HD Lab: La-Argentina-La-conquista-del-Rio-de-La-Plata-Poema-historico

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CANTO NONO. _En este canto se cuenta la grande hambre de la isla de Santa Catalina, con las desventuras lastimosas que en ella se padecieron._ Oíd, las damas bellas, este canto, A quien ha repartido la natura De su grande valor, y bienes tanto, Que se huelga de ver ya su hechura; Causaros ha á vosotras mas espanto, Por ser de delicada compostura, Y llorareis con migo un mal tamaño, De desastrado fin y crudo daño. El canto vuestro es, pues que contiene De damas y galanes la caida: Por tanto el ofrecerosle conviene, Porque de vuestro ser el tome vida. Haced con vuestra fuerza que no pene Aquel que le leyere, pues rendida De este siglo teneis la mayor parte, Con vuestra gran belleza, industria y arte. En el pasado canto recontamos Del puerto que tomó el Zaratino: Escuchad pues agora que contamos El fin tan desastrado que le vino. En esta tierra, y puerto que tratamos, El triste Adelantado fuè mohido, Que bien cierto està, el pobre procuraba El bien, mas la codicia le cegaba. Saliò à tierra del isla, deseoso De dar remate y fin à su fatiga: Su hado le es contrario y envidioso, Y fortuna le fué muy enemiga. Por el tiempo contrario le es forzoso Tomar aquesta tierra, y aun se obliga A echar toda la gente un dia en tierra Al pié de una montuna y alta sierra. Celebraba la iglesia aqueste dia Del Corpus, fiesta santa señalada: Celebróse con gozo y alegria La fiesta del Señor tan celebrada. Por esta causa al puerto se ponia Por nombre _Corpus Christi_, y es nombrada. Santa Catalina: es isla sin ventura De tantos españoles sepultura. De à poco se partió el Adelantado Con mas de ochenta hombres escogidos, Al puerto de Ibiacá que està poblado, Dejando à los demas muy desabridos. Consejo fué cierto este mal guiado; Y así los que quedaron son perdidos, Que ni armas, ni comida les quedaba, Y la fuerza ya à todos les faltaba. Quedaron en la isla á buena cuenta Docientos y cincuenta, ó mas soldados, Casadas y doncellas hay cincuenta, Sujetas á miseria y tristes hados. En ver que Juan Ortiz de alli se ausenta, Algunos de temor estan turbados, Y su temor se dicen y publican, Que cruda muerte y hambre pronostican. Quedò por capitan aquí nombrado Un Pablo Santiago; pues camina Al puerto de Ibiacà el Adelantado, Que es tierra muy cercana y bien vecina: Y así el propio dia hubo llegado, Sin suceder desastre ni mohina. Los indios salen presto á recibillos, Y danles de comer á dos carrillos. En el isla no comen tan à prisa, Que la racion se dá por grande tasa: Seis onzas de harina solas guisa El pobre del soldado y las amasa. A nuestro Adelantado se le avisa Que la racion es corta y muy escasa: Mas el que está seguro en talanquera, Muy poco se le dà que el otro muera. En este tiempo cinco se han huido. Gallegos de nacion, y un castellano De su negocio parte hubo sabido, Segun jurò y depuso ante escribano. Aqueste, en esta culpa convencido, Alega su inocencia, mas en vano, Que en una horca luego le pusieron, Y los cinco isla adentro se metieron. Un portugues mulato marinero, Con otros tres grumetes y un soldado, Huyeron por la isla; mas empero El piloto mayor cuatro ha hallado: Entre ellos el mulato es el primero, Que alega ser de grados ordenado. A muerte les condenan, mas la muerte Previénele primero por su suerte. El soldado llegó casi ya muerto, Y asì no se le hizo de esto cargo, Que el dia que llegò en aqueste puerto El ùltimo remate de descargo Le vino de su bueno ó mal concierto. El uno de los tres se hizo à largo; De suerte que jamas hueso ni pelo, Se supo dél por mar ni por el suelo. Los otros dos grumetes que quedaron, Por ser con el mulato en la huida, Y haber ya confesado la intentaron, Estando ya su causa fenecida, A muerte les condenan; y apelaron, Llamàndose menores: concedida Les fué la apellacion, y