CANTO DECIMO-OCTAVO.
_En este canto se trata cuan mal lo pasaba la gente de Juan Ortiz
en San Salvador, y como, ido al Paraguay, muriò, dejando por
Gobernador á su sobrino Diego de Mendieta._
Pobreza, dice el vulgo, no es vileza,
Ni menos hambre ó de otros bienes falta
Mas hace venga el hombre en tal bajeza,
Y mas cuando la gracia de Dios falta,
Que no basta el valor y la nobleza,
Que sobre el bajo cobre mal se esmalta:
El pobre jamas halla en cosa abrigo,
Y así, dice el refran, no tiene amigo.
¿Quien vido bizarria y gentileza,
Crianza, policìa y buen donaire
De galanes, y damas tal belleza,
Postrada por el suelo con desaire?
Al fin todo este mundo, y su braveza,
Su vana presumpcion, es humo y aire,
Y todo es burlería prestamente,
Sino servir á Dios Omnipotente.
La gente sin ventura zaratina,
Que digimos estaba rancheada,
La muerte cada paso por vecina
Tenia con la vida muy tasada.
Seis onzas dan escasas de harina
Hedionda, sin virtud, y mal pesada:
Así se và la gente consumiendo,
Hoy diez, mañana veinte, se muriendo.
Sin esto Juan Ortiz daba baldones
A todos, con denuestos en la cara,
Al tiempo del partir de las raciones,
Por dò era la racion doblada cara.
"Malditos, endiablados comilones,
Tragones, apocados, gente avara,
Que os trage yo de España á sustentaros,
¿Qué os debo? estoy à punto por dejaros."
¡Oh! cuantas veces, dijo un tesorero,
(Hernando de Montalvo se decia)
Si Dios llevase aqueste vocinglero,
El miserable pueblo quedaria
Alegre, muy contento y placentero,
Y luego nuestro mal se acabaria:
Mas suelen durar mucho aquestos tales,
Para enmienda y castigo de mortales.
Con esta falta estando de comida,
Llegó del Paraguay socorro y gente,
Que habiendo allá llegado de corrida.
Garay, la despachò muy prestamente.
Celebròse con gozo tal venida,
Porque era necesaria de presente,
Que à tal punto llegò nuestra miseria,
Que vide à un religioso en tal laceria.
Al bosque yendo un dia desganado,
Muy falto de consuelo y de alegria,
Encontré con un fraile muy honrado,
Fray Alonso La-Torre se decia.
De letras y virtud era dotado,
A su Padre Seráfico servia:
Preguntándole yo ¿Qué estais haciendo?
Al punto este me dice respondiendo.
"Entiendo que en muy breve he de acabarme
Y he salido á cortar, y no aprovecho,
Madera: si os plugiese de ayudarme
Haré para morir un candelecho,
Que no espero jamas de levantarme,
Segun estoy sin fuerzas y deshecho.
Aquesto me diciendo, hácia el cielo
Los ojos levantando, dió en el suelo.
Yo viendo su fatiga, muy lloroso
Y triste, que le amaba en sumo grado,
De presto de aquel prado, verde, umbroso,
Cortè para su lecho buen recado.
Del suelo se levanta algo gozoso
Por verme à mí, de varas bien cargado;
Llevéselas à cuestas que el tal iba,
Que ya no figuraba cosa viva.
Algunos otros vide en este estado,
Soldados, sacerdotes, religiosos:
Que no tiene respeto al esforzado
La vil hambre, ni teme poderosos;
Ni mira al que es filòsofo ó letrado,
Ni menos à los nobles generosos;
Que al Papa, Rey, y bajo zapatero,
A todos los iguala por rasero.
El socorro que digo, pues, venido
Alegra nuestro ejército hambriento,
Y en gozo y en placer es convertido,
El pasado dolor y gran lamento:
Mas nuestro Yamandú ya arrepentido,
De estarse con nosotros tan de asiento,
En una tenebrosa noche y prieta,
Sin nadie lo sentir, huyendo aprieta.
No se tiene esperanza que parezca,
Ni que vuelva á nosotros de su grado,
Sino es para causar alguna gresca
Conforme à las demas que él ha forjado.
Roguemos, pues, à Dios que no se ofresca
En que el haga su oficio tan usado,
Porque él en hacer mal està tan diestro,
Que puede en el infierno ser maestro.
Gran priesa Juan Ortiz para partirse
En este tiempo tiene, el rio arriba;
Mas no podrà aquí Trejo escabullirse,
Pues materia nos dá que de él se escriba.
Por cierto que él que no sabe medirse
En su lengua, no siente en que se estriba:
Hablar, muy muchas veces ha pesado
A muchos; mas callar nunca ha dañado.
