CANTO UNDECIMO.
_Estando en tierra firme poblada la gente, son muertos y cautivos
de indios cien hombres. Retráense los que quedan à la isla de San
Gabriel, donde mueren muchos de hambre_.
Al enhornar, decimos, que se entuertan
Los panes; y así vemos que parece,
Que cuando en el principio no conciertan
Las cosas con prudencia, que acontece,
Que al fin de todo punto desconciertan;
Y el caso mal guiado en mal fenece:
Lo cual se muestra claro en este canto,
Que bien podria mejor llamarle llanto.
Estaba, como dije, rancheada
La gente sin ventura en aquel llano,
De paja cada cual hecha morada.
La inexorable Parca, con tirano,
Desapiadado curso desfrenada,
Con las tijeras crudas en su mano,
Comienza de cortar las tristes vidas,
Que estaban á la vista mas floridas.
Dijimos, que el Cacique de esta gente,
Llamada Charruaha, es Zapicano,
Y que tiene un sobrino muy valiente,
Abayubá, mancebo may galano,
De gran disposicion y diligente,
Discreto al parecer y muy lozano;
Valor en su persona bien mostraba,
Por donde Zapican mucho le amaba.
Al real en mal punto fue traido
Por ciertos capitanes, y llegado
El Juan Ortiz le prende, que ha sabido
Que entre los indios era respetado.
En su busca veinte indios han venido;
Un Guaranì, que entre ellos se ha criado,
Y de lengua servia, ha sido preso,
Y oid de estas prisiones el suceso.
El un preso del otro no sabia,
Que así se diera la òrden y la traza:
Mas presto Zapican triste venia,
Que miedo, ni temor no le embaraza.
El preso à Juan Ortiz pide y envia
A su gente que traiga mucha caza,
Y èl queda con el preso; y mas valiera,
Que vivo del real jamas saliera.
Consulta Juan Ortiz como le pide
El Cacique al sobrino: aconsejaba
Vergara no se dè, y aun que lo impide
Por causas muy urgentes que mostraba.
Por sola voluntad suya se mide
El Juan Ortiz, que á pocos escuchaba;
Una canoa pide á Zapicano
Le traiga por rescate y un cristiano.
Habia à un marinero maltratado,
Por donde entre los indios se ha huido:
Aquel y la canoa presto ha dado
En trueco de Abayuba su querido:
La caza que los indios han sacado,
Por precios y rescates la han vendido;
El tio y el sobrino van ufanos,
Jurando de vengarse por sus manos.
Los nuestros, por la falta de comida,
A yerbas como suelen ván un dia:
Los indios al encuentro de corrida
Les salen, y mataron à porfia
Cuarenta, y el que escapa con la vida,
Es porque al enemigo se rendia.
A pura pata dos se escabulleron,
Y el caso de esta forma refirieron.
Asì como llegaron, los paganos
En dos alas en torno se pusieron,
Desmayaron de miedo los cristianos,
Cuando en medio los indios los cogieron.
Con los indios vinieron á las manos,
Que de los arcabuces no pudieron
Aprovecharse, cosa que la mecha
Y pòlvora que llevan, no aprovecha.
La pòlvora mojada, los cañones
Tenia Juan Ortiz enmohecidos:
Vencido de sus vanas pretensiones,
No tiene los soldados guarnecidos;
Las armas les quitò, y en ocasiones
Las vuelve, que no son favorecidos
Con ellas, que no son ya de provecho.
Que el moho y el orin las ha deshecho.
La mas gente que á yerbas ha salido,
Sin armas, y sin fuerzas y sin brio,
Con solos los costales han partido,
Los mas casi desnudos y con frio.
Pues llega el Abayuba encrudecido,
A su lado con él viene su tio,
Y entrambos tal estrago van haciendo,
Que las yerbas del campo van tiñendo.
La grita y alarido levantaban,
Diciendo el capitan echa prisiones:
Los nuestros defenderse procuraban,
Los indios vuelan mas que unos halcones;
Y à cuantos con las bolas alcanzaban,
No basta á defenderles morriones.
Al fin muertos y presos todos fueron,
Sino fueron los dos que se huyeron.
Venidos al real estos huidos,
Despacha Juan Ortiz á priesa gentes:
Con Pablo Santiago son partidos
Diez ó doce soldados diligentes.
Aquestos en un cerro estan subidos
A vista del real, á dó valientes
Y astutos en la guerra, y muy cursados,
Estan con el temor acobardados.
