CANTO DECIMO.
_En este canto se cuenta como vuelto el Adelantado de Ibiaza, fué
al Rio de la Plata, y de la venida del capitan Rui Diaz en su
demanda._
¡O mísero contento de esta vida,
Aguado con sobrados descontentos!
Tras el deleite siempre viene asida
La pena, los disgustos y tormentos:
Que no hace en un ser jamás manida
Fortuna, sin tener mil mudamientos.
Mas qué digo fortuna, la miseria
Del hombre está sugeta á tal laceria.
En tanto que uno es hombre, está obligado
A dos mil infortunios y flaquezas,
Qué del primero padre se ha heredado
Dolor, pena, congojas y tristezas;
Que todas son reliquias del pecado,
Con otros mil defectos y vilezas,
Que juntos en Adam los recibimos,
Cuando por el pecado en él morimos.
En el Ibiaza, pues, se ha recogido,
Como digimos, maiz y frijoles,
Y habiendo los huidos convencido,
Apresta Juan Ortiz sus españoles
Para salir de allí; y no ha partido,
Cuando un gran temporal vereis, y dióles
En medio una laguna que pasaban,
A donde seis soldados se ahogaban.
Embárcanse en canoas los soldados,
Y al tiempo del pasar andaba brava
La mar, que allí desagua dó los hados,
Y el crudo vendabal que resoplaba,
Se juntan, y al pasar son anegados
Delante Juan Ortiz, que los miraba,
Seis hombres; y mas que estos, se ahogáran,
Si los indios socorro no prestáran.
Pasada la laguna, se metieron
Los soldados, y gente que venia,
Por la montaña adentro, y padecieron
Trabajo caminando en demasia.
Al fin al puerto, pues, todos vinieron,
Pasado en caminar el cuarto dia:
Juan Ortiz por la mar viene, y navega
Dos dias, y tambien al puerto allega.
Llegado, con placer es recibido,
Y luego determina de partirse;
Y á aquellos que digimos, pretendido
Habian en la barca escabullirse,
En mas grave prision los ha metido:
Porque jamas intenten de huirse.
Con un Sotomayor fenece presto,
Dejándole en un palo y horca puesto.
Al tiempo que el verdugo ya queria
Quitarle la escalera, así hablaba:
"Oid un poco ahora: yo solia
Una oracion rezar, y acostumbraba
Aquesto mucho tiempo cada dia,
Y hoy, por mi desdicha, la olvidaba:
Dejádmela decir:"--mas no ha acabado,
Cuando el sayon la escala le ha quitado.
El armada salió de aqueste puerto,
En demanda del Rio de la Plata:
Ningun piloto lleva que esté cierto
A donde seguirá; mas ya desata
A los vientos Eolo, y bien abierto
Habiendo sus cavernas, disparata
Con ellos por el aire de tal modo,
Que parece acabarlo quiere todo.
La mar sube por cima las estrellas;
Los cielos hácia abajo se bajaban;
Las olas parecia que centellas
Por cima de las aguas arrojaban.
Lloraban las mugeres y doncellas;
Los hombres grande grita levantaban;
De sola contricion ya se procura,
Que al mar tienen por cierta sepultura.
Anduvo algunos días el Armada
Fortuna acá y allá yendo y viniendo;
Despues, la mar estando sosegada,
Navega, en breve tiempo descubriendo
La tierra tan de todos deseada.
Y sin saber dó están, yendo diciendo,
¿Qué tierra puede ser la que se via?
Paró el Armada allí, que anochecía.
Al tiempo, pues, que Febo matizando
Venia de colores la mañana,
Entraron por el rio, costeando
La banda del Brasil que es mas cercana.
La via á San Gabriel enderezando,
Llevando de llegar crecida gana,
A cabo de tres dias, medio á tiento,
Tomó puerto el Armada con contento.
Surgiendo en San Gabriel, que así se llama
El puerto á donde surge aquesta Armada,
Los indios acudieron á la fama.
Mas ¡Ay dolor! la noche ya cerrada,
El viento sur sacude, y hiere y brama,
Y tanto se embravece, que en nonada
La Capitana corta árbol y antena,
Y el Almiranta asienta en el arena.
Al dia de contento y alegria
El triste corresponde y es vecino;
La gente sin ventura, pues tenia
Contento, mas tristeza sobrevino.
Dolor, angustia, aprieto y agonia,
Aguas y huracán, mar, torbellino,
Las naves traen en torno condenadas,
Al fondo y en la costa desrumbadas.
Pilotos y maestres, marineros,
Grumetes, pages, frailes y soldados,
Mugeres y muchachos, pasageros,
Andaban dando voces muy turbados.