que viviesen, Para que mas trabajos padeciesen. De los que una canoa habian tomado, La cual en tierra firme fué hallada, El uno aqueste puerto se ha tornado, El otro va siguiendo su jornada. Habianse dos meses sustentado Entreambos con palmitos; la tornada Del triste, que llegó muy flaco y malo, Se celebra, colgàndole de un palo. ¡Ay, inhumano juez, justicia dira, Que tal justicia quieres sin justicia Egecutar agora en quien suspira Por solo pan sin otra mas codicia! Si aquesto no te mueve, solo mira Que no ha pecado aqueste de malicia; Que solo por la isla ha caminado En busca de comida, y se ha tornado. Mas ¡ay! que Juan Ortiz dejó un flagelo Cortado muy al gusto y su medida, Que cierto no hallarà en todo el suelo Alguna bestia tan descomedida Cual esta. ¡O crudo mal, ó triste duelo, Tristeza, á mil tristezas sometida, Pues vemos que de hambre estan muriendo Aquellos que en la horca estan poniendo! De los cinco soldados que huyeron, Por cuya causa uno fué ahorcado, A quien de su negocio parte dieron, Al cabo ya de dias se han hallado Los dos, y los demas dicen murieron, Y el uno de estos dos poco ha durado, Que luego se murió; mas tal venia Que solo figuraba anatomia. Pues los que estàn acá, en crudo llanto Están, y tan mudados y trocados, Que solo con mirarlos dan espanto, Y están de verse tales admirados. A muchos el pellejo como manto Les cubre aquellos huesos descarnados, En otros agua, humor, corrupto viento, Entre pellejo y huesos han asiento. Hoy mueren diez, mañana mueren veinte: No basta gentileza y bizarría, A contrastar el hado, ni el sapiente Al rustico ventaja le hacia. La gala y hermosura prestamente Fenece, y el aviso y cortesía, Que la tirana, cruel, rabiosa perra A barrisco lo lleva todo á tierra. Así se van ya todos acabando, Que es lastima de ver ruina tamaña; Los galanes y damas suspirando, En ver la muerte andar con su guadaña, Los niños descaecidos sollozando, Tragedia representan muy estraña; Y las madres maldicen su ventura, Por verles padecer tal desventura. No fuera muy mejor, dicen, hijitos Que no os hubiera yo triste parido, O ya que yo os parì, que de chiquitos El alto cielo os hubiera recibido: O dejaros allà dando mil gritos, Que yo vine à pagar mi merecido: Y á vosotros, mi bien, es cosa cierta, Que no os faltára pan de puerta en puerta. Maldito seas honor, y honra mundana, Pues bastaste à sacarme de mi asiento. ¿No me fuera mejor pasada llana, Que no buscar mejora con descuento! Vinierame la muerte muy temprana, Y nunca yo me viera en tal tormento: Mas quiso mi desdicha conservarme, Para con crudo golpe lastimarme. El triste lamentar y las endechas Que cada cual cantaba de su modo, A la falta del pan iban derechas, Que en tratar de comer estaba todo. Las carnes consumidas y deshechas, Los rostros de color de puro lodo, Perdiò el amor su fuerza aquì de hecho, Que cada cual miraba su provecho. De dos quiero decir un caso extraño, (Que solo el referirlo me dá pena) A quien el amor hizo tanto daño, Cuanto suele à quien prende en su cadena. En fama de casados habia un año Que estaban, y, se dice, á boca llena El galan su muger deja é hijuelos, La dama su marido en hornachuelos. Aquestos à palmitos han salido, Como otros lo hacian cada dia, Y la montaña adentro se han metido, A dò la oscura noche les cogia: En esto à nuestro amante dolorido Una espantosa fiebre sucedìa, La dama le consuela, aunque afligida, Por verse en la montaña tan metida. No quiero referir lo que trataron Los tristes dos amantes, y su llanto, Las voces y suspiros que formaron, Porque era necesario entero canto. Al fin su triste noche la pasaron, Envueltos en dolor y crudo planto, Quien duda que la dama no diría, ¡En mal punto topé tal compañia! Habiendo pues ya Febo caminado Su curso en redondez, de la cerea, Mostraba el rostro rojo y colorado, Cubriendo la montaña de librea. El sin ventura amante fatigado, El camino