguez de Oviedo, y por sargento a Luis Pérez de Bargas, sin otros muchos hidalgos y personas de cuenta que en el número de 110 soldados había, como el capitán Ruiz García Mosquera, Francisco de Rivera, etc.
Capítulo VII
De la muerte del capitán don Nuño de Lara, y su gente; y lo demás sucedido
Partido Sebastián Gaboto para España con mucho sentimiento de los que quedaban, por ser un hombre afable, de gran valor y prudencia, muy experto y práctico en la cosmografía, como de él se cuenta; luego el capitán don Nuño procuró conservar la paz que tenía con los naturales circunvecinos, en especial con los indios Timbús, gente de buena masa y voluntad; con cuyos dos principales caciques siempre la conservó, y ellos acudiendo a buena correspondencia de ordinario proveían a los españoles de comida, que como gente labradora nunca les faltaba. Estos dos caciques eran hermanos, el uno llamado Mangoré, y el otro Siripo, mancebos ambos como de treinta a cuarenta años, valientes y expertos en la guerra, y así de todos muy temidos y respetados, y en particular el Mangoré el cual en esta ocasión se aficionó de una mujer española que estaba en la fortaleza, llamada Lucía de Miranda, casada con un Sebastián Hurtado, naturales de Écija. A esta señora hacía este cacique muchos regalos, y socorría de comida, y ella de agradecida le hacia amoroso tratamiento; con que vino el bárbaro a aficionársele tanto, y con tan desordenado amor, que intentó de hurtarla por los medios a él posibles: y convidando a su marido, a que se fuese a entretener a su pueblo, y a recibir de él buen hospedaje y amistad, con buenas razones se negó: y visto que por aquella vía no podía salir con su intento, y la compostura, honestidad de la mujer, y recato del marido, vino a perder la paciencia con grande indignación y mortal pasión, con la que ordenó con los españoles, debajo de amistad, una alevosía y traición, pareciéndole que por este medio sucedería el negocio de manera que la pobre señora viniese a su poder: para cuyo efecto persuadió al otro cacique su hermano, que no les convenía dar la obediencia al español tan de repente, porque con estar en sus tierras, eran tan señores y resolutos en sus cosas que en pocos días le supeditarían todo, como las muestras lo decían, y si con tiempo no se prevenía este inconveniente, después cuando quisiesen no lo podrían hacer, conque quedarían sujetos a perpetua servidumbre; para cuyo efecto su parecer era, que el español fuese destruido y muerto, y asolado el fuerte, no perdonando la ocasión cuando el tiempo la ofreciese: a lo cual el hermano respondió, que cómo era posible tratar él cosa semejante contra los españoles, habiendo profesado siempre su amistad, y siendo tan aficionado a Lucía; que el de su parte no tenía intento ninguno de hacerlo, porque a más de no haber recibido del español ningún agravio, antes todo buen tratamiento y amistad, no hallaba causa para tomar las armas contra él: a lo cual el Mangoré replicó con indignación que así convenía se hiciese por el bien común, y porque era gusto suyo, a que como buen hermano debía condescender. De tal suerte supo persuadir al hermano, que vino a, condescender con él, dejando el negocio tratado entre sí para tiempo más oportuno: el cual no mucho después se lo ofreció la fortuna conforme a su deseo, y fue: que habiendo necesidad de comida en el fuerte despachó el capitán don Nuño 40 soldados en un bergantín en compañía del capitán Ruiz García, para que fuesen por aquellas islas a buscar comida, llevando por orden, se volviesen con toda brevedad con todo lo que pudiesen recoger. Salido pues el bergantín, tuvo el Mangoré por buena esta ocasión, y también por haber salido con los demás Sebastián Hurtado, marido de Lucía; y así luego se juntaron por orden de sus caciques más de cuatro mil indios, los cuales se pusieron de emboscada en un sauzal, que estaba media legua del fuerte a la orilla del río, para con más facilidad conseguir su intento, y fuese más fácil la entrada en la fortaleza: salió el Mangoré con 30 mancebos muy robustos cargados de comida, pescado, carne, miel, manteca y maíz, con lo cual se fue al fuerte, donde con muestras de amistad lo repartió, dando la mayor parte al capitán y oficiales, y lo restante a los soldados, de que fue muy bien recibido y agasajado de todos, aposentándole dentro del fuerte, aquella noche: en la cual, reconociendo el traidor que todos dormían excepto los que estaban de posta en las puertas, aprovechándose de la ocasión, hicieron seña a los de la emboscada, los que con todo silencio llegaron al muro de la fortaleza, y a un tiempo los de dentro y los de fuera cerraron con los guardas, y pegaron fuego a la casa de munición, con que en un momento se ganaron las puertas, y a su salvo, matando los guardas, y a los que encontraban de los españoles, que despavoridos salían de sus aposentos a la plaza de armas, sin poderse de ninguna manera incorporar unos con otros; porque como era grande la fuerza del enemigo cuando despertaron, a unos por una parte, a otros por otra, y a otros en las camas los mataban y degollaban sin ninguna resistencia, excepto de algunos pocos, que valerosamente pelearon: en especial don Nuño de Lara, que salió a la plaza haciéndola con su rodela y espada por entre aquella gran turba de enemigos, hiriendo y matando muchos de ellos, acobardándolos de tal manera que no había ninguno que osase llegar a él viendo que por sus manos eran muertos; y visto por los caciques o indios valientes, haciéndose a fuera comenzaron a tirarle con dardos y lanzas, con que le maltrataron, de manera que todo su cuerpo estaba harpado y bañado en sangre; y en esta ocasión el sargento mayor con una alabarda, cota, y celada se fue a la puerta de la fortaleza, rompiendo por los escuadrones, entendiendo poderse señorear de ella, ganó hasta el umbral, donde hiriendo a muchos de los que la tenían ocupada, y él asimismo recibiendo muchos golpes de ellos, aunque hizo gran destrozo matando muchos de los que le cercaban, de tal manera fue apretado de ellos, tirándole gran número de flechería, que fue atravesado su cuerpo y así cayó muerto, y en esta misma ocasión, el alférez Oviedo con algunos soldados de su compañía, salieron bien armados, y cerraron con gran fuerza de enemigos que estaban en la casa de munición, por ver si la podían socorrer, y apretándoles con mucho valor, fueron mortalmente heridos y despedazados, sin mostrar flaqueza hasta ser muertos, vendiendo sus vidas a costa de infinita gente bárbara, que se las quitaron. En este mismo tiempo el capitán don Nuño procuraba acudir a todas partes herido por muchas y desangrado, sin poder remediar nada, con valeroso ánimo se metió en la mayor fuerza de enemigos, donde encontrando con el Mangoré le dio una gran cuchillada, y asegurándole con otros dos golpes le derribó muerto en tierra; y continuando con grande esfuerzo y valor, fue matando otros muchos caciques e indios, con que ya muy desangrado y cansado con las mismas heridas, cayó en el suelo donde los indios le acabaron de matar, con gran contento de gozar de la buena suerte en que consistía el buen efecto de su intento; y así con la muerte de este capitán fue luego ganada la fuerza, y toda ella destruida sin dejar hombre a vida, excepto cinco mujeres que allí había, con la muy cara Lucía de Miranda y algunos tres o cuatro muchachos, que por serlo no los mataron, y fueron presos y cautivos: y haciendo montón de todo el despojo, para repartirlo entre toda la gente de guerra, aunque esto más se hace para aventajar a los valientes y para que los caciques y principales escojan y tomen para sí lo que mejor les parece; lo que hecho, visto por Siripo la muerte de su hermano, y la dama que tan cara le costaba, no dejó de derramar muchas lágrimas, considerando el ardiente amor que le había tenido, y el que en su pecho iba sintiendo tener a esta española; y así de todos los despojos que aquí se ganaron, no quiso por su parte tomar otra cosa, que por su esclava a la que por otra parte era señora de los otros; la cual puesta en su poder, no podía disimular el sentimiento de su gran miseria con lágrimas de sus ojos; y aunque era bien tratada y servida de los criados de Siripo, no era eso parte para dejar de vivir con mucho desconsuelo, por verse poseída de un bárbaro: el cual viéndola tan afligida, un día por consolarla la habló con muestra de grande amor, y le dijo: de hoy en adelante, Lucía, no te tengas por mi esclava sino por mi querida mujer, y como tal, puedes ser señora de todo cuanto tengo, y hacer a tu voluntad de hoy para siempre; y junto con esto te doy lo más principal, que es el corazón: las cuales razones afligieron sumamente a la triste cautiva, y pocos días después se le acrecentó más el sentimiento con la ocasión que de nuevo se le ofreció, y fue, que en este tiempo trajeron los indios corredores preso ante Siripo a Sebastián Hurtado, el cual habiendo vuelto con los demás del bergantín al puesto de la fortaleza, saltando en tierra la vio asolada y destruida, con todos los cuerpos de los que allí se mataron, y no hallando entre ellos el de su querida mujer, y considerando el caso se resolvió a entrarse entre aquellos bárbaros, y quedarse cautivo con su mujer, estimando eso en más, y aun dar la vida, que vivir ausente de ella; y sin dar a nadie parte de su determinación se metió por aquella vega adentro, donde al otro día fue preso por los indios, los cuales atadas las manos, lo presentaron a su cacique y principal de todos, el cual como le conoció, le mandó quitar de su presencia y ejecutarlo de muerte; la cual sentencia oída por su triste mujer, con innumerables lágrimas, rogó a su nuevo marido no se ejecutase, antes le suplicaba le otorgase la vida para que ambos se empleasen en su servicio, y como verdaderos esclavos, de que siempre estarían muy agradecidos; a lo que el Siripo condescendió por la grande instancia con que se lo pedía aquella, a quien él tanto deseaba agradar: pero con un precepto muy rigoroso, que fue, que so pena de su indignación y de costarles la vida, si por algún camino alcanzaba que se comunicaban, y que él daría a Hurtado otra mujer con quien viviese con mucho gusto y le sirviese; y junto con eso le haría él tan buen tratamiento como si fuera, no esclavo, sino verdadero vasallo y amigo; y los dos prometieron de cumplir lo que se les mandaba: y así se abstuvieron por algún tiempo sin dar ninguna nota. Mas como quiera que el amor no se puede ocultar, ni guardar ley, olvidados de la que el bárbaro les puso, y perdido el temor, siempre que se les ofrecía ocasión no la perdían, teniendo siempre los ojos clavados el uno en el otro, como quienes tanto se amaban; y fue de manera que fueron notados de algunos de la casa, y en especial de un india, mujer que había sido muy estimada de Siripo, y repudiada por la española: la cual india movida de rabiosos celos, le dijo al Siripo con gran denuedo: «muy contento estás con tu nueva mujer, mas ella no lo está de ti, porque estima más al de su nación y antiguo marido, que a cuanto tienes y posees: por cierto, pago muy bien merecido, pues dejaste a la que por naturaleza y amor estabas obligado, y tomaste la extranjera y adúltera por mujer». El Siripo se alteró oyendo estas razones, y sin duda ninguna ejecutara su saña, en los dos amantes, más dejolo de hacer hasta certificarse de la verdad de lo que se le decía; y disimulando andaba de allí adelante con cuidado por ver si podía cogerlos juntos, o como dicen, con el hurto en las manos: al fin se le cumplió su deseo, y cogidos con infernal rabia, mandó hacer un gran fuego y quemar en él a la buena Lucía; y puesta en ejecución la sentencia, ella la aceptó con gran valor, sufriendo el incendio, donde acabó su vida como verdadera cristiana, pidiendo a Nuestro Señor hubiese misericordia y perdonase sus grandes pecados; y al instante el bárbaro cruel mandó asaetear a Sebastián Hurtado, y así lo entregó a muchos mancebos, los cuales, atado de pies y manos, lo amarraron a un algarrobo y fue flechado de aquella bárbara gente, hasta que acabó su vida arpado todo el cuerpo y puestos los ojos en el cielo, suplicaba a Nuestro Señor le perdonase sus pecados, de cuya misericordia, es de creer, están gozando de su santa gloria marido y mujer: todo lo cual sucedió en el año de 1532.
