CANTO QUINTO.
_En este canto se dice como vino Alvar Nuñez Cabeza de Vaca al Rio
de la Plata, y de su prision y trabajos que de ella sucedieron, y
del gran Moxo, Señor del Paytití._
Segura vida llaman la pobreza,
Y de santos, de santas es amada;
Tambien la Magestad y sacra Alteza
Amándola, le dió suerte estimada.
Aquel que en poco tiene la riqueza
Por cierto vive vida sosegada;
Y el que con su pobreza se contenta
Mas rico es que el que tiene mucha renta.
Las guerras y las grandes disenciones
El interes las causa, como vemos.
Motines y revueltas, rebeliones,
¡Qué de mal por la plata padecemos!
Autores de las santas religiones,
Que amastes la pobreza por extremos,
Decid, ¿no es mas segura la pobreza,
Pues por ella gozais de la riqueza?
Cualquiera en la Asumpcion está gozoso,
Con solo su comer vive contento:
No andaba por la plata codicioso:
Metido en su morada y aposento
Labrado, muy pulido, muy costoso,
Sin curar de tapiz ó paramento.
Y al fin por interes la furia ingrata,
Discordia, su contento desbarata.
¡Qué fuera si tuvieran plata y oro!
Que aquesto mas conmueve en esta vida.
Que al fin aquel que tiene gran tesoro
Procura su contento sin medida,
Aqueste fin le fuerza el triste lloro,
Y llanto al navegante en su corrida,
Y aquesta á veces causa en este mundo
A muchos que desciendan al profundo.
Mas oro, y plata es lo que lo vale:
Y bien es honra, mando, poderío,
Cualquiera de estas cosas equivale,
Y trae al retortero, al albedrio.
Que aunque no sea forzada, empero sale
La voluntad de madre como rio,
Y lleva á la razon tras sí rendida,
Y á su diccion y gusto sometida.
Al fin, pues, interes les fuerza tanto
En la Asumpcion sin plata ni dinero,
Que su placer se vuelve en triste llanto,
Los cuellos entregando al carnicero.
Pensaron de salir de un gran quebranto,
Y dieron en un hondo sumidero:
Como verá cualquiera que esté atento,
A la historia presente que yo cuento.
Habiendo aquel que al mundo dió de mano
En trueco del eterno y gran reposo,
Dejándole primero todo llano
Y en paz, al heredero muy dichoso,
Juzgado por consejo bueno y sano,
De dar hombre valiente y belicoso,
Al Argentino envia Adelantado,
Que Cabeza de Vaca fué nombrado.
Del cual su armada á prisa abastecida
De todo el necesario, y sus pertrechos,
De la ciudad de Cádiz fué partida,
Y á las Canarias llegan bien derechos.
Los mas de todos es gente lucida,
Algunos con insignias en los pechos,
De nobles y lutrosas encomiendas,
Y muchos de valor y grandes prendas.
Pasada la famosa y gran Canarìa,
En Cabo Verde, que es de Lusitanos,
Entraron; y aunque era tan contraría
Entonces su nacion á Castellanos,
No le fué á la nuestra allí adversaria,
Que á todos los reciben como á hermanos:
Que al fin la diferencia es de tal guisa,
Que para las mas veces todo en risa.
Despues de haberse aquí ya refrescado,
La gente del armada muy gozosa,
Con algun bastimento que ha tomado
Se embarca, por le ser muy deseosa
La fin de su viage comenzado,
Juzgándole por cosa provechosa:
Que vemos que cualquier descubrimiento
Es al tono de boda ò casamiento.
La Torrida, que alguno inhabitable
Escribe, traspasaron derrepente.
No ser en todo tiempo navegable
Sabemos, que el sol hiere crudamente.
Un viento hace á veces amigable,
Navégase con él al occidente:
Despues de aquesta tórrida doblada,
Está casi ya hecha la jornada.
La costa del Brasil reconocida,
Y un isla, Santa Bárbara, tomada.
Por la insignia imperial que de corrida
Allí fué por D. Pedro bien fijada,
Conocen que su armada fué surgida
En ella, mas tocando de pasada,
El rumbo enderezaron muy aína
Al isla dicha Santa Catalina.