El Sargento Mayor Martin Pinedo,
Con cincuenta soldados ha partido,
El Pablo Santiago estaba quedo
Con sus doce, y los mas que han acudido.
El Sargento Mayor no tiene miedo,
Segun dice, à Roldan que haya venido.
Con su gente camina; y llegado
Dó estaba Santiago, así le ha hablado.
"Conviene que marchemos todos luego,
Ninguno de seguirme tenga escusa."
El Pablo Santiago como fuego
Camina, mas de à poco lo rehusa,
Diciendo: "alto hagamos aquì ruego."
Pinedo de cobarde allí le acusa:
Con estos pareceres discordados,
Bastò para que fuesen desolados.
El Sargento Mayor dice "marchemos:"
El otro del peligro se temiendo,
"Hagamos alto, dice, pues que vemos
Que indios se vienen descubriendo."
El sargento replica "caminemos,
Que el indio viene á priesa acometiendo:"
"Volvamos las espaldas:" "Santiago,
No es tiempo ya: haced como yo hago."
Embraza su rodela, y con la espada
Resiste á los cristianos que querian
Volver atras: mas viendo que de nada
Les sirve, y que los indios le herian,
Con solos cinco ò seis de camarada
Espera; que los otros, que huyan
Tras el sargento, iban tan lijeros,
Cual suelen ir tras uno mil carneros.
El zapicano ejército venia
Con trompas y bocinas resonando;
Al sol la polvareda obscurecia,
La tierra del tropel està temblando:
De sangre el suelo todo se cubria,
Y el zapicano ejèrcito gritando,
Cantaba la victoria lastimosa
Contra la gente triste y dolorosa.
Los enemigos, viendo el campo roto,
Siguieron la victoria tan gozosos,
Cual suele el cazador ir por el coto,
Matando los conejos temerosos.
Cual indio espada, alfange lleva boto
De herir y matar, cual los mohosos
Cañones de arcabuz lleva bañados
De sangre con los sesos misturados.
Cual toma el alabarda muy lucida,
Y comienza á jugar con ambas manos,
Quitando al que la tiene allì la vida,
Despues á los demas pobres cristianos.
El Sargento Mayor vá de corrida,
Echando la rodela por los llanos,
Caytua le siguiò, indio de brio,
Y alcánzale à matar dentro del rio.
El viejo Zapican con grande maña
El escuadron y gente bien regia,
Abayuba el sobrino con gran saña
En seguimiento va del que huya.
Su grande lijereza es tan estraña,
Que nadie por los pies le escabullía,
Cheliplo y Melibon, que son hermanos,
Pretenden hoy dar fin de los cristianos.
A Taboba le cabe aquella parte,
A dò està con los cinco Santiago:
Aqueste es en la guerra un fiero Marte,
Y asì hizo este dia crudo estrago.
A Canillo por medio el cuerpo parte,
Un brazo derrocó á Pedro Gago:
Buenrostro el Cordoves, y un Arellano,
Fenecen à los pies de este pagano.
El Capitan y el otro compañero
Habian grande rato peleado,
Y el Taboba, muy crudo carnicero,
Estaba muy sangriento y muy llagado.
Y asì vino à su lado muy ligero,
Y en esto ha disparado un mal soldado,
Y al Capitan la espada atravesaba.
Aunque su muerte presto èl esperaba.
El Capitan cayò muerto en la tierra,
Benito, segun dicen, lo matára:
Movióle à lo matar la pasion perra
Que con el capitan este tomara.
Jurado lo tenia, que en la guerra
Se habia de vengar, que le injuriara:
Y asì le diò el castigo de este hecho,
Metiéndole una flecha por el pecho.
Aquí Domingo Larez, valeroso
En sangre, y en valor y valentìa,
Anduvo con esfuerzo y animoso,
Reprimiendo del indio la osadía:
Y viendole ya andar tan orgulloso,
Los indios acudieron à porfia,
Y á puja, à cual mas puede, le hirieron,
Y quebrándole un brazo, le prendieron.
Cansados los contrarios de la guerra,
O por mejor decir, de la matanza,
Y viendo que la noche ya se cierra,
No curan de llegar á nuestra estanza.
Del fuerte se les tira, mas dió en tierra
Un tiro culebrina, que no alcanza.
Por eso, y por la noche à los cristianos
Dejaron de seguir los Zapicanos.