Capítulo VIII
De lo que sucedió a la gente del bergantín
Vuelto que fue el capitán Mosquera y sus cuarenta soldados que con él salieron en el bergantín a buscar comida por aquel río, entraron en la fortaleza con el llanto y sentimiento que se puede imaginar, viéndolo todo asolado; y los cuerpos de sus hermanos y compañeros hechos pedazos; derramando muchas lágrimas les dieron sepultura lo mejor que pudieron: y no sabiendo la determinación que pudieran tomar, entraron en consejo sobre ello y resolvieron de irse al Brasil, costa a costa, en el mismo bergantín, pues no podían hacer otra cosa, aunque quisiesen ir a Castilla; porque el navío estaba rajado de las obras muertas para poder navegar con él por aquel río, a remo y vela: y puesto en efecto su determinación, se hicieron a la vela bajando por las islas de las dos Hermanas, y entrando por el río de las Palmas atravesaron el golfo del Paraná, tomando la isla de Martín García, y de allí a San Gabriel, yendo a desembocar por junto a la de los Lobos, saliendo al mar ancho, y costeando, al Nordeste llegaron a la isla de Santa Catalina, y pasando de San Francisco a la barra del Paranaguá, llegaron a la Cananea, y corriendo la costa tomaron un brazo y bahía de mar que allí hace, llamado Igua, veinte y cuatro leguas de San Vicente, donde surgieron y tomaron tierra, por ser de agradable vista sus salidas: allí determinaron hacer asiento, para lo cual trabaron amistad con los naturales de aquella costa, y con los portugueses circunvecinos, con quienes tenían correspondencia. Hechas, pues, sus casas y sementeras, vivieron dos años en buena conformidad, hasta que un hidalgo portugués, llamado el bachiller Duarte Pérez, se les vino a meter con toda su casa, hijos y criados, despechado y quejoso de los de su propia nación; el cual había sido desterrado por el rey don Manuel a aquella costa, en la que había padecido innumerables trabajos, por lo que hablaba con alguna libertad, más de la que debía; de lo cual resultó que el capitán de aquella costa le envió a notificar que fuese a cumplir su destierro a la parte y lugar donde por su rey fue mandado, y por el consiguiente los castellanos que allí estaban, fueron requeridos que si querían permanecer en aquella tierra, diesen luego obediencia a su rey y señor, cuyo era aquel distrito y jurisdicción; y en su nombre al gobernador Martín Alfonso de Sosa: donde no, dentro de treinta días dejasen aquella tierra, saliéndose de ella, so pena de muerte y perdimiento de sus bienes. Los castellanos respondieron que no conocían ser aquella tierra de la corona de Portugal sino como de la de Castilla, y como tal estaban allí poblados en nombre del emperador don Carlos, cuyos vasallos eran. De estas demandas y respuestas vino a resultar muy grande disconformidad entre los unos y los otros; y en este tiempo sucedió el llegar a aquella costa un navío de franceses corsarios, los cuales llegados a la Cananea entraron en aquel puerto, y siendo los castellanos avisados se determinaron de acometer al navío, y cogiendo dos marineros que habían saltado a tierra a tomar provisión de los indios, una noche muy obscura cercaron el navío con muchas canoas y balsas en que iban más de 200 flecheros, y llevando consigo los dos franceses les dijeron que dijesen, que venían con el refresco y comida que habían salido a buscar, y que no había de que recelarse porque estaba todo muy quieto; con lo cual los aseguraron y fueron echando sus cabos en el navío, mientras acababan de llegar las canoas para echar arriba sus escalas, y saltando dentro los castellanos e indios repentinamente, pelearon con los franceses, y los rindieron, y tomaron el navío con muchas armas y municiones y otras cosas que traían, con cuyo suceso quedaron los españoles muy bien pertrechados para cualquier acaecimiento: y pasando adelante la discordia que los portugueses con ellos tenían, determinaron de echarlos de aquella tierra y Puerto, castigándolos con el rigor que su atrevimiento pedía. De esta determinación tuvieron los castellanos aviso; y así trataron entre sí el modo que habían de tener para defenderse de los contrarios; y resueltos en lo que habían de hacer, supieron como dos capitanes portugueses venían de hecho con 80 soldados a dar sobre ellos, sin muchos indios que consigo traían con determinación, como digo, de echarlos de aquel puesto, y quitarles sus haciendas, castigándoles en las personas; para cuyo resguardo los castellanos procuraron reparar y fortificar el puesto con sus trincheras de la parte del mar, por donde también les habían de acometer, donde plantaron cuatro piezas de artillería, y haciendo una emboscada entre el puerto y el lugar, con 20 soldados y algunos indios de su servicio, como hasta 150 flecheros, para que viniendo a las manos con los de la trinchera de improviso diesen sobre los contrarios. En este tiempo llegaron los portugueses por mar y tierra, y puestos en buen orden marcharon para el lugar con sus banderas desplegadas, y pasando por cerca de la emboscada llegaron a reconocer la trinchera, de la cual se les disparó la artillería, y abriéndoles su escuadrón a un lado y otro, cerca de una montaña, salieron a ellos los de la emboscada, y dándoles una rociada de arcabucería y flechería, los portugueses se desordenaron, y aunque disparando algunos arcabuceros se retiraron con toda prisa: los del lugar dieron tras de ellos, y al pasar un paso estrecho que allí hacia un arroyo, hicieron gran matanza, prendiendo algunos, y entre ellos al capitán Pedro de Goas, que fue herido de un arcabuzazo; y continuando los castellanos la victoria, por no perder la ocasión, llegaron a la villa de San Vicente, donde entrados en las atarazanas del rey, saquearon y robaron cuanto había en el puerto. Hecho este desconcierto volvieron a su asiento con algunos de los mismos portugueses, que al disimulo les favorecieron; donde metidos todos en dos navíos, desampararon la tierra y se fueron a la isla de Santa Catalina, que es ochenta leguas más para el Río de la Plata, por ser conocidamente demarcación y territorio de la corona de Castilla, y allí hicieron asiento por algunos días, hasta que el capitán Gonzalo de Mendoza encontró con ellos, como en adelante se dirá. Pasó este suceso el año de 1534, el cual entiendo que fue el primero que hubo entre cristianos en estas partes de las Indias Occidentales.
Capítulo IX
Del descubrimiento de César y sus compañeros
En el capítulo sexto de este libro dije, cómo Sebastián Gaboto había despachado a descubrir las tierras australes y occidentales que por aquella parte pudiesen reconocer, según lo pareció al dictamen de su entendimiento y cosmografía, pareciéndole que por allí era el más fácil y breve camino para entrar al rico reino del Perú y sus confines, para lo cual dijimos haber enviado a César y sus compañeros. A este efecto, desde la fortaleza de Sancti Spiritu, de donde salieron a su jornada, se fueron por algunos pueblos de indios, y atravesando una cordillera que viene de la costa de la mar, y corriendo hacia el Poniente y Septentrión, se va a juntar con la general y alta cordillera del Perú y Chile, haciendo entre una y otra muy grandes y espaciosos valles poblados de muchos indios de varias naciones; y pasando de aquel cabo, corriendo su derrota por muchas poblaciones de indios que les agasajaron y dieron pasaje, continuando sus jornadas volvieron hacia el Sur, y entraron en una provincia de gran suma, y multitud de gente; muy rica de oro y plata, que tenían juntamente mucha cantidad de ganados y carneros de la tierra, de cuya lana fabricaban gran suma de ropa bien tejida. Estos naturales obedecían a un gran señor que los gobernaba, y teniendo por más seguro los españoles meterse debajo de su amparo, determinaron irse adonde él estaba, y llegados a su presencia, con reverencia y acatamiento le dieron su embajada, por el mejor modo que les fue posible, dándole satisfacción de su venida, y pidiéndole su amistad de parte de Su Majestad, que era un poderoso príncipe que tenía su reino y señorío de la otra parte del mar; no porque tenía necesidad de adquirir nuevas tierras y señoríos, ni otro interés alguno más que tenerle por amigo, y conservar su amistad, como lo hace con otros muchos príncipes y reyes, y celo de darle a conocer al verdadero Dios. En este particular fueron los españoles con gran recato por no caer en desgracia de aquel señor, el cual los recibió humanamente haciéndoles buen tratamiento, gustando mucho de su conversación y costumbres de los españoles; y allí estuvieron muchos días, hasta que César y sus compañeros le pidieron licencia para volverse, la cual este señor les concedió liberalmente dándoles muchas piezas de oro y plata, y cargándoles de cuanta ropa pudieron llevar, y juntamente les dio indios que los acompañasen y sirviesen; y atravesando toda aquella tierra, vinieron por su derrota hasta topar con la fortaleza de donde habían salido, la cual hallaron desierta y asolada, después del desdichado suceso de don Nuño de Lara, y de los demás que con 61 murieron. Lo cual visto por César tornó a dar vuelta con su compañía a esta provincia, de donde pasados algunos días determinaron salir de aquella tierra y pasar adelante, como lo hicieron por muchas regiones y comarcas de indios de lenguas diferentes, y también en costumbres; y subiendo una cordillera altísima y áspera, de la cual mirando el hemisferio vieron a una parte el mar del Norte, y a la otra el del Sur: aunque a esto no me he podido persuadir por la distancia que hay de un mar a otro; porque tomando por lo más estrecho, que esto podrá ser en el rincón del estrecho de Magallanes, hay, de la una boca de la parte del Norte a la otra del mar del Sur, más de cien leguas, por lo que entiendo fue engaño de unos grandes lagos que por noticia se sabe que caen de esta otra parte del Norte, que mirando de lo alto les pareció ser el mismo mar: de donde caminando por la costa del Sur muchas leguas, salieron hacia Atacama, tierra de los Olipes, y dejando a mano derecha los Charcas fueron en demanda del Cuzco, y entraron en aquel reino al tiempo que Francisco Pizarro acababa de prender a Atahualpa, Inga en los Tambos de Cajamarca, como consta de su historia. De forma que con este suceso, atravesó este César toda esta tierra, de cuyo nombre comúnmente le llaman la conquista de los Césares, según me certificó el capitán Gonzalo Sáenz Garzón, vecino de Tucumán, conquistador antiguo del Perú, el cual me dijo haber conocido y comunicado a este César en la ciudad de los Reyes, de quien tomó la relación y discurso que en este capítulo he referido.