En el Perù sabemos que acontece
Perder por el hablar muchos la vida,
Y él que à hablar se atreve, mal padece;
Y escapa quien obrò, y merecida
La muerte bien tenia, que se ofrece
A veces tropezon en la corrida.
Gran cosa es el secreto y de gran precio,
Pues vemos no le tiene el hombre necio.
A Trejo, Juan Ortiz bien respetaba,
Y por vicario puesto le tenia,
En tanto que de arriba se enviaba
El recado que en esto convenia:
Es cierto (que yo lo vi) le regalaba,
Con ser la falta grande en demasia,
Al Trejo no faltó jamas comida,
Mas él suelta su lengua desmedida.
En público està un dia entre soldados
Hablando de las cosas que hacia
El Juan Ortiz: trató descompasados
Negocios este Trejo en demasia;
De suerte que ya tuvo amotinados
A muchas con las cosas que decia:
Entre ellas, dice, aqueste es mal cristiano,
Conviene muy en breve echarle mano.
Hacer informacion que roba á todos,
Que nunca hace cosa en buenos puntos,
Habiéndonos robado por mil modos
A cada uno por si, y à todos juntos:
Que trata à todos mal, y por los lados
A todos echa; y de esto los trasuntos
A nuestro Rey envìen en proceso,
Y á vueltas en cadenas, èl, y preso.
El Juan Ortiz, que supo esta maraña,
Comienza de hacer informaciones;
Convièrtese el amor en pura saña,
Y dice del vicario mil baldones:
Al fin se dá en la cosa tanta maña,
Que sube Trejo arriba con prisiones,
Dejando en este puerto mal parada
La gente que ha quedado de la Armada.
Partido Juan Ortiz, y comenzando
A caminar por brazos, por esteros
Que el rio por allí lleva, formando
Mil islas de onsas, tigres, osos fieros
Pobladas: mas no salen rescatando
Los indios, como suelen, con sus cueros
Ni carnes, ni pescado; que es indicio,
Que quieren intentar otro ejercicio.
Sospéchase de cierto, pues no vienen
Los indios al rescate acostumbrado,
Que guerra concertada alguna tienen,
Y el falso Yamandú la habrá forjado:
Pues ya seguro estoy, por cierto, suenen
Muy pocos arcabuces, que el soldado
Desnudo, desarmado y desembrido,
Cansado de remar, està dormido.
Al fin á Santa-Fé, tiempo gastando,
Se llega, dò poco antes los vecinos
Salieron à nosotros navegando
En balsas, y canoas los Calchinos,
Mepenes, Chiloazas voceando;
Tambien salen por tierra á los caminos,
Celebrando con gozo la venida
A quien quitar quisieran alma y vida.
Estaba esta ciudad edificada
Encima la barranca, sobre el rio,
De tapias, no muy altas, rodeada,
Segura de la fuerza del gentío.
De mancebos está fortificada:
Procura el indio de ellos el desvío,
Que son diestros y bravos en la guerra
Los mancebos nacidos en la tierra.
Subiendo, pues, el Rio de la Plata,
Al Paraguay se llegua muy ameno,
El cual con menos furia se desata,
Y en su corriente viene mas sereno.
Por sus riberas caza bien se mata.
Que el campo de venados està lleno,
Y en él muchos dorados y patìes,
Corvinas, palometas, y mandíes.
Con esto á la Asumpcion llega la gente
Con gran placer, contento y alegría,
Y con mucho socorro, que el teniente
Al camino enviado nos habia.
La gente paraguense alegremente
A nuestro Adelantado recibía,
El cual de à poco tiempo que ha llegado
Abajo bastimentos ha enviado.
Holgó la gente, en ver que el bastimento
Llegase à tan buen tiempo, que tenían
Gran falta de comida y de sustento,
Y mucha hambre todos padecian.
Dejémoslos ahora en su contento
Pues ha tan poco tiempo que plañian
Que no durarà mas el alegria,
Que suele, al que es tahur, en su porfia.
La nao vizcayna, que plantada
Dejamos en la tierra á su aventura,
Habiendo sido de indios visitada,
Con fuego la consumen su hechura.
Mirad si fué la cosa bien pensada,
En no dejar en ella criatura,
Que alli fuera del fuego consumida,
Sin poder escapar libre la vida.
El Juan Ortiz arriba con presteza
Su oficio de justicia gobernaba,
Con gran solicitud, y sin pereza,
Quimeras nunca oidas inventaba.
Aquel haberse visto en gran riqueza,
Y verse de ella ageno, le cegaba
Su razon de manera, que tropieza
Por esto, é hiere siempre de cabeza.
No quiere sujetarse á otro consejo;
El suyo, dice, que es el mas seguro.
