CANTO SEXTO.
_Viene Obispo al Paraguay. Muere Domingo de Irala. Eligen por
Gobernador á Francisco Ortiz de Vergara, y sale con el Obispo al
Perù._
Los hijos de este siglo, la Sapiencia
Nos enseña, que son muy mas prudentes,
Que no los muy dotados de inocencia,
Para el vivir y trato de las gentes.
Aquellos que no tienen tal prudencia
Perecen con dos mil inconvenientes,
Llevándoles ventaja los osados,
Astutos y sagaces y treznados.
Tan sábio era, y astuto y cauteloso
En su trato y vivienda nuestro Irala,
Que no tiene algun hombre dél quejoso,
Que á todos en amor parece iguala.
Con esto y con su pecho valeroso,
Contrasta cualquier mal, y suerte mala,
Y á su diccion y mando muy rendidos,
A sus contraríos tiene y sometidos.
En paz tiene la tierra, gobernando
Con gran sagacidad y señorío,
La gente rebelada castigando
Con fuerza, maña, y arte y poderío.
Los leales su causa ya juzgando
Por vana presumpcion y desvarío,
Por no tener de España nueva cierta,
Se le entran cada dia por la puerta.
Filipo el Sábio, rey muy poderoso,
Que en suerte el Nuevo Mundo le ha cabido,
Del aumento cristiano codicioso,
Al Paraguay obispo ha proveido,
Del órden Franciscano religioso,
D. Pedro de la Torre es su apellido:
Urue por General vá de la armada,
Que fué para este efecto congregada.
Apréstase el armada muy hermosa,
Y sale de San Lucar, y se entrega
A las ondas del mar brava y sañosa;
Y con un viento próspero navega.
Ha sido en su viage tan dichosa,
Que al Rio de la Plata presto llega,
Sin refriega de mar y sin tormènta,
Que al bueno Dios le ayuda y le sustenta.
Desde Castilla al Rio de la Plata,
Cuarenta dias solos se gastaban,
Y no echaba el piloto en ello cata,
Y el rio los navios embocaban.
El General, llegando, desbarata
De dos navios las obras que sobraban,
Hermosos bergantines quedan hechos,
Y en breve á la Asumpcion fueron derechos.
No quiero aquí tratar el gran contento
Que toda la ciudad ha recibido,
Ni menos la tristeza y el lamento
Del malo, que se vé ya sometido.
Y aunque esto de pasada yo lo cuento,
Muy bien fué en el suceso conocido,
Pues cualquiera rehusa ser mandado;
Que el buey suelto se lame por el prado.
Irala como vé que está con miedo
El triste del Obispo, y que la féria
Por él corre, contento, alegre y ledo,
Mudando muy en breve la materia,
Le dice, mi Señor, en cuanto puedo
Trabajo, que salgamos de lacéria,
Buscando si hay riquezas en la tierra,
Mas tengo gran trabajo con la guerra.
El santo del Obispo sonriendo,
Con un blando semblante respondia
A lo que Irala iba repartiendo,
Que ya su condicion bien conocia:
Bien á la propia suya resistiendo,
Porque de Irala mucho se temia,
Procura de sufrir, pues se vé solo,
Y todos contra él con fraude y dolo.
En esto de Castilla, ¡Dios eterno,
Cuan grande es, y cuan alta tu sapiencia!
Al Irala le envian el gobierno;
Mas sobreviene luego una dolencia,
Y no pudo durar solo un invierno:
Que el que con fraude obtuvo la potencia
Los veinticuatro años con tal daño,
No dura con derecho solo un año.
Despues de Irala muerto, se juntaron
En una iglesia todos, y eligieron,
De doce caballeros que nombraron,
Los cuatro, cuyos nombres escribíeron:
Por opuestos aquestos señalaron,
Los vecinos sus votos aquí dieron.
Salió Francisco Ortiz, el de Vergara,
Que con hija de Irala se casára.
Su hermano, que es Rui Diaz, habitaba
En Guayra en este tiempo, retirado
De Irala, que con él mal se llevaba:
Allí poblando se ha fortificado,
Y de allí con su gente conquistaba
Los indios, y en la tierra apoderado
Procura atravesar á San Vicente,
Con ánimo crecido y poca gente.
La costa del Brasil está temblando,
Sabiendo de Rui Diaz la venida,
Que piensan que se viene apoderando
De todo lo que halla de corrida:
Pues saben como ha andado conquistando,
Y que tiene la tierra así rendida;
Y no sabe que quiere Melgarejo:
Mas ved en que ha parado su consejo.
Allega á San Vicente, dó Cupido
Desembraza cruel su flecha dira,
Y hácele quedar preso y rendido
Al rostro angelical de Doña Elvira.
Quien indios y españoles ha vencido,
Vencido y muerto queda, porque mira.
¡Y piensas tú, Cupido, no lo fueras,
Mirando á Doña Elvira de Contreras!
De Medellin saliò la dama bella,
De conocida, casta y gente clara:
Y aunque fué en hermosura linda estrella,
Fortuna se mostró con ella avara.
Procura el capitan luego con ella
Casarse, mas la muerte la llevára
Entonces, y no diera mala cuenta,
Causándose á si misma tanta afrenta.
Casóse en mal punto, y en hora mala,
Dios sabe lo que siento en escribillo.
Amor, que con lo bajo lo alto iguala,
La hace aficionarse á Juan Carrillo.
Cojélos Melgarejo en una sala,
Y como no es el caso de sufrillo,
Aunque la dama es tal, y el galan viejo,
A entrambos los ha muerto Melgarejo.
