CANTO DECIMO-QUINTO.
_En este canto se trata de las crueles y terribles muertes que los
indios daban à los cristianos cautivos._
De aquello que una vez se hubo estrenado
El vaso nuevo guarda, como vemos,
El gusto y el olor: lo que es usado
Por largo tiempo en hábito tenemos,
Y tanto en natural se ha transformado,
Que siempre con lo tal bien nos habemos:
Y así dejar costumbre muy usada
Es cosa muy dificil y acabada.
Oí, cierto, una cosa muy galana
De un hombre cuartanario, que decia,
Teniendo ya salud entera y sana,
Que sin gusto y contento ya vivia:
Estaba ya tan hecho á su cuartana,
Que por falta su absencia la tenia.
Mirad qué es la costumbre, y de qué suerte,
Que dicen, que mudarla es par de muerte.
Estoy ya tan cursado en esta historia
En males infortunios y descuentos,
Que aquello que tuviera otro por gloria,
Tratar del enemigo y sus lamentos,
No daba tanto gusto á mi memoria;
Y así me parecía los acentos
Faltaban por tratar yo de alegría,
Por dó vuelvo à cantar como solía.
La gente desdichada zaratina,
De la esperanza estaba muy colgada:
El que esperando está siempre imagina
La cosa que le està mas apropiada;
Y cuando vé mudanza repentina,
Tras ella su memoria và guiada:
Que el ánimo dudoso tiene aquesto,
Que acà y allá se muda muy de presto.
Estaban congojosos, esperando
Que vuelvan los navios al concierto:
Ya viene Melgarejo navegando,
Dejando la mas gente allà en el puerto.
El buen Capitan entra pregonando,
Que el perro zapican quedaba muerto,
Y que iba ya huyendo de corrida,
Su ejèrcito y su gente de vencida.
Con placer le reciben de alegria,
Y todos con la nueva se alegraron,
El roto campo y gente, artillería,
En la zabra y bajeles embarcaron.
La zabra el Uruguay entrado habia,
El canal los pilotos no acertaron:
Ni basta izar trinquete, ni el antena,
Que fuertemente encalla en el arena.
Los bergantines suben prestamente
A descargar el hato que llevaban,
El Guaranì acudiera diligente
A ver que los cristianos esperaban.
Recibidos de paz, y prestamente
Los indios à su casa se tornaban;
Y en breve à dos cristianos han traido,
Y que otros dos traerán han prometido.
Venidos los bajeles, y buen viento,
La zabra desencalla del bajio,
Sin recibir de aquesto algun tormento,
Que piedras por aquì no tiene el rio.
Al puerto se llegó con gran contento,
A donde el Guaranì volvió con pio
De haber de los rescates castellanos,
Y trajo por rescate dos cristianos.
El capitan Garay hecha tenia
A Juan Ortiz la casa en que viviese,
Y cada cual la suya se hacia,
Por tener un rincon dó se metiese.
El Juan Ortiz en este proveia,
Que de hoy en adelante se dijese
Y nombrase _Vizcaya_ el Argentino;
¡Mirad el ambicion del Vizcayno!
Despues al Paraguay determinaba
Que vayan á traer mucha comida:
Al capitan Garay acompañaba
Rui Diaz, que procuran la manida
De Cayú, que en las islas habitaba.
Allà los dos caminan de corrida,
Primero con Chanaes encontraron,
Y de ellos, dos ó tres aprisionaron.
De aquì los dos pasaron adelante
En busca de comida, y en el rio,
Que dije Igeipopè; dò està triunfante
El indio Guaraní, que es un gentío,
Como hemos dicho ya, en maña pujante.
Sin otra presumpcion ni desafio,
En los indios asalto dan bravoso,
Cuando el sol asomaba luminoso.
Habian estos indios abscondido
Sus hijos y mugeres, y pensaban,
En viendo algo seguro su partido,
En nuestra gente dar, y así hablaban,
Diciendo, pocos son: mas fuè sabido
El falso que en secreto concertaban;
Y asì salen huyendo por las vegas,
Dejando de maiz muchas hanegas.