Un dia le hallé con sobrecejo,
Pregúntole, qué hace? Dice, juro
Por Dios, que si me viese en aparejo,
Y á punto de perderme, y un maduro
Me diese algun consejo, mas querria
Perderme, que hacer lo que él decia.
Los reyes, yo le dige, que tomaban
Consejo y parecer de sus letrados,
Las ciudades tambien se gobernaban,
Por hombres en las cosas mas versados:
Y que solos aquellos acertaban,
Que de consejo bueno son guiados.
Antes, dice, querré se pierda todo,
Que no tomar consejo de un beodo.
Vivió en el Paraguay algunos meses,
Poniendo á muchos malos duro freno:
Mas tuvo mil dislates y reveses,
Que fué de caridad quito y ageno.
De ver por cierto es, tucumaneses
Nunca gobernador hallaron bueno;
Los nuestros Paraguenses cosa mala
Jamás confesarán que hizo Irala.
Y no lo tengo cierto á maravilla,
Que aquesto del gobierno está en ventura,
Y mas cuando no acierta la cuadrilla
A ser de buena masa y compostura;
Que no basta razon para regilla,
Pues que carece della y de cordura:
Bien claro está que mal será regida
La cosa que no tiene en sí medida.
Los soberbios y vanos, los altivos,
Muy mal vemos que dejan gobernarse;
Los hombres zahareños, los esquivos,
Que no quieren á yugo sugetarse;
Aquestos son muy malos y nocivos,
Y no puede con ellos bien tratarse.
¿Pues qué hará quien manda con tal gente
Que de toda razon es careciente?
Habrá de armarse el tal con un escudo
De gran paciencia y grande sufrimiento;
Pedir á Dios favor muy á menudo;
Mostrar con un sagaz contentamiento
Amor á cada cual, por torpe y rudo
Que sea, procurando que su intento
Con el divino sea regulado,
Con que en el gobernar será acertado.
En la Escritura vemos claramente
Constar esta verdad muy á la larga,
Cuando para regir Moisés su gente
Ayuda pide á Dios, y le descarga
De la carga pesada; en consiguiente
A aquellos buenos viejos se la encarga:
De Moysés y su espirítu quitando
Aquello que á los viejos Dios fué dando.
Aunque el Adelantado procuraba
Guardar cuanto podia la justicia,
Y al malo con presteza castigaba,
Se veia que pecaba de malicia:
Con todo en gran manera le cegaba
Al tiempo el menester, mas su codicia;
Por donde vimos todos claramente,
Que estaba muy malquisto entre la gente.
El vulgo, en general, mal le quería,
Y su vivir les daba grande pena;
Y viendo que en la cama adolecía,
Lo tuvieron los mas á dicha buena.
El Santo Sacramento recibía
En un dia, y estando casi agena
El alma de su cuerpo, por gran ruego
Testó, y apenas firma, y muere luego.
Murió con mucho ánimo y con brio,
Diciendo, ¡si podremos con la muerte!
Yo mismo se lo oí, ¿y desafio
Haceis, entonces dige, con el fuerte?
Mas ella diò con él al traves frio,
Tomando contrayerba de esta suerte
En el caldo deshecha, por huylla,
Y hállala mas presto en la escudilla.
Habia Pedernera, un hombre viejo
Rogádole la tome, que seria
Remedio saludable y aparejo
Para sanar del mal que padecia.
Pues quiere aprovecharse del consejo
Al punto que su vida fenecia,
Quien de consejo en vida no curaba,
Segun él poco antes blasonaba.
Dejó en su testamento declarado,
Que sea su legítimo heredero
La hija que en los Charcas ha dejado,
Y aquel que fuere esposo y compañero
Suceda en el gobierno y el estado,
Segun como lo tuvo él de primero:
Y mande y rija, en tanto que ella viene,
Su sobrino Mendieta que allí tiene.
El cabildo y ciudad le han recibido,
Comienzan á llamarle _Señoria_;
Es mozo que veinte años no ha cumplido
Y en seso mayor falta padecia.
Désque se vé en su trono ya subido
A todos hace agravio y demasia:
Al tio yo le oí pronosticarlo,
Y harto duro estuvo de nombrarlo.
Nombróle coadjutor que le ayudase,
Que fué Martin Duré: mas el Mendieta
Dice á Martin Duré no le pasase
Por pensamiento tal, ni se intrometa
En cosa que hiciese èl ó mandase;
Que en el punto que tal cota acometa,
Sin duda le hará tan crudo juego,
Que tenga menester ageno ruego.
Quedando con poder solo absoluto,
Comienza de enfrascarse en desatinos,
En obras y palabras disoluto,
Haciendo mucho agravio á los vecinos.
Por verle en sus costumbres tan corrupto
Buscaban todos ya nuevos caminos,
Y yo quiero buscarle en canto nuevo,
Que ya en este decir mas no me atrevo.