De aquí el Gobernador ha despachado
Con gente que descubran el camino,
A Dorantes de Bejar, buen soldado;
El cual fué, y con presteza mucha vino.
Noticia del camino cierta ha dado;
Por donde caminando con buen tino,
La tierra adentro entraron muy gozosos,
Mas de los naturales recelosos.
No quiero referir la gran miseria,
Trabajos, infortunios que sufrieron
En aqueste camino, y su lazeria,
Y hambre y sed que todos padecieron.
Pues vemos no murió en aquella feria
Alguno de trecientos que allá fueron.
Que aquesto de las hambres y su queja,
Solo á Mendoza y á Zárate se deja.
En tanto que Alvar Nuñez caminaba
Al Paraguay con guias muy derecho,
Su gente con salud toda llevaba
A manos el camino de indios hecho.
Sabido por Irala que llegaba,
Con maña, que la usaba en su provecho,
Envia á cierta gente de corrida,
Que el parabien le dén de su venida.
Sobre cuarenta el quinto año corria,
Cuando el buen Alvar Nuñez ha llegado,
Y no el cuarenta y siete se cumplia,
Cuando se vé de grillos rodeado.
La causa de este mal y tirania,
Y de caer el pobre de su estado,
Envidia fué, que suele, dó se ofrece,
Aquello combatir que mas florece.
Llegado al Paraguay se determina
De ir el rio arriba descubriendo,
Y sin hallar noticia de oro ó mina,
Con barcos y navíos fué subiendo.
Trecientas y mas leguas pues camina,
Hasta saber de plata: pero viendo
Que la rabiosa muerte andaba suelta,
Por no perder su gente dió la vuelta.
San Fernando se dice este parage,
Dó se tuvo notícia de riqueza:
Mas era tan enfermo el estalage,
Que cobran los soldados gran tibieza.
Dejaron á esta causa su viage,
Que promete sacarlos de pobreza:
Que la piel por la piel el mentiroso,
Nos dijo, que dá el hombre y el reposo.
Si la muerte no teme aquesta gente,
El Argentino fuera mas somoso
El dia de hoy, que nueva ciertamente,
Se tuvo aquí de un indio belicoso.
La plata y oro bello reluciente
Se ha visto, no es negocio fabuloso,
Que cántaros de oro á maravilla
Tenia aqueste indio y gran vajilla.
En una gran laguna este habitaba,
Entorno de la cual están poblados
Los indios, que á su mano él sugetaba
En pueblos por gran órden bien formados.
En medio la laguna se formaba
Un isla, de edificios fabricados,
Con tal belleza y tanta hermosura,
Que exceden á la humana compostura.
Una casa el Señor tenia labrada
De piedra blanca toda hasta el techo,
Con dos torres muy altas á la entrada,
Habia del una al otra poco trecho.
Y estaba en medio de ellas una grada
Y un poste en la mitad della derecho,
Y dos vivos leones á sus lados,
Con sus cadenas de oro aherrojados.
Encima de este poste y gran coluna,
Que de alto veinte y cinco pies tenia,
De plata estaba puesta una gran luna,
Que en toda la laguna relucía.
La sombra, que hacia en la laguna,
Muy clara desde aparte parecía.
¿Quien hay que no tomára una tajada
De la luna, aunque fuera de menguada?
Pasadas estas torres, se formaba
Una pequeña plaza bien cuadrada;
En el mayor estío fresca estaba,
Que de árboles está toda poblada,
Los cuales una fuente los regaba,
Que en medio de la plaza está sitiada,
Con cuatro caños de oro gruesos, bellos,
Que yo sé quien holgára de tenellos.
La pila de la fuente mas tenia
De tres pasos en cuadra su hechura:
De mas que de hombre mortal parecía
En talle, perfeccion y compostura.
En estremo la plata relucía
Mostrando su fineza y hermosura.
El agua diferencia no mostraba
De la fuente y pilar dó se arrojaba.
La puerta del palacio era pequeña,
De cobre, pero fuerte y muy fornida:
El quicio puesto, y firme en dura peña,
Con fuertes edificios guarnecida.