Tres casas y buhios se dejaron,
Con docientas hanegas bien colmadas
De maiz, y otras cosas que se hallaron,
Y estaban sò la tierra sepultadas.
Los soldados las casas les quemaron,
Y fueran con los nuestros ya quemadas,
De un indio que lo andaba maquinando,
Si no estuviera Arevalo velando.
El capitan Garay con sus soldados
Camina á la Asumpcion con mucha priesa;
El capitan Rui Diaz, (bien cargados
Los suyos de comida y de la presa,
Que fueron cuatro indios señalados,
Y entre ellos de Cayù un hijo), atraviesa
A donde està el real, y en breve allega,
Y la comida y presa toda entrega.
La nave vizcayna se me aqueja,
Que de ella no me acuerdo: està plantada
Allá en un arenal, á dò la deja
Juan Ortiz, de gente mal poblada.
Parèceme que queda como oveja
A lobos desambridos entregada:
De cuando en cuando van á visitarla,
Mas la gente se teme de guardarla.
Y no quiero culparles, pues que tiene
Cualquiera, acá dó estamos, sobresalto,
Pensando cada cual que le conviene
Rogar á nuestro Dios, que de lo alto
Envie su socorro: que si viene
A dar el enemigo algun asalto,
Sin duda perecemos, porque vana
La guarda es sin la guarda soberana.
Un caso contaré, que manifiesta
En su tanto y manera esta sentencia,
De como humana guarda poco presta,
Si està encontra divina Providencia.
Sucede á media noche una molesta
Y triste desventura, diligencia
No basta á le impedir, porque la casa
De Juan Ortiz se torna hecha brasa.
Al punto que la gente reposaba,
Un fuego se emprendiò, el Adelantado,
Segun pareció ser, despierto estaba,
A priesa sin parar se ha levantado:
El viento al fuego fuerza acrecentaba,
La casa y cuanto tiene se ha abrasado,
Que mientras mas va, el fuego mas se atiza,
Y vuelve todo en polvo y en ceniza.
¡Eterno Dios!, que azotas y castigas
Los hombres por razones esquisitas,
Que de tormentas, hambre, sed, fatigas,
Trabajos, guerras, cosas infinitas
He visto? Y sé Señor, que mas obligas
Aquel á quien castigas, y le incitas
A que ande entero siempre en tu servicio:
Mas no conoce el malo el beneficio.
Metióse Juan Ortiz en su navio,
Adonde su hacienda està guardada;
No cura de hacer ya mas buhio,
Que la zabra la tiene por morada.
La guarda se le hace junto al rio,
La gente por el campo está poblada
En sus chozas de paja, sin abrigo,
Con no poco temor del enemigo.
Al arma un dia se toca: alborotados
A todos los vereis, porque asomaban
El piloto mayor y los soldados,
Que la nave sin guarda la dejaban.
A todos los vereis amedrentados,
Las damas y doncellas lamentaban,
Los hombres desmayados, suspirando
Andaban por la plaza divagando.
Llegó, pues, esta gente que guardaba
La nave vizcaina, y en llegando
Al piloto unos grillos luego echaba
El Juan Ortiz la cosa exagerando.
El preso su venida disculpaba,
El miedo por escusa presentando,
Diciendo: "que en la nave à la ventura
Estaba, y beneficio de natura."
Aquel Cayù, que dije, que huyendo
Salió con los demas, y que dejàra
Captivo el hijo, vuelve ya corriendo,
El rio Uruguay atravesára.
Algunos de los suyos le siguiendo
A Juan Ortiz pescados presentára,
Con làgrimas y ruego significa
Lo que con alma y vida le suplica.
Que en rescate del hijo una graciosa
Mozuela tome, pide; asì pensando
Cumplir su voluntad tan deseosa,
Su rostro y hermosura exagerando:
Y dícele: la tome por esposa,
Y mientras, él está aquesto tratando,
El Juan Ortiz la moza recibia,
Y al indio sin su hijo en paz envia.