Capítulo X
Cómo don Pedro de Mendoza pasó por Adelantado y Gobernador de estas provincias, y la armada que trajo
Llegado Sebastián Gaboto a Castilla el año de 33 dio cuenta a Su Majestad de lo que había descubierto y visto en aquellas provincias, la buena disposición, calidad y temple de la tierra, la gran suma de naturales, con la noticia y muestras de oro y plata que traía; y de tal manera supo ponderar este negocio que algunos caballeros de caudal pretendieron esta conquista y gobernación. Un criado de la casa real, gentil hombre de boca del emperador nuestro señor don Pedro de Mendoza, deudo muy cercano de doña María de Mendoza, mujer del señor don Francisco de los Cobos, tuvo negociación de que su Majestad le hiciese merced de aquella gobernación con título de adelantado, haciendo asiento de la poblar y conquistar, pasando con su gente y armada en aquella tierra, con cargo de que habiéndola poblado, se le haría merced con título de marqués de lo que allí se poblase: con cuya fama y buena opinión se movieron en España diversas personas, ofreciéndosele al gobernador con cuanto tenían, de manera que no tenían a poca suerte los que a esta empresa eran admitidos; y así no hubo ciudad de donde no saliesen para esta jornada mucha gente, y entre ella algunos hombres nobles y de calidad; y juntos en Sevilla, se embarcaron y salieron de la barra de San Lúcar en 14 navíos el año de 1535 a 24 de agosto, y navegando por su derrota con viento próspero, llegaron a las Canarias, y en la isla de Tenerife hizo el adelantado reseña de su gente, y halló que traía 2200 hombres entre oficiales y soldados, de algunos de los cuales haré aquí mención, para noticia de lo que adelante ha de suceder. Traía por su maestre de campo un caballero de Ávila, llamado Juan de Osorio, que había sido en Italia capitán de infantería española, al cual todos querían y estimaban por su grande afabilidad y valor. Iba por almirante de la armada don Diego de Mendoza, hermano del adelantado; y por su alguacil mayor Juan de Oyolas, que a más de la privanza grande que con el adelantado tenía, era su mayordomo. Por proveedor de Su Majestad, un caballero llamado Francisco de Alvarado, y junto con él, un hermano suyo llamado don Juan de Carabajal. Entre los de más cuenta que llevaba, eran el capitán Domingo Martínez de Irala, natural de Bergara en la provincia de Guipúzcoa; Francisco Ruiz Galán, de la ciudad de León en Castilla; el capitán Salazar de Espinosa, de la villa de Pomar; Gonzalo de Mendoza, de Baeza, y don Diego de Avalos. Venía junto con estos, un caballero gentil hombre del Rey, llamado don Francisco de Mendoza, mayordomo de Maximiliano rey de Romanos, el cual por cierta desgracia que le sucedió en España pasó a las Indias. Por contador de su Majestad venía Juan de Cáceres, natural de Madrid; y con él Felipe de Cáceres su hermano: por tesorero venía García Venegas natural de Córdoba; y Hernando de los Ríos, y Andrés Hernández el romo. Por factor de Su Majestad, don Carlos de Guevara y por alcaide de la primera fortaleza que se hiciese, don Núñez de Silva. Venía por sargento mayor de la armada, Luis de Rojas y Sandoval; y sin cargo venían otros muchos caballeros, como Perafán de Rivera, don Juan Manrique, el capitán Diego de Abreu, Pedro Ramiro de Guzmán, todos de Sevilla. Don Carlos Dubrin, hermano de leche del emperador don Carlos Nuestro Señor, el capitán Juan de Ortega, Luis Hernández de Zúñiga de las Montañas, Francisco de Avalos Piscina, de Pamplona, Hernando Arias de Mansilla, don Gonzalo de Aguilar, el capitán Medrano, de Granada, don Diego Barba, caballero de San Juan, Hernán Ruiz de la Cerda, el capitán Agustín de Campos de Almodóvar; capitán Luján, don Juan Ponce de León, de Osuna, el capitán Juan Romero, y Francisco Hernández de Córdoba, Antonio de Mendoza, y don Bartolomé de Bracamonte, de Salamanca; Diego de Estopiñán, capitán Figueroa, Alonso Suárez de Ayala; y Juan de Vera, de Jerez de la frontera, Bernardo Centurión, genovés, cuatralvo de las galeras del príncipe Andrea Doria; el capitán Simón Jacques de Ramúa, natural de Flandes, Luis Pérez de Ahumada, hermano de Santa Teresa de Jesús; sin otros muchos caballeros que venían en dicha armada por alférez, sargentos, y otros muchos hidalgos de cuenta: la cual partida de las Canarias, continuando su viaje, pasó la línea equinoccial, de donde con una gran tormenta se dividió la armada. Don Diego de Mendoza tomó hacia el Mediodía para la boca del Río de la Plata (según se presume, de malicia), y navegando toda la demás armada para la costa del Brasil, tomó puerto en el Río Janeiro, y en, otros de aquella costa, obligados de la necesidad de hacer esta arribada, del agua y bastimentos; y estando en dicho puerto, sucedió un día que andando el maestre de campo Juan de Osorio paseándose con el factor don Carlos de Guevara por la playa, llegó a él Juan de Oyolas, alguacil mayor, y le dijo, (yendo en su compañía el capitán Salazar, y Diego de Salazar y Medrano): «Usted sea preso, señor Juan de Osorio»; a lo cual, entendiendo el maestre de campo, se retiró empuñándose a la espada; y entonces le replicó el alguacil mayor, diciendo: «téngase usted que el señor gobernador manda que vaya preso»; a lo que respondió Juan de Osorio: «hágase lo que su Señoría manda, que yo estoy presto a obedecerle»: y con esto todos se fueron hacia la tienda del gobernador, la cual estaba en la playa, y en aquella sazón, cercada toda de gente de guarda; y adelantándose el alguacil mayor, fue a dar aviso al gobernador (que estaba almorzando), diciéndole: «ya, señor, está preso, ¿qué manda Vuestra Señoría que se haga?». Él respondió dando de mano: «hagan lo que han de hacer»; y volviendo a donde venía el maestre de campo, de improviso le dieron de puñaladas, que cayó muerto, sin poder confesar: luego pusieron el cuerpo sobre un repostero a vista de todo el campo con un rótulo: -por traidor y alevoso-; y a esta sazón el Adelantado dijo: «este hombre tiene su merecido, que su soberbia y arrogancia le han traído a este estado». Todos los presentes sintieron en el alma la muerte de tan principal y honrado caballero, quedando tristes y desconsolados, particularmente sus deudos y amigos. Súpose que algunos envidiosos le malsinaron con don Pedro, diciendo, que el maestre de campo le amenazaba, que en llegando al Río de la Plata había de hacer que las cosas corriesen por diferente orden, atribuyendo sus razones a mal fin: de cuya muerte sobrevinieron, por castigo de Dios, grandes guerras, muchas desgracias y muertes, como adelante se dirá.