Seguro que del pelo y de la greña,
Del viejo del portero, que es crecida,
Pudieramos hacer un gran cabestro:
Oid pues del viejazo el mal siniestro.
Aquellos que por dicha ya han pasado
Por medio de las torres y coluna,
Habiendo las rodillas ya postrado,
Levantando los ojos á la luna,
Aqueste viejo así les ha hablado,
Con una muy feroz voz importuna,
Y dice: "A este adorad, que es solo uno
El Sol, y fuera dél otro ninguno."
En alto está un altar de fina plata,
Con cuatro lamparillas á los lados
Encendidas, y alguna no se mata,
Que estan cuatro ministros diputados.
Un sol bermejo mas que una escarlata,
Allí está con sus rayos señalados:
Es de oro fino el sol allí adorado,
¿Mas hay de quien él sea deshechado?
Aqueste gran Señor de esta riqueza
El gran Mojo se dice, y es sabido
Muy cierto su valor y su nobleza:
Su ser, y señorío enriquecido
De sus vasallos, fuerzas, y destreza,
Por nuestro mal habemos conocido:
Que pocos tiempos ha que en cortas trechas,
Probamos la fiereza de sus flechas.
¡A que no fuerzas, hambre detestada
Del oro, que los ánimos perdidos
Tras tí llevas con ànsia tan nefanda,
Que ciega las potencias y sentidos!
Con todo désque ven que la muerte anda
De priesa, con temor los doloridos,
Que habian emprendido este viaje,
Se vuelven para atras de este parage.
Volviendo pues la gente de su entrada,
Sucede en la Asumpcion una tormenta:
Dos hombres la levantan, que escusada
La tal ó motin es, si no lo inventa
El pecado, que cosa es muy usada.
Lebron el uno es, el otro Armenta:
Desde que el Gobernador preso tenia,
Muy bueno ha andado Armenta, les decia.
Sucede á prima noche el desbarate:
El pobre caballero está durmiendo.
Entrégales la puerta Juan Oñate,
Y así de golpe entraron con estruendo.
A voces dicen todos ser dislate
Que con la vida quede, que viviendo,
Habrá de causar mal, pues está cierto
El hombre no hablarà despues de muerto.
Rasquin con un arpon enarbolado
Le apunta amenazando que se diese.
De la cama se ha el pobre levantado,
Sin saber de este caso como fuese.
La espada con gran ánimo ha empuñado;
Mas ¿quien era posible resistiese
A tantos, pues que Hércules el griego
No pudo contra dos entrar en juego?
Irala astuto, sabio, cauteloso,
Del enfermo se hizo en este punto,
Y por quedar él libre y ganancioso,
Segun pude saber, y lo barrunto
A Cáceres agudo y bullicioso,
Le dice, con Venegas vaya junto,
Y Cabrera, del Rey tres oficiales,
Principio y causadores de estos males.
El pueblo conmovieron ignorante,
Y en odio le encendieron como brasa.
Acude á la prision, y en un instante
Le sacan muy asido de su casa.
Irala se ha hallado muy triunfante,
Que cierne, hiñe, y masa aquesta masa,
Y siendo el preso puesto en tal aprieto,
Por caudillo de todos es electo.
Comienza gobernando pues Irala
Su negocio á entablar, y aficionaba
A todos, y en mil cosas se señala,
Y al pobre con mas veras ayudaba.
Empero corta, abrasa, hiende, tala
Al que el contrario bando acompañaba:
De suerte, que el leal era tenido
Por hombre vil, infame y abatido.
A muchos ahorcó de los leales,
Diciendo que la tierra perturbaban.
A tal punto se vino, que los tales
En los montes y bosques habitaban.
Los que eran causadores de estos males,
Lo bueno de la tierra se gozaban;
Los otros hambreaban suspirando,
Y á Dios justa venganza suspirando.
Entre otros que prendió fuera Vergara,
Hermano de Ruy Diaz Melgarejo:
Y á aqueste sino huye le ahorcára,
Que voluntad no falta y aparejo.