En este tiempo ¡O cosa lastimera!
Flecharon al dichoso Chavarria:
Aqueste á los Chanaes les cupiera,
Al tiempo que la presa se partia:
Ordenado de grados supe que era,
Versado en natural filosofia,
Discreto, sábio y muy caritativo,
De mucha habilidad y seso vivo.
Es justo deste quede gran memoria,
Que su fin lo merece lastimoso,
Y pues llevò la palma de victoria,
Gozoso le nombremos y dichoso.
Yo espero nuestro Dios le dió la gloria,
Que yo le conocì por virtuoso,
Y oidme aquesta grande maravilla,
Que mas me mueve à envidia que à mancilla.
Sacàronle los indios del poblado
En un pantano grande anegadizo,
Y en un palo le ponen amarrado,
Y flechas dàn en él como granizo.
Quedó en breve tiempo tan cuajado,
Cual vemos el pellejo del herizo
De sus agudas puas, tal estaba,
Y con esfuerzo grande asì hablaba.
"Eterno Dios, el alma te encomiendo,
Que el cuerpo miserable que padece,
(Aunque está este tormento padeciendo)
Mayor por mis pecados él merece."
Estando estas palabras él diciendo,
El bárbaro cruel mas se embravece,
Y Chavarria en Cristo contemplando,
El _Miserere mei_ está cantando.
Cual suelen cazadores por el Soto
Con perros y sábuesos voceria
Alzar, asì hiriendo á este devoto,
El crudo barbarismo lo hacia.
Estaba ya su cuerpo todo roto,
La sangre hilo à hilo dèl corria,
Mas èl no deja el canto de consuelo,
Que espera de tener paga en el cielo.
Y oid, mi buen Señor, aquì otra cosa,
Que tiene en confusion à estos paganos,
Por ser á vista de ojos espantosa,
Segun lo refirieron tres cristianos.
Captiva uno esta gente perniciosa,
Y sácanle los ojos, pies y manos
Le cortan con malvada y gran fiereza
Y dicen que està vivo. ¡Qué grandeza!
Juan Gago este cautivo se decia:
De Guadalupe mozo virtuoso,
En Logrosan, mi patria, me servia
Al tiempo que dejàra yo el reposo.
A la Virgen purìsima Maria
De Guadalupe, dice este dichoso:
"En este punto sed vos mi abogada,"
Y acude à su costumbre tan usada.
Dios sabe cuanto yo lo he procurado
Sacar de cautiverio por mil vias,
Y el trabajo y las hambres que he pasado,
Andando tras los indios muchos dias.
En muy grandes trabajos me he arrojado
Por mi propia persona, y con espias,
Y nunca he sido en ello de provecho:
Acaso Dios hará con èl su hecho.
Juan Barros de los indios fuè cautivo,
En tiempo de D. Pedro, en los Beguaes:
Mataron otros, mas aqueste vivo
Criaron, que era niño, y á Chanaes
Le venden (aqueste hombre de que escribo
Algun tiempo traté): Chiriguanaes
Le cautivan, y tiempo mucho estuvo
Entre ellos, y muger é hijos tuvo.
Aqueste Juan de Barros cierto vide
Que hizo gran provecho à los cristianos:
Que Dios todas sus cosas siempre mide
Con divinos secretos soberanos.
No sabe el triste hombre lo que pide,
Lo mas cierto es dejàrselo en sus manos:
Esta consideracion en verdad hago,
En el negocio siempre de Juan Gago.
Estaban, sin los dichos, mas cautivos,
Que asimismo mataron estos perros,
Empalando y flechàndolos aun vivos,
Y tambien desgarrándolos con hierros;
Y por mostrarse crudos y nocivos,
En vida á muchos meten en entierros,
A dó mueren de hambre, cruda, perra,
Y vivos sepultados só la tierra.
Aquí quiero no quede por olvido
Un caso que me viene à la memoria.