Los gritos y alaridos mensageros
Allí son de una nave á otra enviados,
Y cada cual socorro demandaba,
Que igual era el dolor que se pasaba.
Librónos nuestro Dios de aquel tormento,
De aquel trance y dolor tan doloroso,
Desistiendo el feroz y crudo viento,
Y viniendo bonanza con reposo.
Mas ¡Ay! que en acordarme del tal cuento,
Temblando estoy, confuso y temeroso:
Que tales cosas ví, que parecia
Que el juicio final llegado habia.
¿Quien duda que el demonio no procure
Impedir cuanto puede á los cristianos
A que la Fé no cresca, porque dure
El reino que él obtiene en los paganos?
¿Pues no está claro ya, sin que se jure,
Cuan estendida está entre los indianos,
Y con cuanto fervor se han bautizado,
Y sus malditos ritos renunciado?
Pues esta causa tengo yo por clara,
Por donde Satanás tanto procura,
Con su mala intencion inicua avara,
Que nuestra Armada nunca esté segura.
Que en su tanto le quita el cetro y vara,
Y viendo su reinado poco dura,
Movido de rencor y crudo duelo,
Con las ondas del mar enturbia el cielo.
¡Gran Dios, Señor inmenso y soberano,
Que permitís azote, como vemos,
Aqueste Satanás con cruda mano!
El secreto tan alto no entendemos;
Sabemos pero bien, que nos es sano
El mal que muchas veces padecemos,
Que son por los pecados cometidos,
Los males muchas veces infligidos.
El freno, que le pone Dios eterno,
Le hace estar á raya; que si fuera
En manos del demonio, en el infierno
Al humano linaje ya tuviera.
Es tan malo de aqueste su gobierno,
Que en sus penas á todos ver quisiera,
Con saber que de aquesto la ganancia
Que le viese, es tormento en abundancia.
Y así dice San Pedro, que rodea,
Buscando á quien tragar muy presuroso,
El adversario diablo, y que pelea
Contra el linage humano riguroso:
Incita, mueve al hombre y le grangea
Con sus mañas y artes, (que es mañoso)
Y cuando mas no puede con sus tretas,
Contèntase en hacerle mil burletas.
¿Qué diremos de aquel gran marinero
Carreño, que en tres dias vino á España
De las Indias, trayendo mal tempero,
Huracanes, tormenta muy estraña?
Ni gente de la mar, ni pasagero
En pié estaba, y andaba gran compaña
De diablos, que las velas marinaban
Y la nave con fuerza se llevaban.
_Larga escota_, el piloto les decia,
Y cavan el trinquete y la mesana;
Y si les dice, _aiza_, con porfia
Amainan los traidores con gran gana.
Y viendo que al contrario se hacia,
Al contrario mandó: y así fué sana
Su nave por los diablos marinada;
¡Y quien duda que fué de Dios guardada!
Mil cuentos semejantes yo pudiera
Decir aquí, mas solo por aviso
A todos doy por cosa verdadera,
Que si quieren gozar del Paraiso,
No traten con Satán. Uno dijera,
_Descálzame aquí, diablo_: de improviso
Un diablo de la bota le tiraba,
Y la pierna á las vueltas le arrancaba.
Al Armada volviendo:--habia quedado
La Capitana en seco, y sin antena,
Sin árbol, que ya dije fué cortado
Un dia de bonanza con mar llena:
Por el consejo, y órden y mandado
De Juan Ortiz, zaborda en el arena;
Y así, quedando hecha fortaleza,
La gente sale á tierra sin pereza.
El Almiranta en floto estuvo dias,
Mas torna á dar en seco, y desrumbada
Ha sido, entrándole agua por mil vias:
Procúrase que luego sea varada,
Sus fuerzas conociendo ya ser frias,
La gente fuera apenas de ella echada,
Cuando yendo la mar y agua menguando,
La nave cae, el un lado recostando.
Estando Capitana y Almiranta
Entrambas al traves, sale la gente
A tierra, dó se aloja alegre y planta
Haciendo sus chozuelas prestamente.
El Zapicano ejército se espanta,
De ver tantos cristianos de presente,
Y acuden con gran copia de venados,
Avestruces y sábalos, dorados.
La gente que aquì habita en esta parte
Charruahas se dicen, de gran brio,
A quien ha repartido el fiero Marte
Su fuerza, su valor y poderio.
Lleva entre esta gente el estandarte,
Delante del Cacique, que es su tio,
Abayubá, mancebo muy lozano,
Y el Cacique se nombra Zapicano.
Es gente muy crecida y animosa,
Empero sin labranza y sementera:
En guerras y batallas, belicosa,
Osada y atrevida en gran manera.
En siéndoles la parte ya enfadosa
Dó viven, la desechan, que de estera
La casa solamente es fabricada,
Y así presto dó quieren es mudada.