Al otro con su hija le casára;
Ruy Diaz nunca fué de tal consejo,
Y así con los leales se ha huido,
Andando por los bosqués escondido.
Había Diego de Abreu tomado
La mano en señalarse con cuadrilla,
Contradiciendo á Irala por alzado.
Son Abrego y Ruy Diaz de Sevilla:
Consigo mucha gente han congregado;
Irala ha procurado de seguilla,
Y algunos los conmueve por regalo,
Y á muchos cuelga y pónelos de un palo.
Irala sale en esto con armada,
Y el rio arriba yendo bien se aleja;
Y porque la ciudad sea gobernada,
A D. Francisco de Mendoza deja.
Lazcano muy malvado de celada,
Con ánimo endiablado se le queja,
Diciendo no conviene que tuviese
Por un tirano el mando, y desistiese.
Y que él con los leales trataría,
Que en nombre del Gran Carlos se eligiese,
Y aquesto facilmente lo haría,
Sin que persona alguna lo impidiese.
Tratólo de tal suerte, que hacia
Que el triste D. Francisco le creyese:
Con este engaño y falso compellido,
Mendoza de su mando ha desistido.
Al punto que desiste luego viene
La gente de leales de los sotos,
Y el Abrego leal no se detiene,
Que espera de tener aquí mas votos:
El Lazcano malvado pues no tiene
Los filos del intento, malos votos,
Que con presteza á muchos sobornando,
Al Abrego procura dén el mando.
Malvado llamo á Lazcano yo en mi verso
Por ser causa primera de un gran daño,
Que nunca se perdiera el universo,
Por Mendoza mandar siquiera un año:
Que si buen celo tuvo al fin fué adverso
A Mendoza causando un mal tamaño,
Y al Abrego de muerte, y gran fatiga
A todos cuantos eran de la liga.
El Abrego por votos fuè elegido,
Que cédula real dispone de esto:
Y siendo ya del pueblo recibido,
Comienza de envidar todo su resto.
El Mendoza se vé tan afligido,
Y acaso le fué Abrego muy molesto,
Que no pudo sufrir verse burlado;
Y oid en lo que para este nublado.
Con sus pocos amigos, dicen, quizo
Tratar de recobrar con nueva traza
El mando. Mas este otro tiene aviso
Del caso, y con presteza dále caza:
Y préndele al punto de improviso,
Y la cabeza cortánle en la plaza.
Al tiempo que cortar se la querian,
A sus hijos habló que allí venian.
A D. Diego el mayor habló primero,
Diciendo en alta voz: "Mira que seas
Vasallo de tu Rey, muy verdadero,
Porque en aqueste trance no te veas:
Y pues, hijo, tú ves como yo muero,
Así la gloria eterna tu poseas,
Que cures de vivir siempre de suerte,
Que no mueras tambien de aquesta muerte."
El presagio del padre, que moria,
Dejado por postrero testamento,
Al D. Diego de poco le servia,
Pues tuvo en Santa Cruz atrevimiento,
Y pagó en Potosí su tiranía.
Diré en otro lugar este alzamiento:
Al Abrego volvamos, que sabiendo
Que Irala vuelve, al monte vá huyendo.
Irala habiendo tiempo navegado
El Paraguay arriba con su gente,
Y al buen Nuño de Chaves despachado
A que salga al Perú muy diligente,
Se vuelve á la Asumpcion, que el que ha pecado
No puede asegurar jamás la mente:
Que no puede hallarse mejor ciencia,
Ni prueba, que le iguale á la conciencia.
Llegando á la ciudad al fin Irala,
Con grande regocijo es recibido;
De Mendoza la muerte le desala
El corazon, y entrañas le ha rompido.
Tras Abrego con priesa el monte tala,
Y á Escaso aquesta causa ha cometido:
Mas no le fué en el tiro de su mano,
Que un tiro que tiró no sale vano.
Al Abrego á prender Irala envia,
Porque él con los leales retirado
Andaba por los bosques á porfia,
Del remedio de España confiado.
El Escaso, que supo dó dormia,
Una noche le halla descuidado,
Y al blanco pecho apunta, y fué tan cierto,
Que el corazon le parte, y deja muerto.