El despojo que llevan son espadas,
Alfanges, alabardas, morriones,
Rodelas, salmatinas muy doradas,
Sombreros, capas, sayos y jubones.
Las cajas de arcabuces, ya quebradas,
Llevaban solamente los cañones:
Con que, dando la vuelta, ván matando
Aquellos que hallaban boqueando.
Y al que hallan en piè ya levantado
Del sueño de la muerte que ha dormido,
Del peligro librarse confiado,
Por ver como ya ha vuelto en su sentido,
En un punto le tienen amarrado,
Quitandole primero su vestido.
Con armas y cautivos ván triunfando,
Y la gente en el fuerte lamentando.
Cual dice: ¡O desventura, ó caso estraño,
O mìsero suceso de esta armada!
Cual dice: "no viniera tanto daño,
Si fuera aquesta cosa bien pensada:"
Cual dice, que la causa de este engaño
Procede de la hambre acobardada:
Cual dice, que la suerte de esta vida
Está á aquestas caidas sometida.
Pues, quien perdiò el amigo y el hermano
Levanta hasta el cielo los gemidos,
Y dice con dolor!: "¡Pueblo cristiano
En manos de los lobos desambridos!
Volved con piedad, Señor, la mano,
Doléos de los tristes afligidos,
Doléos de los niños inocentes
Que gritan, con sus ojos hechos fuentes.
Doléos de las tristes afligidas
Que quedan sin abrigo y compañìa;
Tambien de las doncellas doloridas
Que pierden á sus padres y alegrìa:
De las madres, Señor, enternecidas,
Que pierden à quien sombra les hacia,
De todos os doled, Dios poderoso
Y socorred al pueblo doloroso.
Mas quiero las dejar, que bien les queda
Para poder llorar el tiempo largo,
Mas no al que salir del fuerte veda,
Que aquesto tomò entonces á su cargo.
Y quiera Dios consuelo tomar pueda,
(Que tiene el corazon triste y amargo)
El buen Capitan Pueyo, que al hermano
Tendido vido muerto en aquel llano.
Aqueste Capitan, aunque miraba
De lejos al hermano que vé muerto,
Al fuerte á grande priesa procuraba
Que todos se recojan, que es lo cierto.
El Juan Ortiz à priesa caminaba
A donde están los indios sin concierto,
Y si el desventurado allá llegàra,
El resto del Armada se acabàra.
Pues ido el enemigo ya, y venida
La triste de la noche temerosa,
La miserable hacienda ya metida
En el fuerte con priesa presurosa;
Nuestra gente sin fuerzas y rendida
A la tirana muerte dolorosa,
Por la frigida arena està tendida,
Y de puro desmayo, amortecida.
El Juan Ortiz su ropa con presteza
Embarca aquella noche; que temia
No diese Zapicán con ligereza
Sobre el fuerte y real antes del dia:
Y no tardó que vino sin pereza
Al punto que el aurora descubria;
Y piedras à menudo al fuerte tira,
Mas en tocando al arma se retira.
Pues viendo como al fuerte hubo venido
El enemigo à ver lo que pasaba,
En la Capitana todos se han metido,
Que cerca de la tierra en seco estaba.
Allí con gran dolor se ha recogido
El resto sin ventura que quedaba.
La noche tristemente se ha pasado,
Y el ùltimo remate se ha esperado.
Cuando el Sol aun apenas descubria,
Un indio por la playa caminando
Bajaba, y el semblante que traia
Parece de español: de cuando en cuando
Paraba; con la priesa que traia
A dò estamos se viene ya acercando:
De su trage y manera bien parece
Que alguna cosa nueva nos ofrece.
Llegando donde estaba el despoblado,
Sin tener á las chozas advertencia,
Contra el navio el paso enderezado,
Desde la playa hizo reverencia:
Con un sombrero señas ha formado,
Con gran placer y grande continencia.
Saliendo pues por él, viene contento,
Y dice de su caso el fundamento.
Yamandú, dice el perro que se llama,
Que arriba ya tratamos su manera,
Y que Juan de Garay le quiere y ama,
Por donde le encargó aquesta ligera.
Que de nuestra venida tiene fama,
Y que con la respuesta allà le espera,
Para venir con balsas y comida,
Sabiendo que el armada ya es venida.
Por señal el vestido representa
Un sayo de algodon con un sombrero,
Y à muchos Españoles nombra y menta,
Por dó su embuste pinta verdadero.
