CANTO OCTAVO.
_Sale Juan Ortiz de Castilla, llega à Canaria, y de ahí á Cabo
Verde, de adonde viene en demanda de la isla de Santa Catalina._
Al tiempo que alas cobra la hormiga
Le viene su remate y perdimiento.
Fortuna à Juan Ortiz ha sido amiga
Desde el orígen suyo y nacimiento;
Mas ya le comenzó à ser enemiga,
Al punto de su vano pensamiento:
Que las altivas alas que tenia,
Ya vimos que el francés las abatìa.
Fortuna acá y allà yendo y viniendo,
En la corte le pone en tal estado,
Que aunque á la sazon està rigendo,
Le tiene al parecer desbaratado.
Con todo, de sus mañas se valiendo,
Con tìtulo y blason de Adelantado
Del puerto de San Lucar se salia,
Y el año de setenta y dos corria.
Con el ìban solteros y casados,
Casadas y doncellas de viage,
En tres navios mal aderezados,
Con una zabra mala y de mal trage.
Al parecer à muerte condenados,
Con otros quince ó veinte en un patage.
Mas estos mejor dicha al fin tuvieron,
Que en tierra del Brasil libres surgieron.
Camina pues la armada algunas leguas,
Entregada á las ondas de Neptuno,
Y engolfada en el golfo de las Yeguas,
Sucede un vendaval tan importuno,
Que si Dios no pusiera presto treguas,
De todos no escapàra ni solo uno:
Y viendo andar el mar por las estrellas,
De temor lloran hombres y doncellas.
La noche muy obscura, la mar brava,
El viento vendaval muy presuroso
Soplaba y de temor cualquiera traba
Del otro por valerse deseoso:
Y mientras esta furia reposaba,
Los pilotos amainan sin reposo.
Las naves van volando ya sin guia,
Mientras que cesa el viento su porfia.
Y despues que cesò la furia y viento,
(Habiendo ya su término corrido)
La gente alborotada, del tormento
Temor y desconsuelo padecido,
Decia con un ronco y flaco aliento,
"Si habemos del peligro ya salido."
Allì muchas promesas publicaron,
Que en el temor pasado à Dios votaron.
Despues, dando lugar el gran Neptuno
A que fuesen sus ondas navegadas,
Con muy próspero viento y oportuno,
A cabo de cien leguas caminadas,
Descubrimos del bárbaro importuno
La costa, con sus tierras malhadadas.
Era una tierra larga, baja y llana,
Que tiene por renombre Tafetana.
Dejando aquesta costa á izquierda mano,
Despues de veinte y cinco dias pasados
De nuestro navegar por el Oceano,
De vanas esperanzas confiados,
A la Gomera un dia muy temprano
Llegamos, los peligros olvidados:
Que pasado el peligro, olvida luego
El marchante el voto, prece y ruego.
Aquì estuvo el armada reposando
Tres dias no cabales, que corria
Buen viento, que nos iba convidando
A tener regocijo y alegría.
Del puerto, pues, à prisa se levando,
Navega á Cabo Verde recta via:
Mas el viento y pilotos yerran tanto,
Que el gozo se volvió muy presto en llanto.
Andaban los navíos sin concierto,
Arando el importuno y largo lago;
Ya caminan derecho, ya muy tuerto,
Al fin toman la isla de Santiago.
Es isla muy alegre con buen puerto;
Mas yo à mi obligacion no satisfago,
Si no fuerzo á escribir yo aquí mi pluma,
Su temple y compostura en breve suma.
El sitio es apacible y deleitoso,
La gente muy lucida y muy galana,
Por el ingles cosario y belicoso,
En ronda suele andar cada mañana.
Enfermo es el asiento y peligroso,
Por el calor la gente no está sana,
Mas viven á placer los lusitanos,
Contentos, muy alegres, muy ufanos.
A mi posada vino un caballero
De buena compostura y bien tratado,
Alegre, conversable y placentero,
Y con una encomienda señalado.
Tiene una negra allí mucho dinero,
Con ella se casò el desventurado.
¡Mirad pues el dinero à cuanto obliga!
Que sufre este en sus ojos una viga.
Partióse de este puerto Santiago
En breve con un próspero y buen viento:
Mas entrando á la mar y grande lago,
Calmó, y todos perdieron el contento.
Algunos lo tuvieran por buen pago
A España se tornar, porque el aliento
Faltaba, desque entienden alargarse
El tiempo, y la jornada no acabarse.
A la lìnea en aquesto se acercaron,
A dó (con aguaceros que tuvieron)
Al piè de quince dias mal pasaron,
Y algunos en la línea se murieron.
Despues de aqueste tiempo la doblaron,
Y en demanda al Brasil las velas dieron.
Mas no vieron la costa de sus ojos,
Huyendo de no dar en los Abrojos.
Los diez eran de Marzo ya pasados,
Cuando toman los campos nuevo trage,
Y vuelve por sus pasos compasados
El gran Apolo à España su viage.
En este tiempo fueron desviados
Los unos de los otros, y el patage
Con viento y aguaceros se apartaba,
Y en costa del Brasil puerto tomaba.
En San Vicente salta, dó han hallado
La gente del Obispo y Melgarejo,
Del armada de Zàrate han contado,
De sus armas, pertrechos y aparejo:
Rui Diaz les ha à todos convidado,
Que se vuelvan con èl: este consejo
Algunos del patage lo tomaron,
Mas otros en el puerto se quedaron.