Del grande Patriarca enriquecido
De bienes duraderos en la gloria,
Seràfico Francisco ha merecido
Un hijo suyo palma de victoria,
En tiempo de D. Pedro le mataron,
Y el caso de esta suerte me contaron.
Estando este bendito religioso
Hincado de rodillas en el suelo
Con grande devocion, el envidioso
Agaz, tirano indio, sin recelo
Le flecha: mas al punto un luminoso
Nublado descender se vé del cielo,
Y en el subir à todos parecia
Una doncella, bella en demasia.
Los indios con aquesto se espantaron
De suerte, que á èl con otros compañeros
Que habian muerto, à todos enterraron,
Llorando porque fueron carniceros
De aquel bendito fraile que mataron.
Y estàn en su temor hoy tan enteros
Los descendientes de ellos, que recelo
Tienen que les venga fuego del Cielo.
A nuestra historia, pues, dando la vuelta,
Cayú de su hijuelo deseoso,
Tras el Garay se fué, que à vela suelta
El rio arriba iba sin reposo:
Y cuenta como al hijo no le suelta
El Juan Ortiz, y pìdele lloroso
Que le escriba una carta, en que le ruegue
Que su querido hijo se le entregue.
Es Yamandù en aquesto el trujamante,
Que es primo del Cayú; muy confiado
Está, porque poniéndose delante
De nuestro Juan Ortiz, Adelantado,
Harà con su saber y buen semblante,
Que quede Juan Ortiz bien engañado:
Mas uno piensa el bayo (allá en Castilla
Se dice) y otro es él que le ensilla.
Con priesa Cayú vuelve en compañia
Del falso Yamandù, que confiaba
Que muy presto al sobrino llevaria,
Que Garay en sus cartas lo rogaba.
Con ánimo gallardo y alegria,
Al Capitan el preso demandaba;
La gente dice toda, pues tenemos
El pajaro en la mano, ¿què hacemos?
No quiero referir las opiniones,
Juicios y pareceres diferentes,
Que habia en el real, y locuciones,
Coloquios y corrillos entre gentes,
Todos daban sus causas y razones,
Al parecer de muchos suficientes:
De Yamandù se trata, si conviene
Se prenda, ò que se vuelva como viene.
El Yamandù, como hombre cauteloso,
Procurando librar à su sobrino,
Mostròse muy alegre y muy gozoso,
Y dice à Cayú vuelva su camino,
Porque èl está ya hà dias deseoso,
De estar entre cristianos, y así vino
Con fin de bautizarse y ser cristiano;
Y desta suerte habla al primo-hermano.
"Cayú, bien vés cual quedo entre cristianos,
Y tu hijo tambien: tén buena cuenta,
Que guardes de malicia bien tus manos,
Y cosa contra aquesto no se sienta:
Que tratas con los indios Zapicanos,
Ni Guaraní por pienso en tal consienta,
Que al punto que haya tal, entrambas vidas,
De tu hijo y de mí, serán cumplidas."
"Yo quedo con contento y alegria,
Asi se lo decid á mis parientes:
Mirad que mucho hà que yo os decia,
Que habian de venir de lejos gentes.
Dejados de esa vana fantasia,
Mirad que no podeis ser tan valientes
Que deis cabo de tantos: sed ya buenos,
Poned à vuestras almas duros frenos."
Con esto y otras cosas que hablaba,
El falso Yamandú disimulando
Su pretension fingida procuraba,
Diciendo desear ser bautizado:
Y tanto esta ficcion suya duraba,
Cuanto de la Asumpcion se hubo llegado,
Como diré despues, que agora siento
En Santa Cruz un mal levantamiento.
Tratemos dél agora, que sucede
En tanto que lo pasa el zaratino
Muy mal, y yo aseguro que bien puede
Ponerse él de Toledo ya en camino,
Sino quiere ser causa de que ruede
Don Diego con su gente al Argentino,
Y con su rueda dé tal estampida,
Que el Perú venga todo de caida.