Capítulo XI
Como la armada entró en el Río de la Plata, y de la muerte de don Diego de Mendoza
Quedó toda la gente tan disgustada con la muerte del maestre de campo Juan de Osorio, que muchos estaban determinados a quedarse en aquella costa, como lo hicieron; y habiéndole entendido el gobernador, mandó luego salir la armada de aquel puerto, y engolfándose en la mar, se vinieron a hallar en veinte ocho grados sobre la laguna de los Patos, donde, y más adelante, tocaron en unos bajíos que llaman los Arrecifes de don Pedro; y corriendo la costa, reconocieron el cabo de Santa María, y fueron a tomar el cabo de la boca del Río de la Plata, por donde entrados, subieron por él hasta dar en la playa de San Gabriel, donde hallaron a don Diego de Mendoza que estaba haciendo tablazón para bateles y barcos en que pasar el río, para la parte del Oeste, que es Buenos Aires. Saludados los unos a los otros, supo don Diego la muerte del maestre de campo, la cual sintió mucho, y dijo públicamente: «plegue a Dios, que la falta de este hombre, y su muerte, no sean causa de la perdición de todos»; y dando orden de pasar a aquella parte, fueron algunos a ver la disposición de la tierra; y el primero que saltó en ella, fue Sancho del Campo, cuñado de don Pedro, el cual vista la pureza de aquel temple, y su calidad y frescura, dijo: «que Buenos Aires son los de este suelo»; de donde se le ha quedado el nombre, y considerado bien el sitio y lugar por personas experimentadas, y ser el más acomodado que por allí había para escala de aquella entrada, determinó luego don Pedro hacer allí asiento, y mandó pasar toda la gente a aquella parte, así por parecerle estaría más segura de que no se le volviese al Brasil, como por la comodidad de poder algún día abrir camino y entrada para el Perú; y dejando los navíos de más porte en aquel puerto con la guarda necesaria, se fue con lo restante al de Buenos Aires, metiendo los navíos en aquel riachuelo, del cual media legua arriba fundó una población que puso por nombre la ciudad de Santa María en el año de 36; donde hizo un fuerte de tapias de poco más de un solar en cuadro donde se pudiese recoger la gente, y poderse defender de los indios de guerra, que luego que sintieron a los españoles, vinieron a darle algunos rebatos por impedirles su población; y no pudiéndolo estorbar se retiraron sobre el Riachuelo, de donde salieron un día y mataron como diez españoles que estaban haciendo carbón y leña; y escapando algunos de ellos vinieron a la ciudad dando aviso de lo que había sucedido; y tocando al arma, mandó don Pedro a su hermano don Diego, que saliese a este castigo con la gente que le pareciese. Don Diego sacó en campo trescientos soldados infantes, y doce de a caballo, con tres capitanes, Perafán de Rivera, Francisco Ruiz Galán y don Bartolomé de Bracamonte, y cerca de su persona a caballo don Juan Manrique, Pedro Ramiro de Guzmán, Sancho del Campo, y el capitán Luján; y así todos juntos fueron caminando como 3 leguas hasta una laguna donde halló algunos indios pescando, y dando sobre ellos mataron y prendieron más de 30; y entre ellos un hijo de un cacique de toda aquella gente: y venida la noche se alojaron en la vega del río, de donde despachó don Diego algunos presos para que diesen aviso al cacique que se viniese a ver con él bajo de seguro, porque no pretendía con ellos otra cosa que tener amistad, que esta era la voluntad del Adelantado su hermano. Con esto venido otro día acordó de pasar adelante hasta topar los indios, y tomar más lengua de ellos, y llegados a un desaguadero de la laguna, descubrieron de la otra parte, más de tres mil indios de guerra, con mucha flechería, dardos, macanas y bolas arrojadizas, y tocando sus bocinas y cornetas, puestos en buen orden esperaban a don Diego; el cual como los vio dijo: «Señores, pasemos a, la otra banda y rompamos estos bárbaros: vaya la infantería delante haciendo frente, y deles una rociada, porque los de a caballo podamos sin dificultad salir a escaramucear con ellos y a desbaratarlos». Algunos capitanes dijeron que sería mejor aguardar, a que ellos pasasen, como al parecer lo mostraban, y pues se hallaban en puesto aventajado sin el riesgo y dificultad que había en pasar aquel vado. Al fin se vino a tomar el peor acuerdo, que fue pasar el desaguadero donde estaban los enemigos; los cuales en este tiempo se estuvieron quedos hasta que vieron que había pasado la mitad de nuestra gente de a pie, y entonces se vinieron repentinamente cerrados en media luna, y dando sobre los nuestros, hiriendo con tanta prisa que no les dieron lugar a disparar las ballestas y arcabuces: y visto por los capitanes y los de a caballo cuan mal les iba a los nuestros, dieron lugar a que pasase la caballería, y cuando llegó, ya era muerto don Bartolomé de Bracamonte; y siguiendo Perafán de Rivera, que peleaba con espada y rodela metido en la fuerza de enemigos, junto con Marmolejo su alférez, los cuales mataban y herían a gran prisa, hasta que cansados y desangrados de las muchas heridas que tenían, cayeron muertos. Don Diego con los de a caballo acometió en lo raso al enemigo; mas hallole tan fuerte que no le pudo romper, porque también los caballos venían flacos del mar, y temían el arrojarse a la pelea, y así revolviendo cada uno por su parte, hiriendo y matando lo que podían, hasta que con las bolas fueron derribando algunos caballos. Don Juan Manrique se metió en lo más espeso de su escuadrón, y peleando valerosamente cayó del caballo, y llegando don Diego a socorrerle no lo pudo hacer tan presto, que cuando llegó no le tuviesen ya cortada la cabeza, y al que se la cortó el bravo don Diego le atravesó la lanza por el cuerpo, y a él le dieron un golpe muy fuerte en el pecho con una bola, de que luego cayó sin sentido: en este tiempo Pedro Ramiro de Guzmán se arrojó primero al escuadrón de los indios por sacarle de este aprieto; y llegando donde estaba, le pidió la mano para subirle a las ancas de su caballo el cual, aunque se esforzó lo que pudo, no tuvo fuerzas, por estar tan desangrado; y cerrando los enemigos con Pedro Ramiro le acosaron de tal suerte a chuzazos, que en el propio lugar que don Diego, le acabaron y fue muerto. Luján y Sancho del Campo andaban algo a fuera muy mal heridos escaramuceando entre los indios, los cuales cerrando con la infantería, y desbaratándola, entraron por el desaguadero, hiriendo y matando a una mano y a otra a los españoles, de tal suerte que hicieron cruel matanza en ellos, y a seguir el alcance no dejaron hombre a vida de todos. Luján y otro caballero, por disparar sus caballos, salieron sin poderlos sujetar ni detenerlos, por estar muy heridos, los cuales llegando a la orilla de un río que hoy llaman de Luján, ambos cayeron muertos, como después se vio, porque hallaron los huesos, y uno de los caballos vivo; de cuyo suceso se le quedó el nombre a este río. Algunos dicen fueron estos la causa de la muerte del maestre de campo con otros que en este desbarate murieron. Sancho del Campo y Francisco Ruiz recogieron la gente que por todos fueron 140 de a pie, y cinco de a caballo; y como de estos venían muchos heridos y desangrados, aquella noche se fueron quedando, donde acabaron de hambre y sed sin poderlos remediar, y quedaron solos de toda aquella tropa 80 personas.
Capítulo XII
De la hambre y necesidad que padeció toda la armada
Sabido por don Pedro el suceso y desbarate, con la muerte de su hermano, y de los demás que fueron en su compañía, recibió tan grande sentimiento, que estuvo a pique de perder la vida, y más con un acaecimiento y desastre de haber hallado muerto en su cama al capitán Medrano de cuatro o cinco puñaladas, sin que se pudiese saber quién lo hubiese hecho; aunque se hicieron grandes diligencias, prendiendo muchos parientes y amigos de Juan de Osorio, con los cuales sucesos y hambre que sobrevino estaba la gente muy triste y desconsolada; llegando a tanto extremo la falta de comida que había, que solo se daba ración de seis onzas de harina, y esa podrida y mal pesada; que lo uno y otro causó tan gran pestilencia, que corrompidos morían muchos de ellos: para cuyo remedio determinó don Pedro enviar al capitán Gonzalo de Mendoza con una nao a la costa del Brasil en busca de alguna comida; y salido al efecto, hizo su jornada, y por otra parte despachó 200 hombres con Juan de Oyolas a que descubriesen lo que había el río arriba, nombrándole por su teniente general. El cual salió en dos bergantines y una barca, llevando en su compañía al capitán Alvarado y a otros caballeros, con orden de que dentro de cuarenta días le viniesen a dar cuenta de lo que descubriesen, para que conforme su relación ordenase lo más conveniente; y pasados algunos días estuvo don Pedro cuidadoso de saber lo sucedido, cumplido ya el término de los cuarenta días y otros más; lo cual le causó notable pena, y más viendo que cada día iba creciendo más la pestilencia, hambre, y necesidad; con que determinó irse al Brasil llevando consigo la mitad de la gente que allí tenía a proveerse de bastimentos, y con ellos volver y proseguir su conquista, (aunque a la verdad su intento no era este, sino de irse a Castilla y dejar la tierra) para lo cual con gran prisa, hizo aparejar los navíos que había de llevar; y embarcada la gente necesaria para el viaje, aquella misma noche llegó Juan de Oyolas antes del partirse; haciendo gran salva de artillería con gran júbilo, por haber hallado cantidad de comida y muchos indios amigos que dejaba de paz, llamados Timbús y Cararas, en el puerto de Corpus Christi, a donde dejó al capitán Alvarado con cien soldados en su compañía. Con este socorro, y la buena nueva que de la tierra tuvo, mudó de parecer don Pedro, y determinó ir en persona a verla, llevando en su compañía la mayor parte de la gente con algunos caballeros, dejando por su lugar teniente en Buenos Aires al capitán Francisco Ruiz, y en su compañía a don Nuño de Silva, y por capitán de los navíos a Simón Jaques de Ramúa. Tardó don Pedro en el viaje muchos días por causa de la gran flaqueza de la gente, la cual por momentos se le moría; tanto que ya le faltaba cerca de la mitad; y llegando a donde estaba Alvarado halló habérsele muerto la mitad de la gente, no pudiendo arribar de la gran flaqueza y hambre pasada; y la que de presente tenían: con todo determinó de hacer allí asiento visto la buena comodidad del sitio, mandó hacer una casa para su morada recibiendo gran consuelo en la comunicación y amistad de los naturales, de quienes se informó de lo que había en la tierra, y como a la parte del Sud-Oeste había ciertos indios vestidos que tenían muchas ovejas de la tierra, y que contrataban con otras naciones muy ricas de plata y oro, y que habían de pasar por ciertos pueblos de indios que viven bajo de tierra que llaman Comechingones, que son los de las cuevas, que hoy día están repartidos a la ciudad de Córdoba. Con esta relación se ofrecieron dos soldados a don Pedro de Mendoza de ir a ver y descubrir aquella tierra y traer razón de ella; el cual deseando satisfacerse condescendió con su petición, y salidos al efecto nunca más volvieron, ni se supo qué se hicieron, aunque algunos han dicho, que atravesando la tierra y cortando la cordillera general salieron al Perú y se fueron a Castilla. En este tiempo padecían en Buenos Aires cruel hambre, porque faltándoles totalmente la ración comían sapos, culebras y las carnes podridas que hallaban en los campos: de tal manera, que los excrementos de los unos, comían los otros; viniendo a tanto extremo de hambre, que como en el tiempo que Tito y Vespasiano tuvieron cercada a Jerusalem comieron carne humana, así sucedió a esta miserable gente, porque los vivos se sustentaban de la carne de los que morían, y aun de los ahorcados por justicia, sin dejarles más de los huesos: y tal vez hubo que un hermano sacó las asaduras y entrañas a otro que estaba muerto para sustentarse con ellas. Finalmente murió casi toda la gente, donde sucedió que una mujer española no pudiendo sobrellevar tan grande necesidad, fue constreñida a salirse del real e irse a los indios para poder sustentar la vida; y tomando la costa arriba llegó cerca de la Punta Gorda en el Monte Grande, y por ser ya tarde buscó donde albergarse; y topando con una cueva que hacía la barranca de la misma costa, entró por ella, y repentinamente topó una fiera leona que estaba en doloroso parto; la cual vista por la afligida mujer quedó desmayada, y volviendo en sí se tendía a sus pies con humildad: la leona que vio la presa, acometió a hacerla pedazos, y usando de su real naturaleza se apiadó de ella, y desechando la ferocidad y furia con que la había acometido, con muestras halagüeñas llegó hacia a la que hacía poco caso de su vida, con lo que cobrando algún aliento la ayudó en el parto en que actualmente estaba, y parió dos leoncillos en cuya compañía estuvo algunos días, sustentada de la leona con la carne que de los animales traía: con que quedó bien agradecida del hospedaje por el oficio de comadre que usó; y acaeció que un día, corriendo los indios aquella costa, toparon con ella una mañana, al tiempo que salía a la playa a satisfacer la sed con el agua del río, donde la cogieron y llevaron a su pueblo, y tomola uno de ellos por mujer; de cuyo suceso y de lo demás que pasó, adelante haré relación.