Muchos de los leales desmayaron,
Por verse sin cabeza y perseguidos,
Y algunos al Irala se pasaron,
Y fueron con amor dél recibidos.
Los otros, que mas tiempo porfiaron,
Vinieron con dolor muy afligidos:
Que el nombre de leal era nefando,
Y en trisca le nombraban, y burlando.
A tal punto llegó el atrevimiento,
Del bando del Irala, que casando
Su hija con Vergara, por contento
Y placer, un soldado suspirando
En una farsa sale descontento,
Y roto y pobre, y otro preguntando,
Y él responde, diciéndole ¿quien era?
De los leales soy, que no debiera.
¿Qué, de leales sois, le dice luego:
Mirad pues bien el pago que sacado
Habeis de esa contienda y triste juego,
Que tan contra razon habeis jugado?
Hermano, por ventura estais tan ciego,
Que no veis que es andar de pié quebrado:
El triste del leal dice temblando,
Hermano, lo que sé que estoy penando.
El valeroso Chaves caminaba
La vuelta del Perú donde ha salido,
Con trabajo sobrado que pasaba,
De gente que el camino le ha impedido.
A muchos fuertemente conquistaba,
Y á su diccion y mando ha sometido,
Rompiendo fuertes y altas palizadas,
Con obras muy heroicas y afamadas.
Conquistò los Chiquitos, que es frontera
Del gran Mojo, Señor de la Laguna:
Y entiendo que si mas adentro fuera,
A cuestas nos sacára la coluna;
Y Hércules segundo Chaves fuera,
Y por mas le imitar, el sol y luna
A cuestas sustentára, como al cielo
El otro, por le dar á Atlas consuelo.
Al fin salió al Perú, donde ha hallado
Al licenciado Gasca el venturoso.
Despues de su negocio relatado,
Procura de volverse muy gozoso.
Un pueblo en el camino hubo poblado,
Por extender su fama deseoso,
Santa Cruz de la Sierra le nombraba,
Que el sitio al de su tierra semejaba.
A Cabeza de Vaca ya volviendo,
Lleváronle á Castilla aherrojado.
Agora que lo estoy aquí escribiendo
Me admiro, como nunca castigado
Aqueste caso fué, atroz y horrendo,
Y el gran levantamiento confirmado.
En mi tiempo yo ví se recelaba
El pueblo del castigo que esperaba.
Venegas y Cabrera, pues, al preso
Llevaron á Castilla, y lo entregaron
Al Consejo Real con gran proceso,
Y causas, que á su gusto fulminaron.
De aquestos dos el uno pierde el seso,
Al otro en breve tiempo lo enterraron,
El preso por sentencia fué privado
Del título y blason de Adelantado.
En su lugar habiendo proveido
A Sanabria el gobierno, va á Sevilla,
Casóse, y el casamiento le ha impedido
Que no pueda salir ya de Castilla:
Que en breve se murió; y ha partido
Con el resto de gente y la cuadrilla
Que en armada Sanabria puesto habia,
Entregada á la mar, Doña Mencía.
Tomaron de la costa á San Vicente
Después á San Francisco, dó estuvieron
Algun tiempo viviendo alegremente.
Por tierra al Paraguay despues vinieron.
La mas de toda aquesta poca gente,
Que nombre del Socorro les pusieron,
De Estremadura son, dó influye Marte
De sus sacros tesoros tan gran parte.
Sanabria en Medellin nacido habia,
Con hijos y muger allí ha vivido,
Viudo ya una vez, Doña Mencía
En Sevilla por suerte le ha cabido.
Movida de su vana fantasía,
Con sus hijas de España se ha partido,
Con fin de las casar; y así sucede,
Que en la muger la honra vale y puede.
Tambien Diego Sanabria, el heredero,
Despues salió con gente en mala extrena;
Que erraron dos pilotos su rotero,
Y dieron en el puerto Cartagena.
En Potosí le ví hecho minero,
Mas nunca tuvo el pobre mina buena:
Busquemos una agora en otro canto,
Que ya cansa decir en este tanto.