Entrando el capitan en su aposento,
Al adultero mató de una estocada:
La dama viene al grito con lamento,
La gente viene al grito alborotada:
Ayudanla á matar, ó crudo cuento,
¡Qué no hay quien te defienda, desdichada!
Fenece la extremada hermosura
En el colmo de extrema desventura.
Vergara y el Obispo se han movido,
En esto de salir, que no debieran,
Al Perú: pero habiendo ya venido
A Santa Cruz, dó nunca ellos vinieran;
Allí les fuè por Chaves impedido
El camino: yo creo que si pudieran
Pasar, ellos pasáran; mas yo hallo
Que en propio muladar bien canta el gallo.
El Chaves á los Charcas va y camina,
Dejándose á los pobres muy llorosos.
Tras él salen despues, y de una mina
Llevaron grandes muestras muy gozosos.
Ensayase el metal, y plata fina
Se saca, que movió á los codiciosos;
Y entre ellos Juan Ortiz Pica, pensando
Ganar honra y dinero gobernando.
El licenciado Castro gobernaba;
Y vista la intencion del perulero,
Y que en aqueste caso el importaba
Por tener abundancia de dinero.
El gobierno argentino le encargaba
Quitándosele al pobre caballero:
El cual como se vido descompuesto
A Castilla se vino muy dispuesto.
Matienzo el Presidente no repugna
En esto; que formando una quimera,
En el cuerno le pone de la luna
Al Argentino reino y su ribera:
Y dice, que no puede haber alguna
Provincia de riqueza en tal manera,
Cual esta; aunque rodeen todo el mundo
Entre el polo primero y el segundo.
Y aun dice un dicho necio, y he de decillo,
Pues ví con juramento yo afirmarlo,
Y prometí yo á muchos de escribillo,
Ni quiere mi Argentina aquí callarlo.
"Si fuera yo Filipo, á ese Turquillo
Habia con España de dejallo,
Decia, por gozar de tanta tierra,
Tan bella y apacible, y tan sin guerra."
Con estos desatinos que decia,
Que muy grande aficion al Argentino
Mostraba el Presidente que tenia,
Procuran de volverse en su camino
El Obispo, y teniente que ponia
En su lugar Ortiz el zaratino;
Que es Cáceres, un hombre bullicioso,
Amigo de mandar y sedicioso.
El Juan Ortiz se parte para Lima,
Con título y blason de Adelantado:
De barras lleva hecha grande rima,
Que sabe Dios cual él las ha juntado.
Aquesto le causaba gran estima,
Y ser de todo él mundo respetado:
Que tanto de valor cualquiera abarca,
Cuanto tiene dineros en el arca.
De Lima se partió muy placentero
Por ver que le es fortuna favorable;
A Panamá camina muy ligero,
Con viento en popa suave y amigable
Allega á Panamá con su dinero,
Y en breve lo vereis muy miserable:
Que fé ninguna tengo, ni confianza
En fortuna, que es cierta su mudanza.
En nombre de Dios parte á Cartagena,
Y entrega su fortuna á una fragata.
El Francés esto tiene á dicha buena,
Que le ha sido la presa muy barata.
Encuéntrale, "y amaina vela, antena,
Le dice, y deja, amigo, aquí la plata,
Sino quieres dejar tambien la vida,
A vueltas de la plata aquí perdida."
Amainan á pesar vela y trinquete,
Rendidos del Francés y su pujanza,
Ni queda marinero ni grumete,
Que no pierda del todo la esperanza.
La vida á Juan Ortiz allí promete,
Mas pierde de la plata la confianza.
La vela dá el Francés, desque le quita
La plata, y con placer picando grita.
Quien vido á Juan Ortiz lo que hacia,
Pudiera no moverse á crudo duelo.
Los suspiros que daba los ponia
Con gran sentimiento allá en el suelo:
Sus carnes tan heladas las tenia
Como la pura nieve y duro yelo,
Y dice: "¡Cuan en breve aquí he perdido,
Lo que en tan largos años he adquirido!"
De mas de ochenta mil pesos pasaron
Los que el Francés sacó de aquesta feria.
En Cartagena amigos ayudaron
A Zarate á salir de su laceria:
Qué muchos de su mal se constritaron,
Por verle haber venido á tal miseria:
Que para asar, cocer, freir, decia,
Que en mucha cantidad barras tenia.
Con este desastrado desbarate,
Y desdichado fin y mal suceso,
A Castilla se viene el de Zarate,
Sin sacar de su plata un solo peso.
No teme que el Francés le desbarate:
Qué el pobre del ladron jamas es leso;
Mas antes caminando á su albedrio,
Delante del ladron canta vacio.
Llegado á España, el Rey le ha confirmado
Lo que Castro le dió, y por mas pago
A Zarate vereis ya señalado
En los pechos con cruz de Santiago.
Habiendo mucha gente congregado,
Se entregan al feroz y hondo lago.
Diráse en su lugar de aquesta armada,
Volvamos á la história comenzada.
Al Cáceres y Obispo revolviendo,
Llegan á Santa Cruz, que de la Sierra
Se llama; dó discordia, descogendo
Sus velas, ha causado tanta guerra
Entre los dos, que el odio ya creciendo,
Los huesos uno al otro desentierra,
Y mas que unas berceras en cantillo
Se tratan, que es vergüenza de escribillo.
De Santa Cruz salieron, procurando
Llegar al Paraguay con gran presteza;
Y aunque las dos cabezas caminando
Van juntos por la tierra de aspereza,
No van cosa ninguna conversando,
Que en mala voluntad tienen firmeza.
Llegando á la Asumpcion muy brevemente
Lo que pasó dirá el canto siguiente.