Capítulo XIII
De la jornada que don Pedro mandó hacer al general Juan de Oyolas, y capitán Domingo de Irala
Algunos días después que don Pedro de Mendoza llegó a Corpus determinó enviar a descubrir el Río de la Plata arriba, y tomar relación de la tierra; y con este acuerdo mandó a su teniente general se aprestase para el efecto, el cual el año de 1537 salió de este puerto con 300 soldados en tres navíos, llevando en su compañía al capitán Domingo Martínez de Irala, y al factor don Carlos de Guevara, a don Juan Ponce de León, a Luis Pérez de Zepeda, a don Carlos Dubrin y a otros caballeros, con instrucción de que dentro de cuatro meses le volviesen a dar cuenta de lo descubierto y sucedido. Salidos a su jornada, navegaron muchas leguas padeciendo grandes trabajos y necesidades, hasta que llegaron donde se juntan los ríos del Paraguay y Paraná, y, como hizo Gaboto, se entró por el que parece más caudaloso, que es el del Paraná, y tocando en los mismos bajíos de Gaboto, dieron vuelta y embocaron por el Paraguay con los remos en las manos y a la sirga, caminando de noche y de día, con deseo de llegar a algunos pueblos donde pudiesen hallar refrigerio de alguna comida; y con esta determinación yendo navegando en un paraje que llaman la Angostura, les acometieron gran número de canoas de aquellos indios llamados Agases, con los cuales pelearon muy reñidamente matando muchos de ellos, de manera que los hicieron retirar: y al saltar todos los más en tierra dejaron las canoas en que se cogió alguna comida y mucha carne de monte y pescado, con lo cual cómodamente pudieron llegar a la frontera de los Guaranís con quienes trabaron luego amistad, y se proveyeron del matalotaje necesario para pasar adelante: tomando lengua, que hacia el Occidente y Mediodía, había cierta gente que poseía muchos metales; y caminando por sus jornadas llegaron al puerto que dicen de Nuestra Señora de la Candelaria, donde Juan de Oyolas mandó desembarcar y tomar tierra, dejando allí los navíos con cien soldados a orden de Domingo de Irala, y prosiguiendo su jornada con 200 soldados en doce días del mes de Febrero de 1537 años, dejando orden que le aguardasen en aquel puerto seis meses, y si dentro de ellos no volviese, se fuesen sin detenerse más tiempo, porque la imposibilidad de algún suceso contrario se lo impediría. Con esta determinación tomó su derrota al Poniente caminando por los llanos de aquella tierra, llevando en su compañía al factor y a don Carlos Dubrin, Luis Pérez de Zepeda, y a otros muchos caballeros donde los dejaremos por ahora: y volviendo a don Pedro de Mendoza, que estaba aguardando la correspondencia de Juan de Oyolas, vista su tardanza se bajó a Buenos Aires, con determinación de irse a Castilla, donde llegado, halló gran parte de la gente muerta, y la demás que había quedado, tan acabada y flaca de hambre, que se temió no quedase ninguna de toda ella con vida: y estando todos con esta aflicción y aprieto, fue Dios servido de que llegó al puerto el capitán Gonzalo de Mendoza que venía del Brasil con la nao muy bien proveída de comida, junto con otros dos navíos que traía en su compañía de aquella gente que quedó de Sebastián Gaboto y de los demás que se le juntaron después de la rota de los portugueses, a los cuales halló retirados en la isla de Santa Catalina donde tenían hecho asiento; y a persuasión de Gonzalo de Mendoza se determinaron a venir en su compañía, que fue toda la importancia del buen efecto de aquella conquista: porque de más de ser ya baqueanos y prácticos en la tierra, tenían consigo algunos indios del Brasil, y los más de ellos con sus mujeres e hijos. Los españoles fueron Hernando de Rivera, Pedro Morón, Hernando Díaz, el capitán Ruiz García, Francisco de Rivera, y otros así castellanos como portugueses, los cuales todos venían, bien pertrechados de armas y municiones: con lo cual don Pedro de Mendoza recibió sumo gozo y alegría, de que le nació derramar muchas lágrimas, dando gracias a Nuestro Señor por tan señalada merced: y de ahí a poco que esto pasó, se determinó de informarse del suceso de su teniente general Juan de Oyolas, para lo cual despachó al capitán Salazar, y al mismo Gonzalo de Mendoza, los cuales partieron en dos navíos con 140 soldados río arriba, y ellos partidos, dentro de pocos días don Pedro puso en efecto su determinación de ir a Castilla; y embarcándose en una nao llevó consigo al contador Juan de Cáceres, y a Alvarado, dejando por su teniente general en el puerto de Buenos Aires al capitán Francisco Ruiz; y haciendo su viaje con tiempos contrarios, y larga navegación, le vino a faltar el matalotaje, de manera que se vino a hallar don Pedro tan debilitado de hambre, que le fue forzoso el hacer matar una perra que llevaba en el navío, la cual estaba salida, y comiendo de ella tuvo tanta inquietud y desasosiego, que parecía que rabiaba, y dentro de dos días murió, sucediendo lo propio a otros que de la perra comieron: al fin, los que escaparon llegaron a España al fin del año 37, donde se dio cuenta a Su Majestad de lo sucedido en aquella conquista. Y volviendo al capitán Salazar y Gonzalo de Mendoza, que iban su viaje en demanda de Juan de Oyolas, subieron hasta el paraje de la Candelaria, donde hallaron a Domingo de Irala en los navíos, aguardando a Juan de Oyolas en los pueblos de los indios Payaguás y Guarapayos, que son los más traidores e inconstantes de todo aquel río; los cuales disimulando con los españoles su dañada intención, les traían alguna comida con que los entretenían: aunque no perdían la ocasión de hacerles todo el mal que podían. Juntos, pues, los capitanes, determinaron de hacer una correduría por aquella tierra, por ver si podían tener noticia de los de la entrada, y hecha, dejaron en aquel puerto en una tabla escrito todo lo que se ofrecía que poder avisar, y que no se fiasen de aquella gente, por estar rebelada y con mala intención. Hecho esto, se volvió Salazar río abajo, dejando a Domingo de Irala un navío nuevo, y tomando otro muy cascado, y llegado al puerto que hoy es la Asumpción, determinó hacer una casa fuerte, y dejar en ella a Gonzalo de Mendoza con sesenta soldados, por parecerle aquel puerto buena escala para la navegación de aquel río, y él se partió para el de Buenos Aires, a dar cuenta a don Pedro de su jornada: y llegado que fue, como vio que era ido a España, y que el teniente que había dejado malquisto con los soldados, por ser de condición áspera y muy riguroso; tanto que por una lechuga cortó a uno las orejas, y a otro afrentó por un rábano, tratando a los demás con la misma crueldad: con que todos estaban en gran desconsuelo; y también por haber sobrevenido al pueblo una furiosa plaga de tigres, onzas y leones, que los mataban y comían en saliendo del fuerte; que los hacían pedazos, de tal manera, que para salir a hacer sus necesidades, era necesario que saliese número de gente para resguardo de los que salían a ellas. En este tiempo sucedió una cosa admirable que por serlo la diré; y fue que habiendo salido a correr la tierra un caudillo en aquellos pueblos comarcanos, halló en uno de ellos, y trajo, en su poder, aquella mujer de que hice mención arriba, que por la hambre se fue a poder de los indios: la cual como Francisco Ruiz la vio, condenó a que fuese echada a las fieras para que la despedazasen y comiesen; y puesto en ejecución su mandato, cogieron a la pobre mujer, y atada muy bien a un árbol, la dejaron una legua fuera del pueblo, donde acudiendo aquella noche a la presa número de fieras, entre ellas vino la leona a quien esta mujer había ayudado en su parto: la cual conocida por ella, la defendió de las demás fieras que allí estaban y la querían despedazar; y quedándose en su compañía la guardó aquella noche, y otro día y noche siguiente, hasta que al tercero fueron allá unos soldados por orden de su capitán a ver el efecto que había surtido de dejar allí aquella mujer; y hallándola viva, y la leona a sus pies con sus dos leoncillos, la cual sin acometerles se apartó algún tanto dando lugar a que llegasen, lo cual hicieron quedando admirados del instinto y humanidad de aquella fiera, y desatada por los soldados, la llevaron consigo, quedando la leona dando muy fieros bramidos, y mostrando sentimiento y soledad de su bienhechora, y por otra parte, su real instinto y gratitud, y más humanidad que los hombres; y de esta manera quedó libre la que ofrecieron a la muerte, echándola a las fieras: la cual mujer yo la conocí, y la llamaban la Maldonada, que más bien se le podía llamar la Biendonada, pues por este suceso se ha de ver no haber merecido el castigo a que la ofrecieron, pues la necesidad había sido causa y constreñídola a que desamparase la compañía, y se metiese entre aquellos bárbaros. Algunos atribuyeron esta sentencia tan rigurosa al capitán Alvarado y no a Francisco Ruiz; mas cualquiera que haya sido, el caso sucedió como queda referido.