buscaba, mas pelea En vano; que no acierta con camino, Que el miedo y el temor le quita el tino. Salieron los dos juntos à la playa, Pensando que salieran al poblado: La dama sin ventura se desmaya, En ver como se habian alejado; Al galan le amonesta ella que vaya En busca de camino, y que hallado Se vuelva à aquel lugar: él ha partido, Mas presto el sin ventura anda perdido. Quedó por esta causa allí la dama De dolor, y congoja y pena llena, Dó la siguiente noche tuvo cama, Triste, sola, llorosa en el arena. El pobre por el bosque grita y clama, Al aire publicando su gran pena; Que por buscar camino, senda y via Sin su dama se vé, y sin alegria. A sí propio se odia y aborrece, Que en verse sin su luz y clara estrella, A la muerte de veras él se ofrece, Que mas quiere morir que estar sin ella. La noche no durmió y no amanece, En su busca camina por aquella, La dama un poco duerme, porque suele En ellas aflojar cuando mas duele. Un pece de espantable compostura Del mar salió reptando por el suelo, Subióse ella huyendo en una altura Con gritos que ponia allá en el cielo: El pece la siguió, la sin ventura Temblando está de miedo con gran duelo; El pece con sus ojos la miraba, Y al parecer gemidos arrojaba. Salió en esto el galan de la montaña, Y el pece se metió en la mar huyendo; Sus ojos el galan arrasa y baña, Con lágrimas, y á ella se viniendo Le dice: si la vista no me engaña, Camino tengo ya, venid corriendo. La dama le responde: á prisa vamos Al pueblo, porque mas no nos perdamos. Allegan al lugar muy destrozados, Hambrientos, amarillos, sin sentido: Mas uno de otro fueron apartados, Que su vivir y trato fué sabido. Entrambos de mí fueron castigados, Que por suerte el oficio me ha cabido, Mas que castigo haber allí podia, Igual á aquel que ya se padecia. En este tiempo andaba con presteza Juntando Juan Ortiz mucha comida: El Sargento mayor vá sin pereza De los indios buscando la manida; Y tanto calor pone, y tal destreza, Que la miseria en breve fenecida, Que el indio tiene, deja y los buhíos Barridos de alto á bajo, y muy vacios. A cual indio le toma la hamaca, A cual el pellejuelo que tenia, A cual, si le replica, allí le saca La manta con que el triste se cubria. Al fin, en la pared no deja estaca, Que todo cuanto halla, destruia, Y no contento de esta tal destroza, Enojo dá al que tiene muger moza. El Juan Ortiz aquí se regalaba, Y no tengais temor, pues que le duela Saber como su gente lo pasaba. Y aunque él de solo el indio se recela, Alguna de su gente se alteraba; El ardidoso Rocha, el bravo Vela, Con otros quince mozos concertaron Su remedio buscar, mas no acertaron. De dó estaba el real ir pretendieron Por tierra al Paraguay: determinado El caso, con secreto, pues, salieron Siguiendo su camino despoblado. Al piè de treinta dias anduvieron, Al cabo del cual tiempo han acordado Volverse dó primero ya salido Habian, por pagar su merecido. Los nécios, pues, traian confianza, De conseguir perdon de su delito: En vano les saliera su esperanza, Qué voz horrenda suena y crudo grito. De Juan Ortiz la gente con pujanza Les prende, y el negocio por escrito Se pone, y á los tres luego cortaron Las cabezas, y en alto las fijaron. Tambien allá en la isla pretendieron Llevar de la Almiranta unos soldados La barca, con la cual ir se quisieron Al puerto San Vicente encaminados. En este caso, pues, entrevieron Mugeres por huir los tristes hados; Mas no pudo quajarse este concierto, Que fué por las mugeres descubierto. Huirse todos, se, lo deseaban, Que el temor de morir les incitaba, Y algunos ví que allí lo procuraban, Aunque el posible á todos les faltaba: Sobre esto muchas juntas se efectuaban, Y á algunos el juntar vida costaba. Era dolor, tristezas y tormentos, El ver poblar las horcas de hambrientos. Aquellos que el huirse no han certado, Juzgaban por no ver camino cierto; Y al perro que hallaban desmandado