Tan sueltos y ligeros son, que alcanzan
Corriendo por los campos los venados;
Tras fuertes avestruces se abalanzan,
Hasta dellos se ver apoderados;
Con unas bolas que usan, los alcanzan,
Si vén que están á lejos apartados;
Y tienen en la mano tal destreza,
Que aciertan con la bola en la cabeza.
A cien pasos (que es cosa monstruosa)
Apunta el Charruaha á donde quiere,
Y no yerra ni un punto aquella cosa
Que tira; que dó apunta allí la hiere.
Entre ellos aquel es de fama honrosa,
A cuyas manos gente mucha muere,
Y tantas, cuantos mata, cuchilladas
En su cuerpo se deja señaladas.
Mas no por eso deja de quitarle
Al cuerpo del que mata algun despojo:
No solo se contenta con llevarle
Las armas ó vestidos á que echa el ojo,
Que el pellejo acostumbra desollarle
Del rostro: ¡Qué maldito y crudo antojo!
Que en muestra de que sale con victoria
La piel lleva, y la guarda por memoria.
Otra costumbre tienen aun mas mala
Aquestos Charruahaes, que en muriendo
Algun pariente, hacen luego cala
En sí propios, su carne dividiendo;
Que de manos y pies se corta y tala
El número de dedos, que perdiendo
De propincuos parientes vá en su vida,
El Charruaha por órden y medida.
Paréceme que ya me he detenido
Con esta gente tanto, que olvidado
Dirán que tengo al campo, que tendido
Pintè en el arenal desabrigado.
Con su memoria estoy tan afligido,
Que temo de me ver en tal estado:
Espérenme á otro canto de amargura,
Y ayuden á llorar tal desventura.
Agora á Melgarejo con su gente
Volvamos: como supo que pasado
Habia Juan Ortiz, muy prestamente
La vuelta el Argentino se ha tornado:
El caso se le cuenta en San Vicente
Por los que del patax han arribado,
Con él vienen algunos de su hecho,
Pretendiendo sacar algun provecho.
Saliendo, pues, en nuestro seguimiento,
La isla dó estuvimos han tomado,
En los sepulcros vieron el descuento,
De la terrible ruina y triste hado:
La horca dió tambien su documento,
Y muestra de temor y mal sobrado:
Con todo al Ibiaza pasan derechos,
A donde son de todo satisfechos.
Mas quiero yo contar aquí primero
De monos una cosa muy galana,
Que cierto me contó este caballero,
Diciendo: que él lo vido una mañana,
Estando en esta isla muy entero
Su juicio, y razon muy libre y sana:
De monos vió juntarse gran canalla,
Y él púsose á escondidas á miralla.
Un mono grande, viejo como alano,
Estaba á la cuadrilla predicando:
Heria y apuntaba con la mano,
Mudando el tono á veces, y gritando:
El auditorio estaba por el llano,
Atento á maravilla y escuchando,
Y él subido en un alto y seco tronco,
De dar gritos y voces está ronco.
A su lado en el tronco dos estaban,
A la banda siniestra y la derecha:
Aquestos la saliva le quitaban,
Que gritando el monazo vierte y echa.
Concluso su sermon, todos gritaban,
Y la cuadrilla y junta ya deshecha,
Aprieta cada cual dando mil gritos,
Y despacio vá el mono y pagecitos.
Rui Diaz muy confuso contemplaba
El bruto razonar de aquel monazo,
Y como el arcabuz presto llevaba,
Tirando le matò de un pelotazo.
Los dos monillos pages que llevaba,
Oyendo aquel terrible arcabuzazo,
Aprietan por el monte, dando gritos,
Mas en breve acudieron infinitos.
Fué tanta multitud la que venia
De monos á la muerte de aquel viejo,
Que la tierra dò estaba se cubria,
Y huye de temor el Melgarejo.
Un Indio del Brasil que allí venia,
Con sobrado dolor y sobrecejo,
Le dice, y embebido en cruda saña:
"¿Porqué has muerto al Señor de la montaña?"
Entre los indios era conocido
Aquel monazo viejo, y respetado,
Y por señor y rey era tenido
De aquel áspero monte, y despoblado.
Rui Diaz de esta isla fué partido,
El rumbo al Argentino enderezado,
La costa y tierra firme van bojando,
Y con los Guaranies rescatando.
En tanto que camina lo que queda
Al rio de la Plata, quiero agora
Volver á mi real. ¡Quiera Dios pueda
Segun el corazon lo siente y llora!
Quien quisiere saber cual dió á la rueda
Su vuelta la fortuna burladora,
Comienze con _requiescant_ en la gloria
El infelice canto de esta história.