Aquel que se vè puesto en una afrenta,
Bien vemos que se crèe muy de ligero:
Con la primera nueva que ha venido
El ánimo dudoso es compelido.
Con este Yamandù se escribe luego,
Y à Garay Juan Ortiz dà cuenta larga
De la pérdida grande, y sin sosiego
En que la gente queda, y cuan amarga:
Y que venga volando como fuego
Le manda, y de comida traiga carga.
Mas Yamandú malvado no saliera
Cuando Zapican viene à la ribera.
Sus indios piedras tiran, aun allegan
Con ellas á la nave, dò temblando
La gente està. En la pólvora no pegan
Las mechas, aunque estan mas refregando.
Los indios por las yerbas se refriegan,
Motin, perneta hacen muy gritando;
Al fin dejan el campo ya venida
La noche horrible, triste, obscurecida.
Apenas amanece, cuando viene
Un indio de endiablada catadura,
Y muy poco en la playa se detiene,
Hasta que el agua llega à su cintura
De allí dice, que gana grande tiene
De probar en el campo su ventura,
Que salga aquel cristiano del navio,
Que quisiere aceptar el desafio.
"De parte de la Luna á quien adoro,
Està diciendo el indio, yo prometo
Guardar la fé que diere; que el tesoro
Que estimare mayor de aqueste rieto,
Serà que en estas tierras donde moro
De Zapican un indio su subiecto,
Sin otra ayuda alguna en este llano,
Se atreva á combatir con un cristiano."
Estando aqueste indio razonando
Con superbas palabras y blasones,
En breve de mi lado retumbando,
Un tiro le ha acortado sus razones:
De entre las yerbas salen bojeando
Del indio Zapican dos escuadrones,
Que estaban à la mira en emboscada.
Por dar fin y remate del Armada.
Comienzan á hacer gran alboroto,
En luengo de la playa ya corriendo,
Ya al fuerte, que tenia todo roto,
Las paredes y chozas abatiendo:
Y viendo à los cristianos como en coto
Estan, aunque gran pena padeciendo,
Y no pueden hacerles mal alguno,
Comienzan á acogerse de consuno.
Con todo aquesto viene cada dia
A vista el enemigo Zapicano,
Por ver en el estado que estaria
El encogido ejército cristiano.
En tanto Juan Ortiz á tierra envía,
Por una media barca que en el llano
Estaba, con la cual presto es mudada
Al isla San Gabriel la triste Armada.
Despues que aquesta isla se tomaba,
Un dia noticia cierta se ha tenido,
Que Zapican su ejèrcito mudaba
Al Uruguay, que es rio muy crecido.
Al tiempo que el cristiano reposaba
Con su gente y canoas ha subido;
De aquesto dan noticia los cristianos,
Que se escapan huyendo de sus manos.
Vinieron seis soldados fugitivos,
Y no pudieron mas, porque los atan
De noche, y dicen quedan treinta vivos,
Que despues que una vez prenden, no matan.
Con ellos no se muestran muy esquivos,
Y si les sirven bien, no los maltratan;
Pero si sirven mal, à rempujones
Les fuerzan á que salgan de harones.
Aunque esto se le puso por delante
A Alonso Ontiveros, no aprovecha
A que deje de obrar cosa que espante,
Pues no puede tenerse por bien hecha.
Aqueste en el hablar era elegante,
Mas no lo fué en hacer esta deshecha,
Pues bien claro descubre en el remate
El ser cualquiera cosa y su quilate.
Estaba en un navio aprisionado,
Que en parte del delito se hallàra
Por dó Sotomayor fuera ahorcado,
Cuando huirse con él se concertàra.
Habiánle los grillos ya quitado,
Y creese tambien que se librára:
Mas él al enemigo va huyendo
Por mas seguro medio le escojendo.
Del Zapicano fué bien recibido,
Y luego se mudó el nombre cristiano;
De las costumbres de indio se ha vestido,
Usando de los ritos de pagano.
En confusion aqueste me ha metido,
Que por amigo túvole y hermano;
Huyéndo de la muerte ha apostado,
Despues se arepintiò de su pecado.
No quiero mas decir que estoy cansado,
Y temo de cansar à quien me oyere,
Mayormente que el canto desastrado
Ha sido, y de llorar: mas quien quisiere
Saber de Juan Ortiz Adelantado
Su suerte; si leerla le plugiere,
Espéreme à otro canto, que ya siento,
Que da Rodrigo Diaz vela al viento.