Mataban: y aun á penas era muerto, Cuando estando cocido ó mal asado, En el hambriento vientre era encubierto, Temiendo que si el dueño lo supiera, La presa de las manos les cogiera. Culebras quien hallaba era dichoso, Y de padres y hermanos envidiado, Lagartijas pequeñas yo bien oso Decir, que las comí mal de mi grado: Y sé que me hallaba deseoso De tener abundancia, que probado Su sabor ricamente me sabia, Y mas que de cabritos parecia. Algunos en cazar de los ratones Tan diestros y tan hábiles estaban, Que en trueco de una, ó dos, ó mas raciones, Un número tasado concertaban: Tambien habia una especie de lirones, Que al modo de conejos se guisaban, Y aunque faltaba aceite y vino añejo, La gran hambre prestaba salmorejo. Los sapos ponzoñosos é hinchados, Con escuerzos nocivos, por muy sanas Comidas se juzgaban; que forzados Los hombres de su rabia y fuertes ganas, Estando los escuerzos desollados, Juzgaban ser en todo puras ranas: Y aun el sabor decian que excedia A las ranas en grande demasía. La cosa á tal extremo hubo llegado, Que carne humana ví que se comia: Hambre canina fuerza allí á un soldado, Pensando que su hecho nadie via. Las tripas le sacára á un ahorcado, Y al medio del cocer se las comia: Los huesos se roian de finados, ¿Quien no llora estos casos desastrados? Un mozo, que atambor fuè de la armada, En esta cruda, horrenda y grande ruina, Sabiendo se guardaba en la posada De Florentina y Doña Catalina, El resto de raciones, ya pasada La media noche, á priesa va y camina; Y entrando en la chozuela le sentian Las damas, y al encuentro le salian. La una dama y otra le cogieron, Sin que pudiese el pobre escabullirse: A piedad ninguna se movieron, Que de ellas con verdad no ha de escribirse. La oreja de su rostro desprendieron, Y al pobre sin curarle dejan irse, Y por mas presumir de su mal hecho, La oreja abscisa clavan en su techo. La prenda de este triste ya perdida, Y abscisa de su rostro ha recobrado, Y en prenda muchas veces de comida, A gentes en la isla la ha empeñado; Y apartase del pleito que pedida Tenia su justicia el desdichado, En trueco de que el reo allí le diese Algun maiz ó raices que comiese. Las damas que hicieron este aleve, Haciendose justicia sin justicia, Eran de bajo ser; que bien se debe Aquesto presumir de su malicia. Ninguna de valor á tal se atreve, Aunque es de las mugeres sin justicia, Ingratitud, maldad, lágrimas, lloro, Mentiras, y venganzas su tesoro. Pregunten á Aristoteles qué sentia De la muger? Pues dice en su escritura, A lágrimas, y llanto en demasía, Inclinada bien es de su natura, Envidia y querimonia la seguia, Flojedad, y pereza y detractura: Mas dice de ella un bien; que se contenta Con muy poco manjar y se sustenta. Al fin, á aquestas damas el teniente Las prende, y les tomò sus confesiones: Despues todo se hizo buenamente, Aunque hubo de este caso informaciones: Al triste sin oreja mal paciente Le dieron por concierto diez raciones. Decia un mentecato, que mugeres Podian mucho mas que los haberes. Es tanto su poder y maña fuerte, Que todo el mundo tienen ya rendido, Procuran de tomar primera suerte A su gusto del bien mas conocido: Hambre, ni desventura, ni la muerte Contrastar su poder nunca han podido. Mirad lo que en la isla padecieron, Y al fin todas con vida escabulleron. Es cierto de notar su gran ventura Con ser un débil ser tan imperfecto: Cuanto hoy tiene criado la natura, Las mugeres lo tienen muy sujeto. Decid, no es de llorar tal desventura, Que rindan las mugeres al perfecto, Al sábio, al necio, al pobre y al que es rico, Al Rey, y caballero y pastorcico. Dejemoslas, pues ya que es escusado Querer con flacas fuerzas conquistarlas, La fuerza el homenage ya han tomado, Será al mundo imposible debelarlas. Y pues en su servicio hemos cantado Aqueste canto, yo quiero rogarlas Para el siguiente dén favor y ayuda A nuestra lengua tosca, torpe y muda.