Capítulo XIV
De las cosas que sucedieron en estas provincias después de la partida de don Pedro
Habiendo llegado el capitán Salazar al puerto de Buenos Aires, y dado razón de las cosas de río arriba, se determinó que Francisco Ruiz, con la más gente que pudiese, se fuese donde quedaba Gonzalo de Mendoza, que era el puerto de Nuestra Señora de la Asumpción, a rehacerse de comida, por haber informado Salazar que había en cantidad, y los naturales haber dado la amistad y trato con nuestros españoles; con lo cual se puso en efecto, embarcándose en sus navíos toda la gente que cupo. Fue caminando para Corpus Christi, donde llegado que fue, sacó la mitad de la gente que allí había para llevarla consigo, con la cual y la que él llevaba, siguieron su viaje, llevando en su compañía al contador Felipe de Cáceres, que quedó con el oficio de su hermano, y al tesorero García Venegas, y otros hombres principales, dejando en su lugar en Buenos Aires al capitán Juan de Ortega; y siguiendo su derrota pasaron grandes trabajos y necesidades hasta que llegaron a la casa fuerte, donde hallaron al capitán Gonzalo de Mendoza en grande amistad con los indios Guaranís de aquella comarca, aunque la tierra muy falta de comida, procedido de una plaga general de langosta que había talado todas las chácaras, con lo que Francisco Ruiz y los de su compañía quedaron muy tristes: y en esta coyuntura llegó de arriba Domingo de Irala con sus navíos, porque habiendo aguardado al general Juan de Oyolas más de ocho meses, la necesidad de comida le obligó a bajarse a rehacerse de lo necesario, y a dar carena a sus navíos que estaban muy mal parados, y así le fue forzoso llegarse a este puerto, donde Francisco Ruiz y él tuvieron algunas competencias, de que resultó el prender a Domingo de Irala; e interviniendo aquellos caballeros, fue luego suelto: de esta prisión resultó que Domingo de Irala con toda prisa se volvió río arriba, por ver si había alguna nueva del general Juan de Oyolas, a quien dejaremos por ahora. Y volviendo al capitán Francisco Ruiz, que habiendo recogido alguna comida se volvió a Buenos Aires, y llegando a la fortaleza de Corpus, donde estaba por cabo el capitán Alvarado, propuso determinadamente dar sobre los indios Caracarás, sin otra más razón que decir favorecían a unos indios rebelados contra los españoles; y sin acuerdo ni parecer de los demás capitanes, habiéndolos asegurado con buenas palabras, dio en ellos una madrugada, y quemándoles sus ranchos, mató gran cantidad, y prendiendo mucha suma de mujeres, y demás chusma, lo repartió todo entre los soldados: y hecho esto, se partió con su gente para Buenos llevando al capitán Alvarado, en cuyo lugar dejó a Antonio de Mendoza con 100 soldados, y llegado a Buenos Aires halló que había llegado a aquel puerto de Castilla, por orden de Su Majestad, el veedor Alonso Cabrera con una nao llamada la Marañona, con muchas armas y municiones, ropa y mercaderías que habían despachado ciertos mercaderes de Sevilla, que se habían obligado de hacer este proveimiento al gobernador don Pedro de Mendoza; y así mismo vinieron algunos caballeros y soldados, y entre ellos el más conocido, Antonio López de Aguilar y Parata, y Antón Cabrera, sobrino del veedor; y luego que desembarcaron, se determinó volver a despachar la misma nao a dar aviso a Su Majestad del estado de la tierra, y para el efecto se embarcaron Felipe de Cáceres y Francisco de Alvarado: y ellos partidos, se tuvo nueva que el capitán Antonio de Mendoza estaba en muy notable aprieto en su casa fuerte del Corpus, porque los indios comarcanos, lastimados de lo que con los Caracarás había usado Francisco Ruiz, procuraron vengarse; y así habían ya muerto 4 soldados; y no contentos con esto, y para hacerlo más en forma, cautelosamente enviaron ciertos caciques al capitán, disculpándose de lo sucedido, y echando la culpa a unos indios con quienes decían estaban encontrados, por ser ellos amigos de los españoles; y pues lo eran, y aquellos sus enemigos venían sobre ellos, les socorriese, que de no hacerlo, se temían ser maltratados: y vístose sin remedio, por evadirse de la muerte, sería fuerza aunarse con aquel enemigo y dar tras los españoles, cuya culpa sería suya, pues siendo sus amigos no le socorrían. Al fin de tal manera supieron hacer su negocio, y con tanto disimulo, que el capitán se vio forzado a darles 50 soldados que fuesen con ellos a cargo de su alférez Alonso Suárez de Figueroa: el cual habiendo salido, fue caminando con buen orden hasta ponerse a vista del pueblo de los indios, que distaba poco más de dos leguas del fuerte; y entrando en un bosque que antes del pueblo estaba, sintieron ruido, y era de la gente emboscada que los estaba aguardando; y acometiéndoles por las espaldas, les arremetieron tan furiosamente, que sacándolos a lo raso les dieron gran rociada de flechas de que quedaron muchos heridos; y como estaban, revolvieron sobre ellos con mucho esfuerzo y mataron muchos de los indios; en cuyo tiempo llegaron de refresco otros escuadrones de la parte del pueblo, con que quedaron en medio los nuestros: los cuales vístose tan apretados y algunos muertos, los demás aunque heridos se fueron retirando desordenadamente, y así tuvieron los indios mejor ocasión de acabarlos, sin que ninguno, con notable crueldad: y alcanzada esta victoria la procuraron llevar adelante, para lo cual cercaron el fuerte más de dos mil indios, perseverando en él hasta que vieron buena ocasión y le asaltaron, y de primera instancia fue herido el capitán Mendoza de un picazo que le atravesaron por una ingle, y apretaron tan fuertemente a los del fuerte, que a no remediarlo Nuestro Señor, sin ninguna duda ganaran aquel día el fuerte, pereciendo todos en él. Y fue el auxilio de esta manera: que estando en su mayor fuerza el asalto, llegaron dos bergantines en que venían el capitán Simón Jaques y Diego de Abreu, y oyendo la gritería y bocinas de los indios, reconocieron lo que podía ser, y desde afuera comenzaron a disparar los pedreros, versos y demás artillería que traían en los bergantines, asestando a los escuadrones de los indios con que hicieron gran riza; y saltando en tierra con gran determinación, tornando los capitanes la vanguardia, peleando cara a cara con el enemigo a espada y rodela, le rompieron de manera que le fue forzoso desamparar el puesto: y visto por los del fuerte, tuvieron lugar de salir a pelear, y lo hicieron con gran valor, hiriendo y matando a cuantos encontraban, con lo que se puso el indio en huida, mostrando en esta ocasión los soldados el valor de sus personas, en especial Juan de Paredes, extremeño, y Damián de Olavarriaga, vizcaíno, Campuzano, y otros que no cuento. Quedaron muertos en el campo más de cuatro cientos indios, y a no hallarse nuestros españoles tan cansados, sin duda ninguna los acabaran a todos, según estaban de desordenados y rendidos, y atónitos de una visión que, dicen, vieron en un torreón del fuerte un hombre vestido de blanco con una espada desnuda en la mano, que les cegaba con su vista, de que atemorizados caían en tierra. Fue este suceso a 3 de Febrero, día del bienaventurado San Blas, de quien siempre se entendió haber recibido este socorro los nuestros, como otras muchas veces lo ha hecho en aquella tierra, de donde se tiene con él gran devoción, y le han recibido por patrón y abogado. Concluido el suceso se recogieron los españoles, los cuales unos a otros se daban mil parabienes, recibiéndose con lágrimas de amor y consuelo; y entrados en el fuerte hallaron a Antonio de Mendoza que estaba agonizando de su herida, a quien Nuestro Señor fue servido dar tiempo para poder confesar con un sacerdote que venía en los bergantines, y luego que recibió la absolución, pasó de esta vida. Al punto los que en ellos venían, manifestaron la orden que traían de Francisco Ruiz, que fue que, en caso que conviniese, llevasen en ellos la gente que allí había, por recelo de algún mal suceso; que de unos indios que cogieron en el río de Luján, en cuyo poder hallaron una vela de navío, armas y vestidos ensangrentados, se temieron fuese de la gente que iba y venía en un bergantín de Buenos Aires a Corpus, que una noche habían cogido los indios, y mataron toda la gente que en él iba; con cuya ocasión fueron despachados estos dos bergantines con sesenta soldados, y con los capitanes referidos, los cuales llegaron a tan buena ocasión.