Pudieran bien decir los doloridos,
Estando en San Vicente reposados,
Si nosotros no fueramos perdidos,
Por ser de nuestra flota ya apartados,
O fueramos de hambre consumidos,
O muertos de los indios y acabados;
Y cierto para haber de guarecernos
El medio mas seguro fuè perdernos.
El armada con pena navegando,
A veinte y uno de Marzo una mañana,
Antes de aquella Pascua, en que llorando
Buscaba al buen Jesus de Marta hermana,
La tierra se descubre, y vela dando,
En breve se llegò, que está cercana:
Mas no se toma puerto, que buscaban
A donde le tomar, y no le hallaban.
Andando los pilotos vacilando
En luengo de la costa, cada dia
Sus cartas y roteros remirando,
Por ver donde el armada surgiria:
Sus grados y sus puntos cotejando,
Anclaron en Abril tercero dia
En una playa y puerto sin abrigo,
Que es dicho por renombre D. Rodrigo.
Su cara mostrò Febo muy cubierta
Aquì, cuando se entraba en occidente:
La noche obscurecida como puerta
De muy profunda cueva dò no hay gente.
Neptuno muy sañoso se despierta,
Y à las aguas comienza bravamente
A mandar, que se muevan alteradas
Del sur, y en altos montes levantadas.
Ni el Puerto Pico, ó Sierra Mariana,
Ni Teide, ò Potosí, ni el Atumare,
Ni el volcan de Arequipa, ni Lupana,
Ni el alto monte ó sierra de Lambare,
Ni Villuerca, ni Sierra Verzocana,
Se puede ya hallar que se compare
A los montes y sierras que formaba
En alta mar el viento que bramaba.
Estaba el Almirante del armada
Con solo un cable y ancla: el porfiado
E importuno sur desamarrada
La lleva, habiendo el cable reventado.
La nave por la mar andaba errada,
El piloto no acierta de turbado
A decir ni mandar lo que conviene,
Que en el alma metido el miedo tiene.
Con este temporal tan peligroso
La nave sobre tierra va volviendo:
El viento con su impetu furioso,
Las velas en un punto descojendo,
Hace volver la popa sin reposo
A tierra, y el mar adentro vá corriendo.
La gente alborotada sin consuelo,
Levantan alaridos hasta el cielo.
Quedan la capitana y vizcaina
En gran peligro surtas junto á tierra:
Mas luego en un momento muy aína
La vizcaina el ancla desafierra:
Agarrando dos leguas ya camina
En luengo de una costa y de una sierra;
Mas no se osa meter en la mar brava
Con el temor de la agua que faltaba.
El Almirante sale al mar sañoso,
Del importuno viento sacudido:
La gente clama al Alto Poderoso
Con voces, gritos, llantos y alarido.
El sexo femenil mas doloroso,
Causaba fuese el caso dolorido,
Que tantos alaridos levantaban,
Que la tormenta mas acrecentaban.
En demanda del Rio de la Plata
Se leva de este puerto que he contado
La flota; mas el sur ya se desata
Con un furor terrible acelerado:
Y viendo que este viento desbarata,
Y hace desandar lo que está andado,
Procura de tomar puerto la flota,
Con fin de desistir de su derrota.
Y tanto el bravo viento los aqueja,
Que se siguen tras él desconfiados
De su recto viage, que se deja,
Por ser del vendabal tan contrastados.
La capitana un poco mas se aleja,
Y surge con sus naves á los lados,
Si no es el almiranta, que apartada
Surgió en una bahía no abrigada.
Del almiranta á tierra sale luego
Alguna gente, y halla las pisadas
Del indio, por dó siguen, aunque ciego
El camino, y las yerbas mal holladas,
A la señal, y humo de un gran fuego
Descubren unas gentes congregadas
De nación Guaraní, que recibieron
A los nuestros muy bien, y les sirvieron.
Las cosas, que tenian ofrecidas
A los nuestros, con ellos se metieron
En la barca con flechas muy crecidas,
Y en trueco de rescates las vendieron.
Sus carnes, de aire y sol ennegrecidas,
Algunos españoles las cubrieron;
Que estima esta nacion mucho cubrirse,
Y à nuestro modo y forma de vestirse.
De aquestos se tomó lengua y aviso,
Mayormente de un indio ya muy viejo;
A Santa Catalina de improviso,
Que vayan les ha dado por consejo,
Y èl propio ir á mostrar el puerto quiso:
Y viendo tal recado y aparejo,
Las naves en un punto se levaron,
Y en luengo de la costa navegaron.
Surgieron en el puerto que es llamado
Ayumirì, que es boca angosta ò chica,
Del isla hacia el este; al otro lado
Està la tierra firme en forma oblica.
La flota procurando lo abrigado,
Dejando el primer puesto allá se aplica,
Adonde hace el mar una ensenada
En forma de la luna de menguada.
Aquì puerto y lugar aparejado
Para surgir mil naves está bueno:
Entre la isla y la tierra va ensenado,
Un golfo de pescados todo lleno;
De una parte y otra reguardado
De vientos, todo alegre y muy ameno.
Empero del armada Zaratina
Aquí fuè la caida y grande ruina.
Aquí reposaremos sin reposo.
Que mal pueden tenerlo los hambrientos.
Trataremos del trance doloroso
De la infeliz armada, y sus descuentos:
Hambre, muerte, tristeza, lacrimoso
Planto, suspiros, gritos y lamentos,
Daràn subiecto cierto al nono canto,
O por mejor decir al nono planto.