Capítulo XV
De lo que sucedió a Domingo de Irala, río arriba, y la muerte de Juan de Oyolas
Después que Domingo de Irala partió del puerto de Nuestra Señora de la Asumpción con sus navíos, en demanda de alguna nueva del general Juan de Oyolas, llegó al puerto de la Candelaria, y saltando en tierra buscó a la redonda si hallaba algún rastro o señal de haber llegado alguna gente española; y no le hallando, pegó fuego al campo por ver si le venían algunos indios, y así aguardaron aquella noche en mucho cuidado, por no haber hallado la tabla que habían dejado escrita Salazar y él: y otro día de mañana se hicieron a la vela, y tomaron otro puerto más arriba, que llaman de San Fernando, y corriendo la tierra hallaron una ranchería coma alojamiento de gente de guerra; por lo cual se fue con sus bergantines a una isla que estaba en medio del río para alojarse en ella. Allí le vinieron cuatro canoas de indios que llaman Gujarapos, y preguntándoles si tenían alguna nueva de la gente de Juan de Oyolas, respondieron que nada sabían. Estaba Irala con mucha pena, porque la tarde antes un clérigo y dos soldados salieron a pescar y no habían vuelto; y así otro día saliéndolos a buscar no pudo hallarlos, aunque corrió toda la costa: solo topó con un indio y una india Payaguás, que andaban pescando, y preguntando si habían visto este clérigo y españoles, dijeron que no sabían de ellos; y así los trajo consigo a la isla, de donde despachó al indio a llamar a su cacique, que dijo estaba cerca con toda su gente, sobre una laguna que llaman hoy de Juan de Oyolas; y otro día como a las dos de la tarde vinieron dos canoas de indios Payaguás de parte de su cacique con mucho pescado y carne, y estando hablando con ellos vieron venir de la otra banda cuarenta canoas con más de 300 indios; y tomando tierra en la misma isla a la parte de abajo, el capitán mandó a su gente que estuviesen alerta con sus armas en las manos. Los indios desembarcaron en tierra, y vinieron al real como ciento de ellos sin ningunas armas, y hablando algo apartados no se atrevían a llegar de temor de los arcabuceros y armas que tenían en sus manos; y que pues ellos no las traían y venían de paz, no era razón que ellos las tuviesen; y en esta conformidad dio orden el capitán a su gente las arrimasen por asegurar a los indios; y con este seguro llegaron, y comenzando a hablar trataron muchas cosas diversas, y entre ellas Domingo de Irala (que receloso de alguna traición mandó que estuviesen con cuidado los suyos) les preguntó por intérprete que si sabían de Juan de Oyolas, y le respondieron ad Efesios no concordando en nada; y esparciendo la vista por el real se iban llegando con muestras de querer contratar con los soldados; y pareciéndoles a los indios que los tenían asegurados, hicieron seña tocando una corneta, y a un tiempo vinieron a los brazos con los españoles, acometiendo primero a Domingo de Irala doce indios, los cuales no procuraban sino derribar a los españoles en tierra, y esto con gran gritería. Mas como el capitán estaba con recelo de lo que sucedió, desenvolviéndose con gran valor con espada y rodela, hiriendo y matando a los que le cercaban, se hizo plaza y socorrió a los soldados que en aquella sazón estaban bien oprimidos, por ser muchos los que a cada uno acometieron: y el primero con quien encontró, fue con el alférez Vergara que le tenían en tierra, al cual libró de aquel peligro; y luego deshació a Juan de Vera de los que le traían a mal traer, y los tres fueron socorriendo a los demás; y en este tiempo don Juan de Carabajal, y Pedro Ramírez Maduro, que libres de sus enemigos, valerosamente favorecían a sus compañeros, de manera que ya casi todos estaban libres, cuando llegó la fuerza de los enemigos, tirándoles gran número de flechas, y con la gran vocería parecía que la isla se hundía: a los cuales los nuestros, se opusieron con grande esfuerzo, con lo que les impidieron la entrada; y en este mismo tiempo fueron acometidos los navíos de veinte canoas, y llegaron a término de echar mano a las amarras con intento de meterse dentro, a los cuales resistieron Zéspedes y Almaráz, con otros soldados que en los navíos estaban matando algunos indios, que con atrevimiento quisieron entrar; y haciéndose algo a fuera, dispararon algunos versos y arcabuces, con que trastornando algunas canoas, las echaron a fondo; y viéndose en tal mal paraje ellos, y los de tierra dieron a huir, y los españoles con gran valor los siguieron matando a su cacique principal, y ellos hirieron de un flechazo en la garganta a don Juan de Carabajal de que murió dentro de tres días; y siguiendo los nuestros el alcance hasta las partes donde tenían las canoas, donde llegados que fueron se embarcaron en ellas, y pasaron a la otra parte, donde había gran golpe de gente mirando el paradero y fin del negocio: y visto esto por los nuestros, se recogieron a su cuartel, donde hallaron 2 soldados muertos y 40 heridos, y entre ellos el capitán, de tres heridas peligrosas, y todos juntos dieron muchas gracias a Dios Nuestro Señor, por haberlos librado de tan gran peligro y traición. En la refriega quedaron algunos indios mal heridos, de quienes después supieron, como el padre Aguilar, que así se llamaba el clérigo que con los soldados fue a pescar, los habían muerto estos traidores, lo cual todo sucedió el mismo año de 1538. Luego, otro día siguiente partió Domingo de Irala para otro puerto que está más arriba, y saltando en tierra reconoció por todas partes, por ver si había alguna muestra de haber llegado gente española; y visto que no, se tornó a embarcar, haciéndose a lo largo apartado de tierra, y con mucho recato toda aquella noche; y al cuarto del alba, a la parte del Poniente, oyeron unas voces como que llamaban, y para ver lo que era mandó el capitán a cuatro soldados, que en un batel fuesen a reconocerlo, y llegando cerca de tierra con el recato posible, y a donde se oían las voces, reconocieron un indio que en lengua española pedía que lo embarcasen; y mandándole subir como de un tiro de ballesta, porque no hubiese alguna celada, le metieron en el batel, y trajeron a Domingo de Irala; y como llegó el indio comenzó a derramar muchas lágrimas, diciendo: «Yo, Señor, soy un indio natural de las llanos, de una nación que, llaman Chane; llevome de mi pueblo por su criado el sin ventura Juan de Oyolas, cuando por allí pasó; púsome por nombre Gonzalo Aquier, y siguiendo su jornada en busca de sus navíos, vino a parar en este río, donde debajo de traición y engaño le mataron estos indios Payaguás con todos los españoles que traía en su compañía: y aquí sin poder pasar el indio adelante se quedó, y de ahí a un poco algo sosegado le dijo el capitán, le contase por extenso aquel suceso, y respondiendo el indio, dijo: «que habiendo llegado Juan de Oyolas a los últimos pueblos de los Samocosis y Sivicosis, que es una nación muy política y muy abundante de comida, que está poblada a la falda de la cordillera del Perú, cargado de muchos metales que había habido de los indios de toda aquella comarca, de los que había sido muy bien recibido, pasando con mucha paz y amistad de otras muchas naciones, que admirados de ver tan buena gente les daban sus hijos e hijas para que les sirviesen; entre los cuales yo fui uno: y con esta prosperidad caminando por sus jornadas llegó a este puerto, donde no halló los navíos que había dejado, que fue en tiempo que vosotros habíais bajado, y según entiendo, el General quedó muy triste y pesaroso de no hallaros aquí, donde los indios Payaguás, y los demás de este río, vinieron a visitarle, y proveyeron de comida; y estando en vuestra espera los indios Payaguás le dijeron que se fuese a descansar a sus pueblos, en el ínterin que venían los navíos, de que luego sería avisado de ellos; y allí también le proveerían de comida y de lo demás necesario: y persuadido de sus razones mandó luego levantar su campo y fuese al pueblo de los indios, que está distante de este puerto, dos leguas, donde alojado su real estuvo allí algunos días; (con más confianza y menos recato que debía). En cuyo tiempo los indios, disimulando su maldad, les agasajaban y servían con gran puntualidad, hasta que les pareció ser tiempo a propósito para ejecutar su traición; y así, reconociendo su descuido, y que todos estaban durmiendo, dieron sobre ellos mucha cantidad de indios, siendo repartidos en buen orden tantos indios para cada español, (que para como ellos estaban, bastaban aun menos indios que españoles) los cuales, sin dejar ninguno, los mataron aquella noche, y solo el general Juan de Oyolas tuvo lugar de escaparse y meterse en un matorral, en el cual, otro día le hallaron unos indios, y sacándole de él, le llevaron al pueblo, en cuya plaza le quitaron la vida e hicieron pedazos: quedando los indios con tal suceso ricos de los despojos, y victoriosos de los españoles; de los cuales aquellos bárbaros nombraban algunos de los caballeros que allí perecieron, con lo que dio fin a este lamentable suceso, del cual, y de los demás que dijo este indio, se hizo información jurídica, juntamente con lo que se supo, y dijeron algunos indios Payaguás que se cogieron, como todo consta por testimonio de Juan de Valenzuela, ante quien pasó.
Capítulo XVI
De lo que sucedió después de la muerte de Juan de Oyolas acerca del gobierno de estas provincias
En tanto que las cosas sobredichas pasaban el río arriba, no cesaba de ir adelante la cruel hambre de los del puerto de Buenos Aires, que llegó a tal extremo que moría mucha gente, por lo que muchos se huyeron al Brasil en algunos bateles que para el efecto tomaron, para haber de pasar aquel golfo y tomar tierra en aquella costa, en la cual murieron algunos a manos de indios de ella, y otros de hambre y cansancio, y tal vez hubo hombre que mató a su compañero para sustentarse, al cual yo conocí y se llamaba Vaytos: y visto por los capitanes que quedaron en el puerto la gran ruina, tomaron acuerdo de sacar parte de aquella gente, y llevarla río arriba adonde estaba Gonzalo de Mendoza, y asimismo para saber nuevas del teniente general y su compañía; para lo cual salió luego Francisco Ruiz con el veedor Alonzo, Cabrera, y tesorero García Venegas, y otros caballeros, dejando, en Buenos Aires por cabo de la gente que allí quedaba al capitán Juan de Ortega; y así con los navíos necesarios se fueron el río arriba con diversos sucesos: y llegados al fuerte de Nuestra Señora, hallaron allí a Domingo de Irala, que había ya bajado con sus navíos como queda referido, el cual informó de la muerte, de Juan de Oyolas con satisfacción bastante, pero ninguno de los capitanes quiso reconocer a otro por superior, hasta que el veedor Alonso Cabrera, vista la confusión y competencia de gobierno que entre ellos había, sacó una real provisión de Su Majestad, que fue de mucha utilidad en el presente caso, que por parecerme ser necesario para la inteligencia de esta historia, quise poner aquí su tenor, que es el que sigue.
«Don Carlos, por la divina clemencia, emperador semper Augusto, rey de Alemania y doña Juana su madre, el mismo don Carlos, por la misma gracia de Dios, rey de Castilla, de León, etc. Por cuanto vos Alonso Cabrera, nuestro veedor de fundaciones de la provincia del Río de la Plata, vais por nuestro capitán en cierta armada a la dicha provincia en socorro de la gente que allá quedó, que proveí en Martín de Orduña y Domingo de Somoza, que podría ser que al tiempo que allá llegásedes fuese muerta la persona que dejó por su teniente general don Pedro de Mendoza, nuestro gobernador de las dichas provincias, ya difunto: y este al tiempo de su fallecimiento o antes, no hubiese nombrado, gobernador, o los conquistadores y pobladores no lo hubiesen elegido, vos mandamos que en tal caso, y no en otro alguno, hagáis juntar los dichos pobladores, y los que de nuevo fueren con vos, para que, habiendo primeramente jurado de elegir persona cual convenga a nuestro servicio y bien de la tierra, elijan por gobernador, en nuestro nombre, y capitán general de aquella provincia la persona, que según Dios y sus conciencias pareciere más suficiente para el dicho encargo; y al que así eligieren todos en conformidad, o la mayor, parte de ellos, use y tenga el dicho cargo, al cual por la presente damos poder cumplido para que lo ejecute cuanto nuestra merced y voluntad fuere: y si aquel falleciere, se torne a proveer en otro por la orden susodicha, lo cual vos mandamos que así se haga con toda paz, y sin bullicio ni escándalo alguno; apercibiéndose que de lo contrario nos tenemos por deservidos, y lo haremos castigar con todo rigor; y mandamos que en cualquier de los dichos casos que halláredes en la, dicha, tierra persona nombrada por gobernador de ella, le obedezcáis y cumpláis sus mandatos, y le deis todo favor y ayuda. Y mandamos a los nuestros oficiales de la ciudad de Sevilla, que asienten esta nuestra carta en nuestros libros que ellos tienen, y que den orden como se publique a las personas que lleváredes con vos a la dicha armada. Dada en la villa de Valladolid, a 12 días del mes de setiembre de 1537 años.-Por la reina, el Dr. Sebastián Beltrán-Licenciado, Juanes de Carvajal-El Dr. Bernal-El Licenciado, Gutiérrez Velásquez- Yo, Juan Vázquez de Molina, secretario de su Cesárea y Católica Majestad, la fize escribir por su mandado, con acuerdo de los de su Consejo».
Vista y leída la dicha provisión, convocados todos los capitanes y oficiales reales de Su Majestad, la examinaron juntamente confiriendo los títulos, conducta y comisiones que tenían de sus oficios, y en cuya virtud los usaban y administraban: por manera que considerado el que tenía Domingo Martínez de Irala ser el más bastante, y el que Su Majestad en su real provisión corroboraba, por razón del que Juan de Oyolas en su vida y muerte dejó para el gobierno de los conquistadores de la provincia, atento lo cual, todos unánimes y conformes le reconocieron por su Capitán General, dándole la superioridad de ella en el real nombre, hasta tanto que Su Majestad otra cosa proveyese, y mandase, lo cual pasó el año 1538.
Capítulo XVII
Cómo se despobló el puerto de Buenos Aires, juntándose los conquistadores en el de la Asumpción
Recibido los capitanes en la superior gobernación de esta provincia, como está dicho, Domingo de Irala, luego consultó con ellos el estado que convendría dar en la conservación de los españoles que habían quedado en el puerto de Buenos Aires, y de su parecer fue acordado y deliberado, que, atento la imposibilidad de poderse sustentar aquel puerto por entonces, convenía el desampararle, y agregar toda la gente en un cuerpo para que así pudiesen acudir y conseguir los efectos convenientes, al bien común de la provincia y real servicio; y que pues aquel puerto era el más acomodado que al presente se hallaba, fuesen todos agregados en él lo más breve que se pudiese. El cual acuerdo, siendo todos en uno, se puso por obra, despachando para ello al capitán Diego de Abreu, y al sargento mayor, en tres bergantines y otros bajeles en que cupiese toda la gente que en Buenos Aires estaba, donde al tiempo que llegaron la hallaron tan enflaquecida y desmayada, que temieron perderla toda: mas como supieron la determinación que llevaban, y la buena nueva de sustento que había, se animaron no sólo los que antes estaban, más por haber arribado a aquel puesto una nao genovesa que allí hallaron, que había partido de Italia del puerto de Varase, lugar entre Génova y Savona, con todos los que en ella había. La cual nao vino con designio de embocar por el estrecho de Magallanes y tomar el puerto de los reyes de Lima, y allí cambiar más de cincuenta mil ducados de mercancía que traía: y habiendo embocado por el estrecho, navegaron por él hasta dar vista al mar del Sur, y fue a tiempo que las aguas corrían al del Norte con tanta furia, que no pudiendo romper adelante, fueron lanzados al mar del Norte, donde tomando en aquella costa tierra para hacer agua, la hallaron poblada de una gente muy crecida y dispuesta: y hecha su aguada se fueron costeando la tierra para el Río de la Plata, y determinando entrar por el que ya tenían noticia que estaba poblada de españoles, al entrar de dicho río estuvieron en peligro de ser ahogados todos, por haber tocado en un banco que hace a la entrada del Riachuelo, donde se perdió dicha nao, con gran parte de la hacienda que traía; y como llegaron, acompañaron a los que allí estaban en la misma hambre y necesidad. Venía por capitán de la nao un fulano Palchando, cuyo apellido se quedó a la nao, llamándola Palchanda. Venían algunos italianos nobles, como fue Perantón de Aquino, Tomaz Rizo, Bautista Trocho, y algunos otros extranjeros sin la gente de cuenta; y como vieron el socorro que los bergantines llevaban, como dije, se alentaron y todos en buena conformidad se embarcaron y vinieron río arriba, aunque con mucho trabajo, por ser la navegación tan larga, y que en el camino encontraron un socorro de comida que el General les despachó, suficiente hasta llegar al puerto de la Asumpción: donde como llegaron fueron, todos agregados y recogidos en forma de república. Situáronse y tomaron puesto cerca de la casa fuerte donde se cercaron, y cada uno procuró hacer donde recogerse, el cual cerco con mucho cuidado mandó hacer el General, y de muy buena madera, para que allí estuviesen defendidos, y pudiesen ofender si alguna cosa se ofreciese: procurando se proveyese de lo necesario al buen gobierno de una república; a todo lo cual acudía el General con el acierto que del bueno suyo se podía esperar, así con su persona, como ayudándose de los indios naturales de la tierra, y de toda la comarca y provincia, que todos le acudían. Con que vino a entablar las cosas de ella en el mejor estado que le fue posible, conservando la amistad de los caciques e indios principales; y de lo demás sucedido se dirá adelante.
Capítulo XVIII
Cómo juntos todos los conquistadores en el puerto de la Asumpción, los indios intentaron matarlos
Habiendo el general Domingo de Irala entablado la república de los españoles con la comodidad y orden más conveniente que le fue posible para su conservación, hizo copia de la gente, y halló que había 600 soldados por todos, de los 2400 que habían entrado a aquella conquista con los de Sebastián Gaboto; y aunque muy faltos de vestidos y municiones, y otros pertrechos necesarios, al fin estaban con más comodidad que nunca, con la providencia que el General tenía supliendo con su misma hacienda las necesidades de todos, y ayudándose en lo que podía de los indios comarcanos, a los cuales hizo llamamiento, y juntos les procuró dar a entender las cosas de nuestra santa fe y buena policía, junto, con lo que debían hacer en servicio de Su Majestad, y la observancia que debían tener con la lealtad que estaban obligados como a soberano Señor, lo cual todo aceptaron de buena voluntad, sometiéndose el señorío real; y como tales vasallos se ofrecieron acudir en todo lo que se les mandase en su real nombre; y en esta conformidad en las ocasiones que se ofrecieron se mostraron, en especial en la guerra que el General hizo a unos indios llamados Yapirús, antiguos enemigos de Guaranís y españoles; y en la jornada que hizo, reducción y visita de los pueblos del Ibitirucuy y Tibicuarí, y Mondás con los del río arriba, dejándolos a todos asentados y en buena amistad, en que se conservaron hasta el año de 39, que se conjuraron contra el español, tomando ocasión de haberles hecho algunos españoles menguas, agravios y demasías; y como gente inconstante y de poca lealtad, con facilidad se dispusieron a quebrantar la fe; y así jueves santo en la tarde, digo, en la noche al tiempo que estaba para salir la procesión de Sangre; habiendo usado de una estratagema de ir entrando días antes en el pueblo en tropas, so color de venir a la semana santa a tenerla con los españoles, se juntaron más de ocho mil indios, y estando ya para dar en los españoles y acabarlos, fue Nuestro Señor servido de proveer el remedio por vía de una india que tenía en su servicio el capitán Salazar, hija de un cacique; la cual, habiendo entendido la traición, dio parte a su amo, y él con todo secreto avisó al General, y visto por él el gran riesgo en que todo estaba de ser acabados, tomó un medio muy bueno, de hacer tocar una alarma falsa, fingiendo que venían los indios Yapirús sobre el pueblo, y que estaban a dos leguas no más; y que así se juntasen todos los caciques y gente, de suerte que se ordenase lo que se debía hacer. Y así se fueron juntando todos en casa del General, donde como iban llegando les iban echando mano y metiendo en prisión, sin que los unos supiesen de los otros: y cuando ya los tuvo a todos presos, fulminó proceso, y hecha la averiguación del delito, a todos los más principales de esta conjuración mandó ahorcar y hacer cuartos, dando a entender la causa porque aquella justicia se hacía: con lo cual ellos quedaron castigados, y los demás escarmentados y agradecidos. Conque de allí adelante les españoles fueron temidos y estimados de los indios, y al General en su opinión le tuvieron por hombre de valor, y juez que castigaba a los malos, y a los buenos premiaba y estimaba: y así le cobraron grande amor y obedecíanle como era justo; y en agradecimiento, a los capitanes y soldados daban sus hijas y hermanas para que les sirviesen, estimando en mucho tener por este medio deudos con ellos, y así les llamaban cuñados, como se ha quedado hasta ahora este lenguaje entre ellos. Tuvieron de las mujeres que les dieron los naturales a los españoles muchos hijos e hijas, a los cuales criaron en buena doctrina y policía, y Su Majestad ha sido servido de honrarlos, haciéndolos encomenderos, y ocupándolos en cargos honrosos y preeminentes en aquella provincia; y ellos le han servido con mucha fidelidad, con sus personas y haciendas, y con los otros españoles y españolas que después vinieron, y se dirá adelante: con que se ha aumentado y amplificado la real corona. Porque el día de hoy ha llegado a tanto el multiplico y procreación, que se han fundado en aquella gobernación de sola aquella ciudad, ocho colonias de pobladores, correspondiendo todas a la antigua nobleza de donde proceden: son comúnmente de gran valor y ánimo, inclinados a la guerra y a las armas, las cuales manejan con mucho acierto y destreza; en especial la escopeta ejercitan más que otras armas: y así cuando salen a sus jornadas se sustentan de la caza, la cual matan volando las aves, a bala rasa; y es en tanto exceso su destreza, que al que no mata de un tiro, aunque sea un gorrión, es reputado por mal arcabucero. Son también buenos hombres de a caballo de ambas sillas, y por su entretenimiento doman un potro; sobre todo, muy obedientes a sus mayores, y leales con Su Majestad. Las mujeres son de buen parecer, hábiles en la labor y costura; nobles, de condición afable, discretas, y sobre todo virtuosas y honradas. Por todo lo referido ha venido aquella provincia en grande aumento, como se dirá en el discurso de este tratado subsecuente; y aquí da fin este primer libro.